viernes, 28 de octubre de 2016

Este regalo

Y me ha dicho: «Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. 2 Corintios 12;9
Hace varios años, escribí un ensayo sobre mi colección de diferentes bastones y trípodes, y pensaba que algún día, quizá tuviera que usar un andador para caminar. Bueno, ese día ha llegado. Una combinación de problemas lumbares y neuropatías periféricas me han dejado empujando un andador de tres ruedas. No puedo hacer caminatas, ni pescar ni hacer muchas cosas que me encantaban.
Sin embargo, estoy tratando de aprender que mi limitación es también un regalo de Dios, y con este regalo tengo que servir. Este regalo y no otro. Lo mismo se aplica a todos nosotros, sean nuestras limitaciones emocionales, físicas o intelectuales. Pablo llegó a decir que se gloriaba en su debilidad, para que se manifestara en él el poder de Dios (2 Corintios 12:9).
Considerar de este modo nuestras limitaciones nos permite cumplir nuestras obligaciones con confianza y valor. En vez de quejarnos, sentir lástima de nosotros mismos o aislarnos, nos ponemos a disposición del Señor para cumplir con sus propósitos.
No tengo ni idea de qué planea Él para ti y para mí, pero no debemos preocuparnos. Nuestra tarea hoy es aceptar las cosas como son y estar contentos. En el amor, con la sabiduría y la providencia de Dios, esta situación es lo mejor para mí (nosotros).

Señor, confío en que me darás todo lo que hoy necesito.
El contentamiento te permite crecer donde Dios te ha plantado.

El hombre que plantó miles de flores para que las oliera su esposa ciega

Un descomunal gesto de amor que supuso dos años de trabajo constante. «La medida del amor es amar sin medida». No existen límites ni imposibles.
Un japonés ha cultivado un inmenso jardín de flores para que su esposa invidente pudiese olerlas, en Shintomi, en la provincia de Miyazaki.
Allí es donde viven el señor y la señora Kuroki, dos granjeros de avanzada edad, rodeados de un mar de rosas que atrae a más de 7.000 visitantes cada año.
No es un espacio público, sino el jardín de su domicilio particular. Una preciosa alfombra que el señor Kuroki decidió elaborar cuando la ceguera, además de robar la vista a su esposa, le dejó también sin la sonrisa.
La historia que conduce a la maravilla que vas a ver en vídeo, comienza en 1956, cuando la pareja recién casada decidió trasladarse a ese hogar. Tuvieron dos hijos y vivieron felices durante varios años, hasta que la salud de la señora Kuroki se deterioró. Unos problemas de vista derivados de su diabetes se agravaron hasta dejarla completamente ciega. Fue un durísimo golpe para toda la familia.
La mujer, deprimida, se volvió huraña y se recluyó en el interior de su casa, negándose a salir más allá de lo estrictamente necesario. El señor Kuroki no podía soportar ver el sufrimiento de su amada y comenzó a cavilar, buscando maneras de animarla. Fue así como apareció en su mente uno de los regalos que todo enamorado ha hecho alguna vez: flores. Pero Kuroki sabía que no bastaría un ramo. Necesitaría muchas, muchísimas flores.
Kuroki empezó a plantar semillas de ‘shibazakura’, una especie marcadamente aromática. Pronto comprobó que el olor de las flores atraía a su esposa hacia el exterior y se afanó en su tarea: no paró de trabajar durante dos años, hasta cubrir totalmente de rosas su jardín. Y así es como ha logrado sacar de la depresión y del encierro al amor de su vida, que vuelve a sonreír a diario. Desde luego, le sobran motivos para hacerlo.
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 1 Corintios 13; 4-8

No Son Muchos

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No son muchos, pero Dios los puso ahí para ayudarnos y brindarnos su hombro cuando más los necesitamos, para hacerme comprender un poco más el calibre del amor de mi padre celestial.
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia. -Proverbios 17:17
No son muchos pero Dios los puso ahí.
Un poquito más cercanos, me los regaló a mí
para hacerme comprender un poco más
el calibre del amor de mi Padre Celestial.

No son muchos, pero no los hay mejores en la tierra,
sin temor a los leones en la arena,
solo pendientes de que alguien me proteja
aunque el precio sea mayor.

Son amigos y no tengo que dar nombres ni apellidos,
porque ellos mismos ya se saben aludidos.

No son muchos pero Dios los puso ahí,
peregrinos de otra talla, tan insólitos aquí,
que me respetan y regañan a la vez,
y me quieren como soy aunque me conocen bien.
Están cerca, no me es fácil engañarles
porque llevan mis heridas y miserias en su pecho,
aunque jamás me echan en cara lo que han hecho
aun teniendo una razón.

Son amigos, no hace falta dar sus nombres ni apellidos
porque de sobra ellos se saben aludidos.

No son muchos pero Dios los puso ahí
peregrinos incansables, luchadores de marfil,
forasteros con nostalgia en el hogar,
en sus frentes brilla el sol, en sus manos siempre hay pan,
y en sus labios no hay engaño ni hay traición, porque son sellos
y jamás he visto zánganos mas bellos,
ni me he reído tanto como junto a ellos,
aun en medio del dolor.

Son amigos y no quiero dar sus nombres ni apellidos,
ellos lo saben y se dan por aludidos.

Supera tus errores, vuelve a comenzar

Un error según el diccionario, es algo equivocado o desacertado. Puede ser una acción, un concepto o una cosa que no se realizó de manera correcta. Partiendo de este punto, habernos equivocado o cometido un error, independientemente del tiempo que haya pasado, recordarlo sin haberlo superado siempre nos traerá, con el recuerdo, un sentimiento de dolor y en ocasiones de impotencia por no poder hacer nada al respecto.
Hay momentos en que quisiéramos tener una especie de máquina del tiempo, para regresar y corregir eso que en el pasado hicimos mal y de lo que hoy vivimos arrepentidos. Tenemos cierta tristeza por no haber hecho lo que en su momento debió ser lo correcto e intentamos cambiarlo, y duele no poder hacerlo, no poder retroceder para evitar ese error cometido, pero duele más vivir cargando con la culpa de todos los errores pasados en el presente.
Todos nos equivocamos, dejaríamos de ser humanos si no cometiéramos errores; algunos fallamos en unas cosas y otros en otras, esa es nuestra naturaleza humana. Sucede que el error lo notamos cuando las cosas ya han pasado, cuando analizamos y el resultado no es el que esperábamos, pero también cuando nos equivocamos nos damos cuenta que nos falta mucho que aprender, y que en ocasiones es la única manera de valorar y comprender las situaciones de la vida.
Duele darse cuenta del error cometido, duele haber tomado una decisión o actitud equivocada, pero detrás de todo el sentimiento está la parte más importante: el aprendizaje que nos ha dejado haber cometido esa equivocación. Aceptar que cometimos un error es el primer paso para superarlo, pues una persona que no acepta que se equivocó difícilmente puede corregir su rumbo, pero el segundo paso es perdonarse a sí mismo; de nada sirve reconocer que cometiste un error si no lo vas a superar, si a cada momento, en lugar de pensar en la lección que recibiste, solamente piensas en que echaste a perder algo importante y no hay nada más que hacer.