miércoles, 24 de junio de 2015

Justa medida

Mi trabajo es en una institución que ha sufrido en estos últimos cuatro meses, más cambios que en los más de 183 años que tiene de existencia. Esta situación ha generado las más diversas reacciones, y teñidas de una estela de dolor y resistencia a estas transformaciones, muchos de los que allí trabajan, han debido modificar muchas de sus prácticas y se han visto superados por las circunstancias. Sea donde sea que miren ven cambios, cambios y más cambios.
justa medidaEste nuevo escenario para esta gente, presenta también, nuevos desafíos para mí, como pasar de un lugar que era muy familiar y en donde se desarrollaba toda mi vida, donde me sentía necesario, imprescindible y valorado en mi trabajo, a un lugar en donde estoy en constante incertidumbre, con jefes que buscan optimizar recursos y cambiar todo lo que para mí era seguro; supone un tremendo shock para lo que solíamos conocer, y a lo que nos habíamos acostumbrado. 
Hay una tesis, expuesta por Erik Eriklson, psicoanalista estadounidense, muy a propósito, que es el término “generatividad”. Este concepto trata sobre las crisis vitales causadas en las distintas etapas del desarrollo, especialmente entre los 40-60 años, y de nuestra adaptación a las mismas. El adulto debe sentir que aportó, de una u otra manera, a la sociedad o a algún proyecto que le parezca lo suficientemente trascendente, debe sentir que fue “productivo” o, caso contrario, le sobrevendrá una crisis cuyo resultado puede ser una conducta inadaptada, incluso una depresión. Quienes trabajan conmigo están enfrentando esta tarea del desarrollo y se les está haciendo muy difícil.

Un agujero en el techo

Nunca deja de ser asombroso el hecho que se relata brevemente, en el capítulo 2 del Evangelio de Marcos. Cuatro amigos que venían cargando a un paralítico postrado a causa de su enfermedad, querían acercarse a Jesús para presentárselo, y a causa de la multitud, no podían llegar a Él. Entonces, decidieron subir al techo de la casa, hicieron una abertura y por ella bajaron a su amigo para ponerlo ante el Señor.
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Si has tenido oportunidad de ayudar a alguien en parecidas condiciones, sabrás que no es asunto baladí cargar a una persona en ese estado. No obstante, los cuatro amigos fueron mucho más allá. Lo subieron al techo de la casa y por si fuera poco, se tomaron el trabajo de abrir un boquete lo suficientemente grande, como para poder bajar al paralítico a través de él. ¡Brutal esfuerzo!
Por otra parte, también da que pensar la actitud del dueño de la casa. Nada dice la Escritura sobre él, pero tuvo un papel relevante. ¡Hicieron un boquete en el techo de su casa para bajar a una persona! En algún momento, Jesús y la gente se fueron de allí, pero el agujero no desapareció así como así. Alguien se tomaría el trabajo de repararlo. Sin embargo, a pesar de todo, la Escritura no pormenoriza lo suficiente en la actitud de los escribas, salvo del día que se trataba, sábado. No dice en ninguna parte que el dueño de casa hubiera solicitado el auxilio de la fuerza pública, llamado a los soldados, policía, seguridad o como se llamase en esa época, para que retiraran a aquellos “vándalos” que estaban literalmente, rompiendo el techo de su casa para bajar a un desconocido, amigo de ellos.

La mano más rara del mundo

Es una mano rara. Tiene sólo tres dedos: un pulgar y otros dos. Pero estos dos no son dedos de la mano. Son dedos del pie del mismo dueño de la mano. Y el dueño de esa mano es el doctor Francisco Bucio, cirujano plástico de Tijuana, México.
Cuando el terremoto del 19 de septiembre de 1985 azotó la ciudad de México, el doctor Bucio, joven entonces, de veintisiete años de edad, quedó atrapado durante cuatro días enteros con la mano derecha bajo una viga. La única manera de salvarlo fue amputarle cuatro dedos de la mano atrapada.
Tras muchas operaciones, mucha fe, mucha esperanza y horas interminables de agonía y ejercicio, el doctor Bucio, con dos dedos del pie injertados en la mano, volvió a ser el experto cirujano que había sido antes. Sería una mano rara, pero tenía, otra vez, maestría y arte.
Esta es otra historia de una increíble y maravillosa recuperación. El doctor Francisco Bucio, después de sufrir lo que normalmente hubiera sido el fin de su carrera, logró regresar a la cirugía para ejercer su profesión de la misma forma que antes.
Su mano derecha, que con maestría sujetaba el bisturí, quedó destrozada, pero no su fe ni su determinación. El doctor Bucio no se dio por vencido. Venció la calamidad que para muchos hubiera sido el fin de su carrera.

¿Todavía existen los caballeros?

Hoy en día, en la sociedad y en la cultura, ha cambiado mucho la forma de relacionarnos los hombres con las mujeres. Los hombres caballeros, solían elucubrar largos planes para conquistar a una mujer. Pero generalmente, esto ya no sucede así.
¿Correcto? Tú, ¿qué piensas? Quizá sea porque los hombres se han vuelto un poco más haraganes, o que ya no tienen tanto tiempo en su ajetreada agenda para poder cortejar. O puede ser que las mujeres ya no sepan cómo comportarse.
Una canción popular dice:
“Si me dices que si, piénsalo dos veces.
Puede que te convenga decirme que no.
Si me dices que no, puede que te equivoques.
Yo me daré a la tarea de que me digas que si.”

Luego, concluye su coro de la siguiente manera:
“Dime que no,
Me tendrás pensando todo el día en ti,
Planeando la estrategia para un sí.
Dime que no.
Lánzame un sí camuflado.
Clávame una duda
y me quedaré a tu lado.”

Este canto popular, dice a gritos que le digan que NO.

A todo lo que piensa la mujer contemporánea, el hombre cree que le diremos que no, y lo dejemos trabajar a él.