martes, 2 de octubre de 2012

Un año después - Reflexión

Esta semana tuve la posibilidad de recordar un episodio de mi vida a través de la experiencia de otra persona. Hace justo un año atrás, en esta misma fecha, vivía una de las crisis personales más difíciles de afrontar. A nadie se lo comenté y decidí incluso no contárselo a Dios por temor a lo que fuera a pensar de mí, como si Él ya no lo supiera o como si algo de lo que yo hiciese pudiera hacer que Él me amara menos, pero bueno, no se puede decir que no lo intenté.
Esta fuerte crisis terminó de manera no muy favorable para algunas personas. Sufrieron mucho por causa mía y yo terminé exhausta, sin ganas ni voluntad para nada. En medio de esta montaña rusa de emociones nada parecía mejorar. Cuando pasó un poco el tiempo bajaron las revoluciones y todo entró en una aparente calma que se mantuvo con el correr de los meses. Sin embargo, no había vuelto a pensar en este estado ni en esta etapa hasta hace poco tiempo atrás, hasta que alguien vivió una situación muy similar a la que les menciono.
Lo que más me impresiona de todo es lo fácil que olvidamos las circunstancias por las que pasamos, lo rápido que olvidamos los momentos en que Dios nos ha sostenido con Su mano poderosa y cómo nos ha enseñado a partir de esa circunstancia. Hoy miro atrás, sólo un año atrás, y me doy cuenta de que soy una persona totalmente distinta. Por fuera sigo siendo exactamente igual, exactamente igual de pequeña para quienes me conocen, pero por dentro algo cambió y cambió para siempre. Este cambio fue positivo, me hizo crecer, pero también generó mucho dolor. A veces crecer duele y aprender cansa. Pero ambos nos acompañan durante el resto de nuestras vidas.

Me gustaría que pudiésemos hacer constantemente el ejercicio de pensar quiénes éramos hace un año atrás a partir de la fecha en que, por ejemplo, lees este devocional. Tal vez no recuerdes el día exacto, pero sí el mes o la época. Tal vez recuerdes tus circunstancias y puedas verte cómo estabas en ese tiempo; siempre he pensado que somos personas en constante cambio, por lo que si te ves exactamente igual que hace un año atrás…algo está ocurriendo. Te invito a pensar en esto de manera permanente: Dios es un Dios de cambios y de avance, no es un Dios estático. Si nosotros fuimos creados a Su imagen y semejanza, está en nuestro ADN la posibilidad de cambiar. Atrevámonos, Dios se mueve con los que se mueven.

Poly Toro

Viviré para tu Gloria - Reflexiones con Vídeo

En mi corazón hay una pasión

que me hace rendir mi vida en adoración
Y en el secreto de tu presencia yo quiero

estar, yo quiero adorar
Y en el secreto de tu presencia yo quiero

estar, yo quiero adorar
Amado Dios y único señor

mi roca y castillo, en quien confiaré
Aliento y vida, mi seguridad.
Yo viviré para tu gloria señor.

En mi corazón hay una pasión

que me hace rendir mi vida en adoración
Y en el secreto de tu presencia yo quiero
estar, yo quiero adorar

Y en el secreto de tu presencia yo quiero
estar, yo quiero adorar.

Amado Dios y único señor

mi roca y castillo, en quien confiaré

Aliento y vida, mi seguridad.
Yo viviré para tu gloria señor.

Yo viviré, yo viviré para tu gloria,
 yo viviré, yo viviré 
para tu gloria.

Amado Dios y único señor
mi roca y castillo, en quien confiaré
Aliento y vida, mi seguridad.
Yo viviré para tu gloria señor.



Diré, ¡Gracias Por Todo Papá!

