viernes, 26 de junio de 2015

¿Y por qué necesito yo a Jesús?

Hay personas que consideran su vida tan perfecta, que no tienen necesidad de algo que no sea como el “exitoso bienestar” que las cosas de este mundo les generan. La salud, el dinero, el reconocimiento y los triunfos son más que un aliciente en sus vidas para creerse en el control de todo lo que pasa a su alrededor. Mientras más éxito tienen, más confianza tienen en sí mismos, una peligrosa y egocéntrica trampa. Es la triste realidad de muchas personas en la actualidad; creen que porque son “prósperos” no tienen necesidad de nada más, limitan su existencia al disfrute de la vida y piensan que lo más importante es gozar de los placeres que el mundo les ofrece. Vivir para ellos significa satisfacer sus deseos e incluso no importa lo aberrantes que puedan parecer con tal de que les genere placer.
Cuando te encuentras con una persona así y pretendes predicarle el Evangelio de Jesucristo, con el fin de que comprenda cuál es su verdadera necesidad y el propósito real por el cual fue creada, no puedes dejar de sentir cierto grado de impotencia al saber que su mente está cauterizada por el amor que le tiene a lo que, para ella, representa su mayor tesoro (sus bienes, sus riquezas, sus intereses, etc.).
Es triste que vean a Jesucristo solo como un amuleto de la buena suerte; suerte contraria para los que supuestamente, según ellos, se encuentran en dificultades por no tener la misma condición de bienestar que tienen ellos. Suelen preguntarse ¿Por qué necesito yo a Jesús? ¿Qué me puede ofrecer Él que no tenga ya?  La respuesta es sencilla y fácil de comprender para los que hemos sido libres de tal ceguera espiritual, pero ellos no se disponen para tratar de entenderlo. Sin importar la condición de bienestar que pueda aparentar una persona, si esta no tiene a Jesucristo está muerta, no tiene vida. Y no hay peor desgracia que estar muerto en el espíritu.
Dios nos creó a su imagen y semejanza, a fin de que fuéramos una expresión de la plenitud de su amor, de su santidad y su justicia; sin embargo, a causa del pecado fuimos apartados de su divina presencia y este propósito fue truncado. Por lo tanto, envió a su Hijo Jesucristo para morir en una cruz, para que por medio de Él nuestros pecados fueran crucificados y de esta manera, nuestra relación con Dios fuera restituida. Jesucristo nos reconcilió con Dios, por Él hemos sido perdonados y justificados. Jesucristo nos libró de la ira justa de Dios. Él nos salvó y nos dio la vida pura y sin mancha que una vez el pecado contaminó. Jesucristo murió y al tercer día resucitó para darnos perdón, salvación y vida eterna.

La Mejor Forma de Orar a Dios

Cierto día, un cura católico, un pastor evangélico y un gurú se pusieron a discutir sobre cuales eran las mejores posiciones para orar a Dios, y cerca de ellos, un técnico de una empresa de telefonía los escuchaba atentamente.
"De rodillas es definitivamente, la mejor manera de rezar", dijo el cura católico.

"No", dijo el pastor evangélico," los mejores resultados se obtienen con las manos extendidas al cielo".
"Los dos están equivocados", dijo el gurú, "la posición más efectiva para la oración es tumbado boca abajo en el suelo".
El técnico no pudo contenerse e interrumpió, "hola amigos, disculpen que me meta. La mejor oración que yo hice en mi vida fue una vez que quedé colgado boca abajo, en la cima de un poste de teléfono a 15 metros de altura". 

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Cuando los apóstoles le dijeron a Jesús "Señor, enséñanos a orar", Él no les dijo que debían poner sus cuerpos en una postura en particular o en una posición determinada, pero en cambio, les enseñó que debían llegar a Dios con una actitud de humildad, respeto y dependencia de Él.

¿Qué guía tu vida?

Vi además que tanto el afán como el éxito en la vida despiertan envidias. Eclesiastés 4:4 (NVI)
El hombre sin propósito es como un barco sin timón, un soplo, nada, nadie. 


