Examinemos la
primera:
-¿Cómo se puede reconocer la paz de Dios?
La paz de Dios se reconoce al
principio solo por una cosa: desde cualquier punto de vista, es una experiencia
radicalmente distinta de cualquier experiencia previa. No trae a la mente nada
que haya sucedido antes. No evoca nada que se pueda asociar con el pasado. Es
algo completamente nuevo. Verdaderamente hay un contraste entre esta
experiencia y cualquier otra del pasado. Pero curiosamente, no es éste un
contraste que esté basado en diferencias reales. Es decir, el pasado
sencillamente se desvanece, y la quietud eterna pasa a ocupar su lugar. Eso es
todo. El contraste que inicialmente se creía que debía percibirse, sencillamente no aparece. La quietud se ha extendido para cubrirlo todo.
-¿Cómo se puede reconocer la paz de Dios?

-¿Cómo se
encuentra esta quietud?
Nadie que la busque únicamente con sus condiciones deja de encontrarla. Eso sí, la paz de Dios NO puede hacer acto de presencia allí donde hay ira, pues la ira niega forzosamente la existencia de paz. Todo aquel que, de alguna manera o en cualquier circunstancia, considere que la ira se puede justificar, proclama que la paz es una insensatez y no podrá creer en su existencia. En estas condiciones no se puede hallar la paz de Dios. El perdón es, por lo tanto, la condición indispensable para hallarla. Más aún, donde hay perdón tiene que haber paz. Pues, ¿qué otra cosa sino el ataque conduce a la guerra? ¿Y qué otra cosa sino la paz es lo opuesto a la guerra? Vemos entonces, que, ahora sí, el contraste inicial resalta de una manera clara y evidente. Cuando se halla la paz la guerra deja de tener sentido. Y ahora es el conflicto el que se percibe como inexistente e irreal.
Nadie que la busque únicamente con sus condiciones deja de encontrarla. Eso sí, la paz de Dios NO puede hacer acto de presencia allí donde hay ira, pues la ira niega forzosamente la existencia de paz. Todo aquel que, de alguna manera o en cualquier circunstancia, considere que la ira se puede justificar, proclama que la paz es una insensatez y no podrá creer en su existencia. En estas condiciones no se puede hallar la paz de Dios. El perdón es, por lo tanto, la condición indispensable para hallarla. Más aún, donde hay perdón tiene que haber paz. Pues, ¿qué otra cosa sino el ataque conduce a la guerra? ¿Y qué otra cosa sino la paz es lo opuesto a la guerra? Vemos entonces, que, ahora sí, el contraste inicial resalta de una manera clara y evidente. Cuando se halla la paz la guerra deja de tener sentido. Y ahora es el conflicto el que se percibe como inexistente e irreal.
-¿Cómo se
conserva la paz de Dios una vez encontrada?
Si la ira retorna, en la forma que sea, el pesado telón volverá a caer una vez más, y la creencia de que no es posible que haya paz inevitablemente regresará. La guerra se volverá a aceptar una vez más como la única realidad, y ahora tendrás que blandir tu espada nuevamente, aunque no te hayas dado cuenta de que ya la habías depuesto. Pero al recordar, aunque solo sea vagamente, cuán feliz eras sin ella, te darás cuenta de que antes ya debiste haberla blandido para defenderte. Detente entonces, solo un momento, y piensa en lo siguiente: ¿prefieres el conflicto o la paz de Dios sería una opción mejor? Una mente tranquila no es un regalo baladí. ¿Cuál te aporta más? ¿No es preferible vivir a elegir la muerte?
Si la ira retorna, en la forma que sea, el pesado telón volverá a caer una vez más, y la creencia de que no es posible que haya paz inevitablemente regresará. La guerra se volverá a aceptar una vez más como la única realidad, y ahora tendrás que blandir tu espada nuevamente, aunque no te hayas dado cuenta de que ya la habías depuesto. Pero al recordar, aunque solo sea vagamente, cuán feliz eras sin ella, te darás cuenta de que antes ya debiste haberla blandido para defenderte. Detente entonces, solo un momento, y piensa en lo siguiente: ¿prefieres el conflicto o la paz de Dios sería una opción mejor? Una mente tranquila no es un regalo baladí. ¿Cuál te aporta más? ¿No es preferible vivir a elegir la muerte?