Desde hace tiempo, en la ciudad donde vivo, el transporte público de pasajeros tiene instrumentado un sistema de trasbordo. El pago del pasaje se realiza de forma electrónica por medio de una tarjeta chip y ésta permite utilizar y combinar dos circuitos diferentes, incluso de distintas empresas, por el valor de un sólo billete o pasaje.
Es muy interesante y ventajoso el servicio, ya que uno puede acceder y combinar dos recorridos distintos del modo en que mejor le convenga, de tal manera que puede bajarse del transporte lo más cerca posible de su destino con el valor de un solo billete.
Para muchos esto ha sido una bendición, ya que cada día deben abordar dos circuitos diferentes de distintas empresas, para poder llegar a su lugar de trabajo y otro tanto para poder regresar a casa, lo que presupone un gran gasto en transporte.
Pero aún de mayor bendición, es el hecho de que el que sufre de crisis de pánico-vértigo, esta posibilidad de combinación le permite bajar en determinados sitios, descansar, recuperarse y abordar uno nuevo, la mayoría de las veces incluso más cómodo, transporte para llegar a destino. Esto ocurre, independientemente de la posibilidad concreta de abordar un solo medio de transporte de ida y uno solo de vuelta para poder llegar a destino, lo que cualquier persona normal haría normalmente.
Y ya me había olvidado de esto, hasta que ocurrieron dos cosas: un día pude regresar a casa en un solo viaje, cosa que no es común ni habitual, y en otra oportunidad, otro día, me tocó lluvia en abundancia. En el lugar donde vivo llueve unos diez días al año. Pues bien, esa mañana bien temprano, cuando debía irme hacia mi trabajo, llovía. Al volver, no tener la incomodidad de bajarme y caminar hacia otro sitio, para esperar y abordar el nuevo transporte que me llevara de regreso a casa, por una parte, y tener que hacer esto en una mañana lluviosa, me hicieron sentir la diferencia, además de provocar la presente reflexión.