Había una vez un señor sin recursos que se dijo a sí mismo: seré millonario un día, ya estoy harto de tanta pobreza.
Empezó vendiendo naranjas en un lugar público donde solo había personas de igual clase que él. Las naranjas las conseguía a 30 céntimos y las vendía a 1 euro.
Empezó vendiendo naranjas en un lugar público donde solo había personas de igual clase que él. Las naranjas las conseguía a 30 céntimos y las vendía a 1 euro.
No tardó en construirse un imperio, pero había un problema: él quería ser el mismo de siempre, gastar poco y ganar mucho. Pero por abrazar este deseo ocurrió algo. Cuando un indigente le pedía una naranja gratis, él le decía: trabaja y gánate el sustento, y cuando un niño le dijo: señor, fíjese que sólo tengo 1 céntimo ¿cree que puedo comprarle una naranja?, él le contestó: –debes pagar el precio que cuestan las cosas,... ¡no!
El naranjero llegó a superarse tanto en la materia, que cuando compró su primer coche lo guardaba y cuidaba tanto, que prefería mejor usar los autobuses, ponía su coche en punto muerto en las bajadas de las carreteras para ahorrar combustible, y no se compraba nada para no gastar. Llegó el momento en que se enfermó por no comer bien y trabajar mucho, y no quiso ir al médico porque decía que los médicos cobraban mucho, a pesar que podría pagar con facilidad, pero era de dura cerviz para dar.
Estaba dispuesto a curarse por sí mismo solo con el saco de dinero que ahorró. Su deleite era contar su dinero y meterlo cada semana en el banco. Se convirtió en un prestamista muy ambicioso, prestaba con intereses altos y usurpaba las propiedades antes de tiempo; cambiaba con su abogado las escrituras antes que nadie las deshipotecase y amenazaba a los deudores enviando algún sicario.