“Y así andaré alrededor de tu altar, oh Señor, para exclamar con voz de acción de gracia, y para contar todas tus maravillas. Salmo 26:6,7
En medio de fuerzas y acontecimientos demasiado grandes para que nosotros solos forcejeemos con ellos se nos presenta, sentimos, un mensaje intimidatorio de aislamiento. Empequeñecidos frente al tamaño del universo, la incertidumbre del futuro, las necesidades de comida y amistad, somos como ese estudiante de primer año de bachillerato que acaba de cambiarse de ciudad y está de pie frente a su nueva escuela el primer día de clases sin conocer a nadie.
Nos puede suceder cualquier cosa. Ahí es cuando queremos saber con certeza que no estamos solos. Adorar es una forma de agradecer al Señor por estar con nosotros más cerca de lo que cualquier otro amigo podría estarlo alguna vez .
En el corazón mismo de la adoración y la alabanza está la acción de gracias, gratitud al Señor por todo lo que ha hecho y por todo lo que es. Con la adoración reconocemos la mano del Señor en nuestra vida y le decimos cuán contentos estamos por ello. Es sencillo y espontáneo como las gracias expresadas a un padre por un niño que acaba de pescar su primer pez:
“Gracias por traerme a pescar, papá.”
Hay tanto dentro de estas palabras atesoradas durante años por el padre que se convierten en el punto culminante del viaje.
La adoración no es el reconocimiento de un desconocido; es el agradecimiento de un niño para quien el padre ha dispuesto y hecho muchas otras cosas. Aunque el niño en realidad nada sabe sobre las preparaciones para el viaje, mucho menos para la vida diaria en el hogar. Una vez que hayan regresado el padre considera las simples gracias como la suficiente recompensa por todo. Casi ninguna otra cosa puede hacer que un padre se sienta tan exitoso en su vida.
Así es como Dios recibe nuestra adoración. Es como decir: “Gracias, Papá. Te amo”. Aunque posiblemente nuestra adoración no pueda abarcar todo lo que el Señor es o todo lo que ha hecho por nosotros, Él la recibe como Su honra más preciada.
Los ángeles claman en adoración majestuosa todo el tiempo, pero al Señor le encanta el sonido de nuestra simple adoración más que todos los himnos angelicales que pudieran cantarse alguna vez.
Hoy le diré "gracias Papá por todo lo que has hecho por mí".
Señor, Tú eres mi padre y puedo decirte en este día: “Gracias Papá por amarme y darme oxigeno cada día, por tu amor incomparable y por tus flores cada primavera. En el nombre de Jesús. Amén.

¿Cómo se recibe a Cristo? - Evangelismo - vídeo


Hay una frase que se debe repetir en cada respuesta como solución fundamental para resolver los problemas que se  presenten.  Es una frase clave para todos los problemas de la vida, y es la siguiente: "USTED TIENE QUE RECIBIR A CRISTO EN SU CORAZÓN".
¿Qué significa esta frase?, ya que usted, al igual que millares de personas, se preguntará: ¿Pero qué es eso de recibir a Cristo?  
 
Dicha frase está basada en las enseñanzas de la Biblia, la Palabra de Dios. Cuando alguien le ofrece un regalo usted le estrecha las manos y, con una sonrisa en sus labios, le dice: "¡Muchas, muchas gracias!"


Y si se trata de un ser querido seguramente le dará un abrazo y un beso en señal de gratitud. Luego abre el paquete, admira su contenido y lo usa.

Recibir a Cristo en el corazón es como recibir un regalo de Dios. Dice la Biblia en Romanos capítulo 6: "La paga del pecado es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna en Jesucristo".
 
Si usted recibe a Cristo por la fe en su corazón y le dice: "Señor Jesucristo yo te acepto y te recibo como mi Salvador y Señor", está recibiendo el regalo de Dios, cuyo contenido es la vida eterna en el poder de Cristo.
 
La vida eterna no es algo que se consiga únicamente al morir, sino que es vida rebosante que puede obtenerse aquí, ahora, en este momento. Y se consigue cuando uno obedece lo que dice la Biblia; cuando pone su fe y su confianza en Dios, que le ama, y le da a Él gracias por ese regalo maravilloso que es Cristo. Él nos da vida en abundancia, como Él mismo lo expresa en el Evangelio de San Juan capítulo 10: "Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia".
 

Haga ahora mismo la siguiente oración: "Dios Todopoderoso, durante toda mi vida me has estado ofreciendo a tu Hijo Jesucristo como el regalo que me puede traer paz, gozo y sabiduría.  Ahora quiero recibirle en mi corazón, y aunque no entiendo todo perfectamente, deseo servirte y obedecerte por el resto de mi vida".







