Es un refrán que hemos escuchado muchas veces… quizá más de las que quisiéramos. Y en ocasiones, hasta nos lo decimos a nosotros mismos pero con otras palabras: “Yo soy así, y no hay remedio”. Pero, ¿será cierto? ¿Será real que el árbol que nace torcido, jamás se endereza su tronco? ¿Será que si somos de una manera, no hay arreglo?, ¿ni cambio?, ¿ni mejoría?
Depende de con qué o en quién te apoyes para “enderezar tu árbol”. Si lo intentamos hacer con nuestras propias fuerzas…será un fracaso, y el árbol de nuestra vida se quedará torcido. Ahora bien, si un día nos pusimos en manos de Dios, no tenemos motivos para decir “yo soy así, no tiene remedio, no voy a cambiar nunca”, etc.
Esta lucha con las torceduras de nuestros troncos, por decirlo de alguna forma, es tan vieja como la propia humanidad. El apóstol Pablo, tan de carne y hueso como tú y yo, se vio muchas veces en esta tesis: “Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. Ahora, si hago lo que no quiero hacer, realmente no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí.” Romanos 7.15-20 Parece un trabalenguas, pero léelo detenidamente y verás que todo es lo mismo, solo que dicho con otras palabras.
Hace días yo pensé eso mismo de mí: “estoy torcido como un árbol”, “quiero hacer lo bueno pero no lo hago…no tengo remedio”. Muchas veces me he preguntado por qué hay ciertas cosas de mi temperamento que parecen no enderezarse nunca. En fin, todo esto me vino a la mente,... pero el Espíritu se encargó de recordarme que solo no puedo, pero Dios sí. Esto es lo que Él nos dice:
Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos… (Isaías 45.2)
¿No puedo hacer contigo lo mismo que hizo el alfarero con el barro? De la misma manera que el barro está en manos del alfarero, así estás en mis manos… (Jeremías 18:6)