La verdadera prueba del carácter y de la vida espiritual de una persona no es lo que hace en los momentos extraordinarios de su vida, sino lo que hace en el diario devenir de ella, cuando nada grande o emocionante sucede.
En el siglo XVI existió un monje a quien llamaban Hermano Lorenzo. Este monje expresó una gran verdad que debe ser aceptada y practicada por cada uno de los cristianos del siglo XXI. Afirmó: "Para mí el tiempo de actividad no es diferente del tiempo de oración. El bullicio y las presiones de la vida diaria no me hacen perder el sentido de la presencia de Dios, ni la paz y tranquilidad que Él me da".Como se puede ver, Lorenzo no sentía urgencia alguna por retirarse en soledad para encontrarse con Dios, para adorarlo y tener con Él comunión y compañerismo. Se encontraba con Él en cualquier actividad que realizaba. Esta es la clase de vida que Jesús desea para cada uno de sus seguidores.
La Biblia habla de varios hombres que practicaron la presencia de Dios. El primero que menciona es Enoc, de quien se dice que caminó con Dios. También tenemos el caso de José, del cual se dice que el Señor estaba con él en todo cuanto hacía. Podríamos mencionar también a Moisés, que se sostuvo viendo al invisible. De Eliseo se dijo que vivía como en la presencia de Dios. El apóstol Pablo, por su parte, puso los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe.