martes, 2 de septiembre de 2014

Perdonarnos a nosotros mismos

Muchas personas que saben que el Señor las ha perdonado, y que han perdonado a los que las ofendieron, aún no experimentan una verdadera paz. ¿Por qué? Porque no pueden perdonarse a sí mismas. Es nuestro deber hacerlo, si queremos hallar la completa paz.
El perdón está basado en la obra expiatoria en la cruz, y no en nada que podamos hacer. Ni el perdón de Dios ni nuestra comunión con Él dependen de nuestra confesión. La confesión es un medio de liberarnos de la tensión y esclavitud de una conciencia culpable. Cuando oramos: "Dios, Tú eres justo. He pecado contra ti, y soy culpable", logramos liberación.
Nuestra comunión con Dios no se restaura, si no es por la confesión; entonces sí, nuestro sentido de la comunión con Dios es restaurado. Cuando pecamos abandonamos nuestra comunión con Dios, pero Él no se aleja de su comunión con nosotros. Y después, el perdón es nuestro "para siempre" como creyentes. En el momento que lo recibimos como Salvador, Él se convirtió en nuestra vida. 
Pero nuestra capacidad de gozar del perdón, es decir, de disfrutar de una conciencia limpia, está basada en nuestra disposición a reconocer y confesar ese pecado.
Vamos a ver este caso como ejemplo. Una noche, de regreso a mi hogar, en lugar de ir al garaje como de costumbre, estacioné el automóvil al costado de mi casa. Mientras caminaba hacia la puerta delantera, noté que mi otro coche casi nuevo, estaba allí con la parte delantera abollada. Mi hija Becky había estado conduciendo el coche. Yo decidí no decir nada. Cuando entré a la casa, no se dijo nada. Cuando nos sentamos a cenar, no hablamos, y después de un rato, mi hijo Andy dijo:
—Becky, ¿no tienes algo que te gustaría decirle a papá?
Yo noté que Becky estaba callada. Ella no había hablado mucho hasta ese momento. Se volvió hacia mí y dijo:
—Papá, me duele tener que decirte esto. Quiero contarte lo que pasó. Un joven frenó su coche de repente delante de mí, choqué y abollé tu coche. —Y comenzó a llorar.
Yo no dije ninguna palabra hasta que ella terminó de hablar. Entonces le dije:
—Becky, no te preocupes por lo ocurrido.
—¿Quieres decir que no estás enojado?
—¿Por qué habría de estar enojado? Tú no te has hecho daño. El automóvil se puede arreglar. Aunque hubiese sido culpa tuya, no quiero que te preocupes.
Becky es mi hija. Aunque ella hubiera destruido el coche totalmente y no hubiéramos tenido seguro, igualmente la hubiera perdonado. Es mi hija y como tal, camina en perdón total conmigo, no importa lo que haga. Aun así, Becky tenía que "aliviar" su conciencia esa noche. Tenía que sacarse ese peso de encima y contármelo, o hubiera pasado una noche terrible tratando de dormir. Y además tenía que perdonarse a sí misma.

¿No es esto lo que sucede con nosotros y Dios? El perdón nunca está completo hasta que, primero, hayamos experimentado el perdón de Dios; segundo, que podamos perdonar a otros que nos han ofendido; y tercero, que podamos perdonarnos a nosotros mismos.
A menudo la gente dice: "Sé que Dios me ha perdonado. Y estoy seguro de que he perdonado a los que me han herido. Pero todavía no tengo paz en mi corazón. Algo no está del todo bien". A veces este desasosiego puede ser un espíritu que no perdona... a nosotros mismos. Este espíritu que no perdona no está dirigido por Dios por lo que hayamos hecho, tampoco está dirigido hacia otros, por lo que ellos han hecho. No habrá paz en nuestro corazón hasta que no nos perdonemos a nosotros mismos por las cosas malas que hemos hecho. Pero tenemos que estar dispuestos a perdonarnos a nosotros mismos.
Después de que Pedro negó haber conocido a Cristo, "El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó" (Lucas 22:61). ¿Cuántas veces tuvo Pedro que tratar con eso antes de poder perdonarse a sí mismo? Él negó a su Señor en un momento en que Él necesitaba de un amigo más que nunca. Fue el mismo Pedro que había dicho: "Señor, todos podrán negarte, pero cuando lo hayan hecho, tú puedes contar conmigo". Irónicamente, Pedro era con quien Él no podría contar. Pedro tenía que aprender a perdonarse a sí mismo.

