La naturaleza siempre nos muestra su lado más violento en ciertas situaciones, como cuando cambia de dirección, y descarga toda su furia en lugares que se encuentran cerca de los mares, lagos o ríos. En ello podemos apreciar que cuando el poder de la naturaleza despierta, no hay nadie que pueda contenerla, ya que en ella se manifiesta el poder de Dios. Bíblicamente las olas se interpretan como sinónimo de problemas en la vida de todo ser viviente, y la tormenta viene siendo todo un cúmulo de situaciones adversas, que sirven para probar la confianza y la fe de todo ser humano.
Es precisamente en esos momentos cuando vemos la magnitud de los problemas y sentimos que nuestra barca está a punto de zozobrar, y nosotros juntamente con ella. Entonces muchos desfallecen y dejan de luchar, bajan los brazos y se dan por vencidos; pero otros toman el reto y ven más allá del horizonte, redoblan sus esfuerzos, adquieren mayor confianza y se disponen a sacar el agua de su barca; no ven cuán enorme es el problema, no piensan en rendirse, no están dispuestos a perder lo que es suyo; luchan con todo su ser para conservar lo que les pertenece.
¿Alguna vez has visto lo que un marinero hace cuando se enfrenta a una mar embravecida, donde no hay nadie alrededor a quien pedir ayuda, donde únicamente está él y el resto de la tripulación, y enfrente se encuentra el gran desafío? ¡Se llena de valor, no ve el tamaño del oleaje, aprieta la mandíbula, saca fuerzas de flaqueza y se dispone a vencer y llegar a la otra orilla! No te puedo negar que por un momento pasa por su mente el temor, sin embargo, lo supera y éste le inspira para triunfar.