TEXTO BÍBLICO: ROMANOS 3:21-26
Si este día le preguntaran cuáles son los tres principales problemas que quisiera
resolver en su vida, ¿qué respondería?
Seguramente muchos dirían: El problema de la pandemia, el problema de la crisis
económica que puede venir después, el problema de haberme quedado sin trabajo en
este período, el problema de las deudas acumuladas en esta época, etc.
Ciertamente esos son problemas reales e importantes de resolver, pero son problemas
terrenales, problemas que podemos resolverlos de alguna manera nosotros mismos como seres
humanos.
Pero hay otros problemas que nosotros como seres humanos, no tenemos
forma de resolverlos. Son problemas que tienen que ver con la eternidad, que tienen
que ver con nuestra salvación o nuestra condenación eterna, es decir, no son
problemas terrenales sino espirituales.
Esos problemas fueron resueltos hace más de dos mil años en un lugar llamado El Calvario, el lugar de la Calavera, allá en Jerusalén, en ese lugar en el cual el hijo de Dios
murió en una cruz, cargando con los pecados de la humanidad para poder darnos salvación
y vida eterna; en ese lugar en el cual sus últimas palabras fueron: ¡Consumado es!
Para nosotros hoy, esas palabras significan: PROBLEMA RESUELTO, la deuda está
pagada, la cuenta está cancelada.
Pero, ¿cuáles son esos problemas reales que fueron resueltos en la cruz?
a) Nuestra culpabilidad a causa del pecado. No podíamos justificarnos ante Dios, el
juez justo.
b) Nuestra esclavitud del pecado; éramos esclavos del pecado, no podíamos
liberarnos por nosotros mismos.
c) La ira de de Dios. Por nuestra culpabilidad a causa del pecado en nuestra vida, somos merecedores únicamente de la ira de Dios.
Veamos de qué manera nuestro Señor
Jesucristo resolvió esos tres problemas imposibles de resolver por nosotros mismos, en
la cruz del calvario.
Nuestro objetivo como Iglesia es llevar a la gente a la fe en Jesús e integrarla en la familia de Dios. Y que nuestro carácter se parezca al de Cristo, glorificando a Dios y sirviendo en toda buena obra.
martes, 2 de junio de 2020
Dios es mi fortaleza
“Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” (Salmo 18:1-2)
No podemos confiar en nuestra fuerza. No podemos afrontar los peligros de la vida espiritual y las persecuciones a causa de Cristo, si solo disponemos de nuestras fuerzas.
En la medida en que confiemos cada vez más en Dios, la fuerza del Señor suplirá nuestra debilidad y nos dará lo que necesitamos para resistir. Pidamos con confianza esta fuerza, para encontrar en Dios el refugio donde estar seguros.
I. La fuerza de Dios es la fuerza del creyente (verso 1)
Las fuerzas del hombre son limitadas. No podemos fiarnos únicamente de nuestra fuerza para afrontar las dificultades y para resistir a la tentación. Pero nuestra fuerza espiritual no tiene su raíz en nosotros. Si no la cimentamos en Dios, somos como un árbol sin la capacidad de crecer y desarrollarse (verso 1).

Si no hacemos que desaparezca el hombre viejo y renacemos en el Espíritu Santo, no bastarán nuestras fuerzas para luchar contra el pecado. Debemos morir a la soberbia de creer que todo es mérito nuestro.
Y cuando reconozcamos que nada podemos por nosotros mismos, dejaremos de temer la derrota. Porque desde ese momento alcanzaremos la victoria fortalecidos en Cristo, y venceremos al mundo que nos combate (2 Corintios 12:10).
Esto no significa que no tendremos que esforzarnos nunca más. La fuerza de Dios actúa en nosotros cuando nos enfrentamos a los obstáculos que quieren alejarnos de Él. Debemos poner de nuestra parte, el fortalecimiento de la fe, no dejando que nada nos haga decrecer nuestra confianza en Dios. Si entregamos a Dios nuestra debilidad, Él nos devolverá su fortaleza, pero antes tenemos que tomar la determinación de servirlo (1 Corintios 16:13).
Agradecido
La Biblia nos exhorta a tener un corazón agradecido. Dad gracias en todo porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. 1ª Tesalonicenses 5:18
Muchas personas no tienen un espíritu agradecido; al contrario, creen que todos tienen que servirles y darles lo que necesitan.
Un día Jesús caminando por las calles de una ciudad, fue detenido por 10 hombres leprosos que le pedían el toque sanador y compasión por ellos, y Jesús los sanó. Estos leprosos regresaron a sus casas y en el camino notaron que la lepra había desaparecido, y solo uno de ellos volvió a Jesús con un corazón agradecido, y le expresó su gratitud por la sanidad. Jesús le preguntó ¿y dónde están los demás?
¿Dónde están aquellos que han sido tan bendecidos por Dios y por otras personas, y que han olvidado ser agradecidos?
NO perdamos la gratitud. Sed agradecidos en todo porque ésta es la voluntad de Dios.
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