Muchos de nosotros nos encontramos (o nos hemos encontrado) en esa situación en nuestra vida. Luchamos con perdonarnos a nosotros mismos por cosas que hicimos en el pasado, y algunos de esos errores sucedieron muchos, muchos años atrás.
La habilidad o capacidad de perdonarnos a nosotros mismos es absolutamente esencial, si es que queremos experimentar paz. 
El problema es que muchos de nosotros no podemos perdonarnos a nosotros mismos. Miramos cualquier cosa que hayamos hecho y pensamos que estamos más allá del perdón, que no lo tendremos nunca. Pero lo que realmente sentimos es desengaño con nosotros mismos, un desengaño que confunde la medida de nuestro pecado con el mérito de nuestro perdón.
El pecado y el perdonarnos a nosotros mismos tienden a asumir proporciones inversas en nuestra mente; o sea, mientras más grande es nuestro pecado, menos perdón a nuestra disposición. De igual manera, mientras menor sea nuestro pecado, más perdón.

¿Evolución o Creación?

¿Hay un Dios en los cielos? ¿Tenemos evidencias para decir que sí? A simple vista, para el investigador superficial, no las hay. Pero el apóstol Pablo afirma que, “las cualidades invisibles de Dios son visibles por sus obras, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1.20). Dios es invisible, pero vemos su realidad en sus obras hechas en el cielo y en la tierra.
Hay leyes que rigen la naturaleza. Pero donde hay leyes, también se necesita a un legislador. Y la Biblia llama al gran legislador, Dios. “El ha hecho la tierra por su poder y el círculo de la tierra ha preparado por su sabiduría, y extendió los cielos por su inteligencia” (Jeremías 10.12). “El Señor Dios fundó la tierra con sabiduría, y preparó los cielos con inteligencia” (Proverbios 3.19). ¿Conoces tú las ordenanzas de los cielos, o defines su dominio sobre la tierra?” (Job 38.33). ¿Por qué siguen funcionando las leyes del universo? Al estudiar a fondo la ciencia, asumimos que las leyes del cosmos son regulares y que seguirán en esa condición. Esto es simplemente una suposición nuestra, sin pensar nada más, consideramos que está establecido así, pero La Escritura nos enseña que Dios sostiene el universo por el poder de su palabra (Hebreos 1.1-3; Colosenses 1.17). Usted ante todo, debería creer en Dios, pues Él es el legislador y el que sostiene a todas las cosas.
Las estructuras y los mecanismos de cada cosa, no han sido construidos por mera casualidad. Se necesita inteligencia, conocimiento, y trabajo para diseñar y construir estructuras y maquinaria. El tiempo es un factor que solo puede producir destrucción, no creación. La arcilla y la madera no producen por sí mismas una casa así como así, por arte de magia. Nada llega a existir por el simple factor tiempo, nada llega a ser por casualidad. Se requiere de una gran inteligencia para crear, diseñar y construir.
Miremos a los pajarillos. Están diseñados para volar; tienen huesos ligeros, delgados y porosos, pues sólo así pueden volar. Sus alas son constituidas de modo que puedan dirigir su vuelo en cualquier dirección, considerando el ascenso y el descenso. Algunos aparatos voladores poseen un sistema solar o de radar. ¿Es esto una consecuencia de procesos evolutivos u obedece al diseño inteligente de un Creador sabio? Las moléculas de DNA, en sus células, contienen la información que ha sido usada para el crecimiento y el funcionamiento de su cuerpo. Esas instrucciones escritas de cada célula, llenarían muchos volúmenes de cualquier Enciclopedia mundial. Más lógico sería creer que, un volumen de enciclopedias es el resultado de una explosión en una imprenta, que creer que el sistema del DNA de las células vivientes se produjera por casualidad, por un mero accidente cósmico.
Los ingenieros han estudiado el cerebro humano a fin de mejorar el diseño de las computadoras. ¿Piensa usted que una computadora puede construirse por sí misma, por casualidad? ¿Quién diseñó el cerebro humano? La materia más alta y sofisticadamente organizada en la tierra es su cerebro. Miles de millones de neuronas se encuentran bien empaquetadas dentro de su cráneo. Sólo Dios pudo haber diseñado y construido el cerebro humano.

