La violencia de la que nos habla la Palabra no es la violencia física, sino que más bien trata del esfuerzo que todo creyente debe hacer para conseguir entrar en el reino de los cielos, es decir, para poder alcanzar las bendiciones que el Señor tiene preparado para cada uno de sus hijos. No se trata de demostrar nada delante de Dios, se trata simplemente de humillarse delante de Él, se trata de reconocer que todo lo que poseemos es por la gracia y bondad del Señor, ya que nada lo logramos por méritos propios, no, así es como Dios nos bendice, y debemos reconocerlo y agradecerle por todo lo que poseemos, nuestra familia, el trabajo, los bienes, los alimentos, etc. Humillarse delante de Dios es una forma de darle honra y gloria, ya que de esta manera reconocemos la majestad y poderío de nuestro Creador, y también reconocemos que delante de Él somos insignificantes.
Cuán equivocado se encuentra el hombre que tiene esta mentalidad, que se esfuerza al máximo por alcanzar algo al precio que sea, por el simple hecho de poder igualarse a otros o que le alaben por lo que posee. Cuánta vanidad y cuánta superficialidad; el hombre está cayendo en la era del consumismo. Aquí cabe preguntar ¿Dónde están aquellos hombres que sabían vivir de forma sencilla, en paz, y agradecidos con Dios, por favor, dónde están? Desafortunadamente los tiempos han cambiado; la modernidad ha hecho que el ser humano vuelva la mirada hacia la tecnología, hacia el avance científico, a las ofertas glamurosas...; y tristemente se ha olvidado de Dios, del Creador, del Proveedor, del Sanador, todo por seguir en la loca carrera del avance en todos los aspectos materiales, tratando de no quedarse fuera de todo adelanto.