Estoy en un aeropuerto. Aquí la realidad es distinta y cambiante. Personas que vienen y van; repetidos anuncios a través de la megafonía; rostros que denotan felicidad, cansancio, preocupación, curiosidad, tedio… ¡Un mundo dentro de otro!
Mientras mi vuelo sigue retrasado, analizo las distintas situaciones…
Estamos en un sitio de paso. Un viaje, propio o ajeno, atrae a la gente hacia este lugar. Llegan familiares.... Un nuevo viaje de negocios.... Al fin se concretan las vacaciones anheladas.
(Mi vuelo continúa retrasado).
Es un espacio de encuentro. Así lo confirma ese abuelo que acaba de conocer a su pequeño nieto. Lo expresa en su rostro el muchacho que se reencuentra con su novia. Es evidente en la expresión cansada de aquella tripulación que vuelve a encontrarse con su ciudad.
Pero sobre todo, el aeropuerto constituye un destino y un punto de partida. Quienes nos aprestamos a viajar tenemos un objetivo en mente: llegar a destino. Hemos comprado nuestro billete, y cuando llega el momento no deseamos otra cosa más que concretar nuestro propósito. Sabemos muy bien que el viaje no es la meta: es el medio para arribar a un sitio determinado.
(Acaban de anunciar que mi vuelo saldrá dentro de una hora…).