El ser que quiero ser

Puede parecer un poco enredado el título de este escrito, pero vayamos desglosando su sentido. 
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En primer lugar, todos somos seres que por un propósito específico vinimos a nacer en este mundo, en este país y en este tiempo; sea cual sea tu nacionalidad o edad, naciste por una razón, y una de las grandes misiones de tu vida es descubrirla.  

En segundo lugar, cada uno de nosotros tiene una idea o imagen de cómo quiere llegar a ser; es como cuando uno es pequeño y los maestros le preguntan “¿qué quieres ser de mayor?”, que las respuestas son variadas y pueden ir desde bombero hasta presidente de la nación. Todos tenemos una idea de lo que queremos ser, lo que muchas veces no tenemos claro es cómo llegaremos a serlo.

Nunca solo - Reflexiones

David, era el hijo de un pastor, amigo mío, que había llegado al hogar para gozo y alegría de sus padres, pero, a poco de nacer, empezó a manifestar síntomas de enfermedad que llevaron a sus padres a recurrir a la medicina.
Tiene una debilidad en el músculo del corazón, dijo el médico, y se ha roto la pared interior del mismo, de modo que la sangre no se purifica pues se mezcla la sucia con la limpia. No sobrevivirá, es muy débil.
Todos lloraban esta desgracia, la madre, los abuelos, los amigos.
La Iglesia oraba, pero, el diagnóstico era tan adverso que la fe de muchos estaba debilitada.
De pronto, su padre se sentó al lado de la cunita de David, e hizo algo que a todos le pareció de poca cordura.
Tomó su guitarra, y se puso a rasguear algunos acordes. Más de alguno pensó: “está perdiendo el juicio a causa del dolor”.
Pero de pronto, y a pesar de que su voz no era muy audible, los labios del padre de David empezaron a cantar:
SOLO NO ESTOY,... JESÚS ESTÁ A MI LADO,... AMIGO FIEL QUE NO ME DEJARÁS.
Prosiguió, y mientras lágrimas salían de sus ojos cerrados, él seguía cantando este himno, mezcla de oración y testimonio.
Terminó la tercera estrofa, y, empezó otra vez con la primera, y de pronto, todos los presentes empezaron a acompañarle en voz baja para no importunarle.

El honesto Abe

Abraham Lincoln, famoso Presidente de los Estados Unidos, mucho antes de llegar a ese cargo ya tenía renombre dentro de su comunidad por su honestidad.
De joven trabajaba en una tienda de almacén y ventas, y se cuenta que una noche después de cerrar, mientras revisaba sus ventas, se percató de que había dado el cambio incorrecto a una señora, que vivía a unos cinco kilómetros. Sin importar la hora ni que el camino era de tierra, fue hasta su casa a devolverle los aproximadamente seis centavos que le debía. Tal vez la señora nunca se hubiera percatado de esos centavos, pero él fue a devolvérselos. Y  hay otras historias más que acreditan cómo Lincoln se ganó el título de “Honesto”.
Su integridad fue reconocida por todos los habitantes de su comunidad. Cuando llegó a ser presidente luchó por abolir la esclavitud a lo largo de su país y finalmente, fue asesinado por un hombre que no estaba de acuerdo con su política y la libertad de los esclavos.
Linconl no esperó a ser Presidente para tomar decisiones importantes, desde su juventud su carácter lo hizo destacarse.
Dios está buscando personas comprometidas, con carácter, que sin importar si son seis centavos o miles de dólares, sean capaces de hacer lo correcto y devolvérselos a su dueño, que sin importar si la gente esté o no de acuerdo, hagan lo correcto y defiendan sus ideales, sus creencias, aún a costa de su propia vida.