Compasión - devocional

A veces vivimos en medio de un pueblo cristiano que no conoce o no utiliza la palabra compasión. Estamos tan acostumbrados a ser duros con las personas, a darle la espalda a los que pecan y son descubiertos, a desechar a aquellos que ya no nos son útiles, que convertimos, sin darnos cuenta, el cristianismo en un “club exclusivo para perfectos”.
Yo no soy perfecto, pero sí soy perdonado y estoy siendo transformado cada día de mi vida, y esa obra que Dios comenzó cuando le abrí mi corazón terminará el día en el que Él venga por nosotros.
Siendo sincero a mí me costó mucho poner en práctica la palabra compasión; crecí en un ambiente cristiano en donde me exigían que fuera perfecto en todo, en mi manera de vestir, de hablar, de comportarme y hasta de peinarme el cabello. Era una insistencia tal que, al ver que otros no cumplían con dichos requisitos, tendía a pensar que no eran cristianos o que no habían tenido un encuentro real con Dios.
Fui muy duro con algunas personas que “no daban la talla”, según yo; hoy en día me doy cuenta de lo equivocado que estaba, de lo duro que fui sin tener razón alguna para serlo y de los errores que cometí pensando en su momento que hacía lo correcto.
A veces con nuestros inventos sobre la vida cristiana lo único que hacemos es cerrarle la puerta a las personas para que conozcan a Jesús, ya que, al crear un estandarte tan elevado de vida cristiana, lo único que provocamos es que la gente se dé cuenta de que no podrá llegar a “ese nivel” que predicamos, y con ello lo que la gente hace, lejos de acercase a Dios, es alejarse de Él y darse cuenta que no pueden pertenecer a ese grupo de personas “súper perfectas”.
Yo predico un evangelio no para los perfectos, sino para los que no lo somos, para aquellos que reconocemos que necesitamos a Dios cada día, para aquellos que reconocemos que todos los días tenemos una oportunidad más para intentar agradar a Dios y que si en algún momento fallamos, tenemos, gracias a su misericordia, la oportunidad de reivindicarnos e intentar ser mejores para Él; pero esa intención sólo puede nacer de un corazón que es agradecido y que ama al Señor, no por una imposición ni por una amenaza, sino por una decisión que proviene del darse cuenta de lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará en nuestra vida.
¿Cómo estás tratando a los que les es difícil agradar a Dios? ¿Estas desechando a los que pecan?, ¿Les das la espalda a los que fallan?, ¿Te olvidas de los que un día te fueron útiles para la obra pero ahora ya no?, ¿Cómo son tus actitudes hacia esa clase de personas que no constituyen el “estandarte” que tú necesitas?, ¿Les ignoras? ¿Les desprecias? ¿Les cierras las puertas?
A veces deberíamos reflexionar un momento sobre nuestras actitudes hacia nuestro mismo pueblo, hacia nuestro mismo cuerpo, porque estamos siendo demasiados duros; en lugar de restaurar, estamos terminando de sepultar, en lugar de levantar, les dejamos en el suelo, no estamos teniendo compasión con la gente.
Al leer la Biblia deberíamos tomar ejemplo de nuestro Señor Jesucristo en cuanto a su compasión hacia las personas:
Compasión por los perdidos y confundidos:
“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” Mateo 9:36 (Reina-Valera 1960)
Compasión por los enfermos y necesitados:
“saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos.” Mateo 14:14 (Reina-Valera 1960)
Compasión por los hambrientos y débiles:
“Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino.” Mateo 15:32 (Reina-Valera 1960)
Si queremos vivir y reflejar un verdadero evangelio tenemos que tener compasión de la gente, no hemos de ignorar el pecado o acariciarlo, ni mucho menos reprender a los que fallan; hablamos de compresión, de amor, de ayuda, de restauración, ¡De eso hablamos! Pero para ello necesitamos tener primero compasión para poder actuar.
Hay un consejo que el Apóstol Pablo da a los Gálatas que deberíamos tener muy presente nosotros a la hora de juzgar o querer reprender las acciones de otros,; el Apóstol Pablo aconsejó lo siguiente:

“Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, sólo te engañas a ti mismo. No eres tan importante. Presta mucha atención a tu propio trabajo, porque entonces obtendrás la satisfacción de haber hecho bien tu labor y no tendrás que compararte con nadie. Pues cada uno es responsable de su propia conducta.”

Gálatas 6:1-5 (Nueva Traducción Viviente)
Hoy quiero invitarte a dejar de desechar o ignorar a los que fallan, a los que pecan, a los que realmente les cuesta ser fieles a Dios. En su lugar ayúdales, ámales, ten ojos de compasión para ellos, restáurales con ternura y humildad, sabiendo que en cualquier momento nosotros también podemos cometer errores semejantes.
Trata a cada persona como te gustaría que te trataran si estuvieras en su lugar y no olvides que estamos aquí para restaurar, para ayudar, no para criticar y derribar.
Vivamos cada día sabiendo que cada uno de nosotros tenemos áreas difíciles de sobrellevar, que a lo mejor no son públicas pero sí privadas; por ello tengamos compasión los unos de los otros. En lugar de criticarnos entre nosotros, ayudémonos a salir adelante en todo y con ello agradar a Dios.
Si ves a alguien que ha caído, no le pisotees ni le ignores, detente, extiende tu mano, levántale, ayúdale a curar sus heridas y llévale nuevamente a la cruz del calvario para que Cristo pueda restaurar esa vida nuevamente y por completo, y entonces allí comenzarás a hacer lo que Dios quiere que hagamos nosotros, sus hijos. Ya que somos hermanos e hijos de un mismo Padre tratémonos y vivamos como tales.

¡TEN COMPASIÓN!