Todos tenemos algo que guía nuestras vidas.
Los diccionarios definen el verbo guiar como “mover, conducir o empujar”. Da igual que conduzcas un automóvil, claves algo o golpees una pelota de golf, eres tú quien guía, empuja o mueve ese objeto en ese instante. ¿Qué es lo que guía tu vida?
Quizás lo que te guía en estos momentos sea un problema, un plazo o una exigencia. También puede que seas guiado por un mal recuerdo, un temor constante o una costumbre involuntaria. Hay cientos de circunstancias, razones y sentimientos que guían tu vida. 
Veamos los cinco más comunes:
- A muchos los guía la culpa. Se pasan toda la vida huyendo de sus errores y ocultando su vergüenza. Quienes cargan culpas son controlados por sus recuerdos. Permiten que su futuro sea controlado por su pasado, y sin darse cuenta, se castigan a sí mismos, menospreciando sus propios logros. Cuando Caín pecó, su culpa lo separó de la presencia de Dios, y el Señor le dijo: “en el mundo serás un fugitivo errante” . Lo que ilustra hoy a la mayoría de la gente: va por la vida sin ningún propósito.
Sí, de acuerdo, somos el resultado de nuestro pasado, pero no tenemos que ser prisioneros del mismo. El propósito de Dios para ti, no está sujeto a tu pasado. Él, que convirtió a un asesino llamado Moisés en un líder, y a un cobarde llamado Gedeón en un héroe valiente, también puede hacer cosas increíbles con lo que te queda de vida. Dios es experto en hacer borrón y cuenta nueva a la gente. La Biblia dice: ¡Feliz el hombre a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo”.

-A otros muchos los guía la ira y el resentimiento. Se aferran a heridas que nunca logran superar. En vez de sacarse el dolor por medio del perdón, lo repiten una y otra vez en sus mentes. Los que viven motivados por el resentimiento se “enclaustran” en sí mismos e interiorizan su ira; o“estallan”, explotan ante los demás. Ambas reacciones son dañinas e inútiles.
El resentimiento siempre te daña más a ti que a la persona con la que estás resentido. Mientras la persona que te ofendió quizás olvide la ofensa y siga su vida, tú continúas hirviendo de dolor, perpetuando el pasado.
Pero oye bien: los que te hicieron daño en el pasado no pueden seguir haciéndotelo, a menos que te aferres al dolor por medio del resentimiento. ¡Lo pasado, pasado está! Nada lo podrá cambiar. Te estás haciendo daño a ti mismo con tu amargura. Por tu propio bien, aprende de todo eso y libérate. La Biblia dice: “Entregarse a la amargura o a la pasión es una necedad que lleva a la muerte”.

- A otros los guía el temor. Sus miedos pueden ser resultado de experiencias traumáticas, de falsas expectativas, de haber sido criados en un hogar de disciplina rígida o incluso de una predisposición genética. Cualquiera que sea la causa, las personas condicionadas por el temor pierden oportunidades porque temen aventurarse a emprender cosas. Van a lo seguro, evitan riesgos y tratan de mantener su estatus.
El temor es un tipo de cárcel que tú mismo te impones, impidiéndote llegar a ser lo que Dios desea que seas. Debes reaccionar contra eso con las armas de la fe y el amor. La Biblia dice: “La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar”.

¿Hay un Infierno?

Si preguntáramos al hombre de la calle: ¿Hay un infierno?, muy posiblemente nos diría, “¡No Señor, eso es un cuento de mal gusto!” Por lo menos un 70 % de la población humana no cree en la existencia del infierno. Otros no sabrían qué decir. Ahora bien, los que creen en su inexistencia dicen que pueden probar ante la Biblia, que “lo del infierno” es un mito. Desde luego, sobre este particular hay diversas posibilidades de discusión.
UNA ENSEÑANZA FALSA MUY PELIGROSA
Nuestro estudio de investigación bíblica lo iniciamos con una cita muy breve. La encontramos en 2 Timoteo 2.16-18“Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos.”
Estas palabras las escribió el apóstol Pablo. Se aprecia en ellas, que para él no era igual lo que se enseñaba, sino, insistió en ello, la enseñanza misma de la verdad bíblica. El caso es que la cuestión de la resurrección y del infierno son, en cierto modo, compatibles y nunca separables. Representan el fundamento de la fe y doctrina cristianas. El que niega la vida después de la tumba, lógicamente, también niega el infierno como lugar de castigo.
Pero si no hubiera infierno, ¿cómo sería el castigo por el pecado? ¿No sería un término vacío? Toda la vida de sufrimiento y la muerte misma de Cristo carecerían de valor. ¿Qué significarían, entonces, las palabras de Pedro que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12). ¿Para qué necesitaríamos “la salvación”, si no hubiera el peligro de “la desgracia”? Si no hay infierno, y si el hombre no puede llegar a tener tal desdicha, ¿para qué es la salvación?
Es preciso que se predique a una congregación “todo el consejo de Dios” (Hechos 20.27). Y todo “el consejo” incluye también la doctrina del infierno.