Un domingo escuché a Miguel hablar acerca de su relación con sus dos padres, el que le crió cuando era niño y su Padre en el cielo.
Primero describió su confianza infantil hacia su padre terrenal como “sencilla y sin complicaciones”. Siempre esperaba que su papá arreglara lo que se había roto y le diera consejos. Sin embargo, a menudo le aterraba la idea de no complacerle porque olvidaba que el amor y el perdón siempre iban a continuación.
Pasaron los años, y finalmente, Miguel tuvo una imperiosa necesidad de Dios pero se preguntaba qué hacer. Su pastor simplemente le dijo: “Dile a Dios que lo lamentas, y hazlo en serio”.
Pero Miguel le hizo preguntas complicadas, como: “¿Cómo funciona esto?” y “¿Qué pasaría si…?”
Finalmente, su pastor oró: ”Dios, por favor, cuando vaya a ti ¡dale a Miguel la fe de un niño!”
Más tarde, Miguel le dio un testimonio gozoso: “¡El Señor lo hizo!”
Miguel encontró la intimidad con su Padre celestial. La clave para él, y para nosotros, fue practicar la fe sencilla y sin complicaciones de un niño.
La fe brilla con mayor fulgor en un corazón de niño.
De cierto os digo, que si no volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18:3