¿Alguna vez prometió solemnemente abandonar un mal hábito, para caer de nuevo al poco tiempo, en el mismo? Los sentimientos de culpa pueden llevarle a prometer no actuar de la misma manera otra vez. Usted decide hacer lo correcto, pero el día siguiente el ciclo se repite cediendo a las mismas tentaciones. La derrota le deja preguntándose: ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué no puedo vencer esto? La desesperación por el fracaso repetitivo le produce resignación y confusión. Usted quiere saber y pregunta: Señor, ¿por qué no puedo cambiar?
Todos hemos querido honrar a Dios, pero hemos vuelto a los viejos hábitos pecaminosos casi de inmediato. ¿No se supone que la vida cristiana es liberadora y victoriosa? Después de todo, la Biblia dice. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.17). ¿Por qué, entonces, el pecado habitual se apodera de nosotros? ¿No se supone que Cristo cambia todo esto? Si somos nuevas criaturas, ¿por qué seguimos actuando mal? Nos sentimos totalmente desorientados...
Todos hemos querido honrar a Dios, pero hemos vuelto a los viejos hábitos pecaminosos casi de inmediato. ¿No se supone que la vida cristiana es liberadora y victoriosa? Después de todo, la Biblia dice. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.17). ¿Por qué, entonces, el pecado habitual se apodera de nosotros? ¿No se supone que Cristo cambia todo esto? Si somos nuevas criaturas, ¿por qué seguimos actuando mal? Nos sentimos totalmente desorientados...
El camino a la transformación
Convertirnos en las personas que Dios quiso que fuéramos al crearnos, es un proceso de adentro hacia fuera. O sea, ya que nuestros pensamientos gobiernan nuestras emociones, decisiones, acciones, actitudes y palabras, cualquier transformación duradera debe comenzar con la mente. Si lo único que queremos es modificar nuestra conducta, nunca experimentaremos la victoria a largo plazo. Lo que necesitamos es una nueva manera de pensar.
Esto puede lograrse solamente, con lo que la Biblia llama la renovación del entendimiento (Romanos 12.2). No es una transformación repentina, sino un proceso que dura toda la vida. En el momento de la salvación, el Señor no borra todos nuestros patrones negativos y pecaminosos, así como tampoco elimina definitivamente nuestras imperfecciones físicas. Si usted tenía una cicatriz en su brazo antes de recibir a Cristo, seguramente la seguirá teniendo.
Somos un reflejo de todo lo que hemos estado pensando durante años. Desde el principio se nos enseñó a responder a las situaciones de cierta manera, con un patrón de respuesta particular, y esto tiene relación con cada aspecto de nuestras vidas. En algunos casos, podemos ver cómo las expresiones de las personas, revelan la manera como se han desarrollado sus mentes a lo largo de su vida, grabando en sus rostros su preocupación, dolor o sentimientos de culpa. Mírese en el espejo. ¿Ve usted el gozo de Cristo en sus ojos? ¿O su aspecto delata los efectos destructivos del pecado? La buena noticia es que, dejando de lado sus pensamientos del pasado, Dios puede enseñarle a pensar de manera diferente. Él le da su Espíritu para guiarle en un proceso que produce una restauración real y un cambio permanente.