John X se levantó del banco componiendo su uniforme, y vio la multitud de gente que se abría paso en la Gran Estación Central. Buscó la chica cuyo corazón él conocía pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa. Su interés en ella había comenzado 13 meses antes en una Biblioteca de Florida.
Aquel día, tomando un libro del estante, se intrigó, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la parte frontal del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo, localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York.
Aquel día, tomando un libro del estante, se intrigó, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la parte frontal del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo, localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York.
Pero es mejor que el señor X les diga lo que sucedió: “Una joven mujer vino hacia mí, su figura era alta y esbelta. Su cabello rubio y rizado estaba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores. Sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza, y su traje verde pálido era como la primavera en vida.