
Pero entre toda esta vorágine de mensajes también los hay de esos que provienen desde lo profundo del corazón y su destino es lo más hondo de las almas. Esos que el mundo tiende a rechazar pero que vienen impregnados con esa impronta inconfundible de Cristo. Ese grato olor fragante, ese bálsamo para el alma que trae consigo la paz y la dulzura de la incomparable unción del Espíritu de Dios.
Pero… ¿cómo hacen estas personas para decir lo que dicen? Pues bien: no hay secretos. Los mensajes más auténticos y profundos son los que muchas veces provienen del dolor… o en todo caso, de un corazón quebrantado, que no es lo mismo, aunque el efecto final sea bastante parecido.
Un corazón quebrantado está literalmente desnudo, expuesto en todo su ser. Adán en el Paraíso, le dijo a Dios: “-Estaba desnudo, tuve miedo y me escondí.” No le dijo: “-Me dio vergüenza, sentí pudor”, o cosas por el estilo. ¡Se dio cuenta de que todo su ser había quedado expuesto ante la mirada de Dios y eso le causó un gran temor!
Desnudar el alma no es cosa sencilla. Pero cuando el corazón se quebranta ante Dios, es cuando quita los cerrojos y abre finalmente las puertas de su alma para que Cristo ilumine con su luz. Tal vez lo que se ve no sea propiamente bonito, expresado en términos elegantes, pero es necesario que así sea.
La mujer que trajo la vasija de alabastro con el perfume de nardo puro ante Jesús podría haber vertido simplemente su contenido. En cambio optó por romperla. Por ello otra vez digo: cuando el corazón se quebranta se rompen los cerrojos del alma, ilumina la luz de Cristo y se libera el perfume del alma como un prisionero sin sus pesadas cadenas que lo atan a este mundo.
Cuando un corazón se quebranta, es cuando está en condiciones de ver y de percibir lo que los otros no pueden ver ni sentir más allá de los sentimientos y de la razón. Se descubre la empatía, la comprensión y un hombro presto para servir de apoyo al dolido, para llevar consuelo a un corazón quebrantado.
Estos mensajes, entre tanta vorágine superficial e interesada, entre tanta apatía e indiferencia, no pueden pasar inadvertidos toda vez que tienen un único y exclusivo canal: la bella unción del Espíritu de Dios.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
(1 Corintios 2:2-5 RV60)