jueves, 16 de julio de 2015

Contigo estoy seguro

seguridad.jpg

Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya frutos,
yo con todo, me alegraré en el Señor.
Porque él es mi refugio, mi fuerza
y mi ayuda en momento de angustia.
El Señor escuchó mi voz,
porque le invoqué con sinceridad…

Y me dijo:
No tengas miedo porque yo estoy contigo,
no temas porque yo soy tu Dios…
que te ayudo, que te doy fuerzas
y que te sostengo con mi mano victoriosa
Porque yo te he creado.

También te llamé por tu nombre y te dije:

Tú eres mi hijo, iré delante de ti y estaré contigo,
no te dejaré, ni te desampararé.
Cuando andes por el más oscuro de los valles
no tengas miedo, no te acobardes ni te desanimes,
porque yo te cubro con la sombra de mi mano.

¿Y qué puedo decir a todo esto,
si en Cristo soy más que vencedor?
¿Cómo no voy a amar a mi Señor,
si cuando clamé, Él me escuchó?
¿Dónde esta oh tu muerte tu aguijón?
¿Dónde sepulcro tu victoria?

Si Cristo es por nosotros ¿Quién contra nosotros?
Aunque un ejército acampe contra mí, no temeré
porque el Señor está conmigo.

Para triunfar, toma las oportunidades con la misma velocidad con que sacas conclusiones

Cada día de nuestra vida tenemos oportunidades; desde que nos levantamos hasta que nos acostamos tenemos la bendición de elegir la vida que queremos llevar. Lo interesante es que nosotros sabemos qué es lo que tenemos que hacer, pero a pesar de ello no lo hacemos, no emprendemos la acción, y postergamos para mañana lo que necesitamos hacer hoy.
Pero si usted quiere que algo grande y bueno suceda en su vida, necesita tomar acciones en el día de hoy. ¿Qué es lo que busca y no hace?
“El ayer es historia. El mañana es un misterio. ¿Y hoy? Hoy es un regalo. Por eso lo llaman presente.” 

El hoy es lo importante. Necesitamos dejar de analizar en exceso y tomar la iniciativa, dar los pasos que nos lleven a esa vida extraordinaria que queremos. Y el mayor obstáculo para alcanzar nuestros sueños somos nosotros mismos. Necesitamos dejar de racionalizar tanto y hacer que algo suceda en nuestra vida, porque nada sucederá hasta que no asumamos nuestra responsabilidad en ella.
Algunos podríamos identificarnos con estos pensamientos:
“Es que así he sido siempre, no puedo cambiar.”
“Un día mi vida va a cambiar, ya lo verán:”
“No puedo hacer nada, yo creo que Dios me quiere así”
“Debo hacerlo, pero…”
“Si él o ella no cambia no veo por qué yo sí tengo cambiar”
En fin, vivimos tratando de justificar nuestra vida, tratando de convencernos que es mejor quedarnos tal como estamos que ir hacia lugares desconocidos, ¿y si son inhóspitos? Es el mismo pensamiento mediocre que tenían los israelitas cuando Dios los sacó de Egipto; ellos querían ir a la tierra prometida, sí, pero sin pasar por el desierto. Muchos quieren cambiar su estatus vital pero no les agrada enfrentarse a los cambios. El miedo al fracaso se lo impide; piensan que emprender la acción es más doloroso que demorarla.

Oraciones elevadas, respuestas recibidas

“Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer.” (Santiago 4:2,3)
Cuando oramos a Dios, la mayoría de las veces lo hacemos porque deseamos que algo ocurra. Esa motivación, que nace en lo íntimo de nuestro ser, es la única razón por la cual millares de hombres y mujeres se acercan al Señor. Quieren que se produzca físicamente un cambio; cambio que les puede llevar a ver posible aquello que humanamente resulta imposible.

Ahora bien, ¿por qué hay algunas oraciones que no reciben respuesta? Para despejar esta interrogante, es esencial tener en cuenta que cuando oramos y obramos en fe, honramos a Dios. Si deseamos ver milagros, es necesario que haya fe en nuestro ser; creer, romper toda lógica humana, ver posible lo que el mundo considera imposible. De hecho, "sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad.” (Hebreos 11:6)
Si procuramos, si queremos que algo ocurra, debemos estar afincados en la fe, en la convicción de que para nuestro amado Creador no hay límites.
No obstante, hay quienes todavía no tienen claro que la oración puede desencadenar cambios. El afamado conferenciante John Maxwell dice: “Creo que las personas no dedican mucho tiempo a la oración porque tienen una falsa actitud en cuanto a ella. Algunos piensan que ésta es algo que solo hacen las abuelas, o piensan en las sencillas oraciones que decían en su infancia, tales como: "Dios es grande. Dios es bueno. Demos gracias por nuestros alimentos. Amén", o "Ahora me acuesto a dormir…" 

Por otra parte, a pesar de que ciertas personas tienen auténtico deseo de orar y han tratado de desarrollar una vida de oración, a veces tienen una idea equivocada en cuanto a ella. Piensan que para hacerlo tienen que aislarse por completo, arrodillarse, cerrar los ojos, juntar sus manos, etc. Toman consigo una lista de cosas por las cuales orar y la revisan metódicamente. Nada de esto es malo ni indebido, pero esa clase de oración mecánica puede llegar a ser muy tediosa, y a Dios tampoco le agrada así. Dios quiere la oración que sale del corazón.

El poder de la paciencia

Imagine que usted está esperando en una fila que no se ha movido en diez minutos. Muchos nos sentiríamos frustrados, pues vivimos en una generación que espera resultados inmediatos.
Todo el mundo tiene y lucha con cierto grado de impaciencia. Nacimos con esta característica; pensemos en el bebé que quiere su leche a medianoche; su reacción innata es llorar al primer indicio de incomodidad hasta que tenga satisfecha su necesidad. Los hábitos de nuestra vieja naturaleza carnal, como la impaciencia, hacen que ésta sea una batalla continua para la mayoría de las personas, pero que bien vale la pena afrontar.
Veamos la definición bíblica de paciencia. La palabra puede referirse tanto a ser tardo para la ira, como a ser perseverante, es decir, a no rendirse bajo presión. La paciencia se revela cuando estamos dispuestos a esperar sin sentirnos frustrados, aunque estemos sufriendo o experimentando un deseo poderoso. Además, paciencia significa aceptar lo que el Señor decida dar o no, y estar dispuesto a recibirlo en el tiempo de Él. Mientras tanto, debemos orar, obedecer y perseverar mientras buscamos la dirección de Dios.
El peligro de la impaciencia es que podemos perder el plan perfecto del Señor y su bendición. Pero si confiamos en la voluntad y en el tiempo de Dios, conoceremos la paz interior.
¿Cuál es la causa de su estrés? Examine bien si está tomando las cosas en sus manos, o si está dejando las circunstancias al Dios todopoderoso. Obedezca lo que dice el Salmo 37.7: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él”. Busque Su voluntad y Su tiempo. Cualquier otra cosa puede ser destructiva.