sábado, 8 de marzo de 2014

La Fe de Un Niño - Reflexiones

Un domingo escuché a Miguel hablar acerca de su relación con sus dos padres, el que le crió cuando era niño y su Padre en el cielo.
Primero describió su confianza infantil hacia su padre terrenal como “sencilla y sin complicaciones”. Siempre esperaba que su papá arreglara lo que se había roto y le diera consejos. Sin embargo, a menudo le aterraba la idea de no complacerle porque olvidaba que el amor y el perdón siempre iban a continuación.
Miguel continuó: “Hace algunos años causé todo un enredo y herí a muchas personas. Debido a mi culpa, terminé una relación feliz y sencilla con mi padre celestial. Olvidé que podía pedirle que arreglara lo que yo había roto y buscar su consejo”.
Pasaron los años, y finalmente, Miguel tuvo una imperiosa necesidad de Dios pero se preguntaba qué hacer. Su pastor simplemente le dijo: “Dile a Dios que lo lamentas, y hazlo en serio”.
Pero Miguel le hizo preguntas complicadas, como: “¿Cómo funciona esto?” y “¿Qué pasaría si…?”
Finalmente, su pastor oró: ”Dios, por favor, cuando vaya a ti ¡dale a Miguel la fe de un niño!” 
Más tarde, Miguel le dio un testimonio gozoso: “¡El Señor lo hizo!”
Miguel encontró la intimidad con su Padre celestial. La clave para él, y para nosotros, fue practicar la fe sencilla y sin complicaciones de un niño.
La fe brilla con mayor fulgor en un corazón de niño.
De cierto os digo, que si no volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18:3

Aún puedes soñar

Algo lamentable de ver es que muchas personas pierden la perspectiva de sus sueños. Preguntando a algunas cercanas a nosotros, de avanzadas edades, vemos que la mayoría de las personas adultas han perdido sus sueños, porque creen que ya no existe más esperanza y se quedan a esperar su muerte. Han abandonado aquello por lo que luchaban; total o quizá parcialmente, el caso es que algunos alcanzaron su meta y se quedaron ahí.
ancianocvcPor otra parte, algunos jóvenes también tienen sueños, pero no tienen ningún ánimo de realizarlos porque no tienen el apoyo de otros, o porque el temor y la inseguridad les están deteniendo, y así no se creen capaces de hacerlos realidad.
Es ajustado decir que todos en alguna ocasión hemos soñado con algo grande, que nadie escapa a esos minutos en los que imagina que todo lo puede alcanzar. Dios permite que soñemos para que nunca nos conformemos con nuestra situación actual y no nos resignemos a ver solamente con nuestros ojos físicos, sino que perseveremos hasta ver las grandes cosas que podemos lograr; pues así como nuestra mente, entendimiento y fortaleza son nuevos cada día, nuestros sueños también son renovados para no ser presas de la rutina y el conformismo, sino para que verdaderamente comencemos a creer que sólo nosotros nos ponemos los límites.

Del palacio al desierto

Moisés tuvo que ir al desierto para ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. 
Pero… ¿hay alguna razón para ir al desierto? ¡Absolutamente ninguna! Es el Gran y Sublime YO SOY quien se presentó ante el formidable líder, Moisés, para llamarle y prepararle para su misión: del palacio al desierto. 

Los cuarenta años de Moisés en el desierto transformaron su vida. No hubiera sido quien fue ni hubiera hecho lo que hizo sin ellos.
Igualmente, muchos de nosotros nos hemos tenido que quemar en las arenas de un desierto, o estamos sufriendo hoy el calor de las arenas del mismo. No es fácil ni agradable, porque a veces la angustia, el dolor, incluso el temor, ganan terreno a la esperanza y la fe.

Sin embargo, nuestras vidas están expuestas ante nuestros semejantes. Hay personas a nuestro alrededor que necesitan que alguien las saque de la esclavitud de su propio Egipto. Y a menos que venga alguien transformado por el Poder de Dios, y abra las aguas del mar para que puedan escapar del poder del faraón de este mundo y ponerse a cobijo bajo las alas del Altísimo, eso no va a ocurrir. El pueblo de Israel no pudo salir por sí mismo. Éstas tampoco. Y para eso estamos nosotros, esa es nuestra misión.

El Mismo Cielo

Escucha este canto escrito por Marcela Gándara, inspirado en el Salmo 100:3. Descansa en Dios y confía en Él. Está contigo, y te dice:
Apóyate en mi,
seré tu brazo fuerte
cuando sientas morir,
que sepas que yo siempre estaré para ti,

que hay momentos feos,
pero la vida es así.
Acércate ya,
quiero ser tu pañuelo cuando sientas llorar,
que en medio del dolor no haya más soledad,
que sientas que alguien te ama y que nunca jamás te dejará.
Quién dijo que no habría tormentas que te golpearan,
Quién dijo que no habría amigos que traicionaran,
Quién dijo que no habría momentos de dificultad,
cuando tú piensas que tu mundo se derrumbará,
¿Quién no ha llorado alguna vez sintiéndose impotente?
Porque es muy grande la barrera que tienes enfrente, escuchas voces de fracaso hablando a tu mente, y repitiendo constantemente que nunca lo lograrás, que no te podrás levantar, que no hay razón para luchar, que debes volver atrás. 

Y te duele el corazón, se te nubla la razón, se te escapa la pasión y hasta pierdes la visión.
Hoy no es tiempo de rendirse ni volver atrás,
pues todo en la vida pasa, no hay que desmayar,
tu lugar está en lo alto, vuelve a comenzar, Dios te da en este momento la oportunidad.
Recuérdalo bien, sabes que en la noche más oscura, justo en el momento antes de empezar a amanecer, que todo acabará, la luz alumbrará,
y tu cara brillará, mostrará felicidad,
Se rompen las cadenas,
se van todas tus penas,
comienzas una vida nueva,
tu fe se regenera,
llega alegría a tu corazón,
porque la tormenta ya terminó.
... Ahora descansa, canta, sonríe a la vida,
disfruta el regalo que te han dado desde arriba,
lo mejor está por llegar,
si tú lo crees lo recibirás.
En el camino encontrarás todo lo que has perdido,
lo que te han quitado y lo que nunca has recibido,
abrigo en el frío,
amor de padre a hijo,
abrazo de un amigo,
que estará contigo.

Eres su ejemplo

Hace muchos años conocí a un niño en el colegio. Su madre se había ido al extranjero porque su esposo era alcohólico y mujeriego. Mi amigo se crió con su padre, el cual era muy frecuente verle borracho y andar con muchas mujeres. No hace mucho me encontré con él, y después de hablar un rato, pude darme cuenta que se había transformado en una réplica bastante exacta de su padre.
Pasaban las horas y no podía sacarme esta historia de mi mente, lo cual me llevó a reflexionar acerca de la importancia de nuestro ejemplo como padres, una responsabilidad de la cual no siempre somos conscientes.
Tanto es así, que nosotros somos el ejemplo a seguir por nuestros hijos. Somos los responsables de inculcarles los valores y principios que marcarán su vida. Ellos están siempre atentos mirando lo que hacemos, nuestras reacciones, incluso aprendiendo de nuestras decisiones. Copian nuestros gestos, nuestra manera de hablar, e imitan así muchas cosas que ven en nosotros. Todo esto sucede las 24 horas del día, ellos lo ven todo.
Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. Proverbios 22:6