Normalmente nos acercamos a Dios en más ocasiones para pedir que para agradecer, pues aunque sabemos que en la oración es básico el agradecimiento, en muchas ocasiones dedicamos muy poco tiempo a hacerlo, porque suele ser tan grande nuestra necesidad que le damos prioridad a ella, y nos olvidamos casi por completo de todo lo demás que tenemos y por lo que deberíamos estar agradecidos.
Dentro de nuestras limitadas capacidades, a veces es difícil dar gracias en medio de una situación complicada en la que los problemas y necesidades opacaron las bendiciones recibidas. Y es que no existe nadie en el mundo para el que absolutamente toda su vida sea una terrible pesadilla, porque todos, aun en medio de alguna dificultad, tenemos algún motivo por el cual sentir agradecimiento; de hecho, el simple hecho de estar vivos ya es un motivo para dar gracias.
En ocasiones, nuestro agradecimiento es tan superficial que se convierte en una rutina de oración que por costumbre repetimos y decimos de memoria; agradecemos por la familia, pero quizá no con la felicidad que realmente nos da tener una familia completa, un padre y una madre que si nos faltaran dejarían un gran vacío, unos hermanos que, a pesar de las diferencias, si les sucediera algo sería un dolor que sentiríamos como propio, unos hijos que si padecieran una enfermedad nos mantendrían preocupados y con cierto sentimiento de impotencia, y una lista interminable de muchísimas cosas más que por costumbre mencionamos en el “agradecimiento”
El amor, la fe y el agradecimiento son el complemento perfecto en nuestra relación con Dios, pues los tres se relacionan entre sí. Si hay amor, hay confianza y agradecimiento, si hay agradecimiento es porque confiamos en Dios y en su infinito amor.