“Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para qué estén conmigo”
(Salmos 101:6)
Al cineasta Woody Allen se le atribuye la frase “Hoy en día la fidelidad sólo se ve en los equipos de sonido”. La percepción humana está tan hastiada de lo que ha visto, que llama a un perro, a un ser irracional, el mejor amigo del hombre. Los enamorados van al altar con contratos prenupciales de separación de bienes, previendo el fracaso y la separación. Las amistades se hacen con cautela para evitar una posible decepción dañina. Los estrechones de mano ya no cierran tratos, ni significan lealtad al prójimo. Ya casi nada es definitivo, y hay un nuevo dios llamado relatividad.
Homero, el poeta ciego, ponderó en "La Ilíada" al amor leal en la persona de Penélope. Aquella mujer que esperó a su marido durante 20 años hasta que regresara de la guerra de Troya. Durante ese tiempo fue asediada para que se casara otra vez, pero no cedió. No obstante, dada la presión política y social, se comprometió a casarse sólo cuando terminara de tejer un sudario para Eliseo, su esposo y rey de Ítaca. Los pretendientes se frotaban las manos esperando la culminación de dicha pieza, pero ésta parecía interminable. Penélope trabajaba todo el día en el sudario, pero lo deshacía cada noche. Durante dos décadas trabajó y deshizo lo trabajado hasta que llegó su amado. Una historia con un desenlace feliz. Una buena historia entre muchas menos gratas.
En Internet hay sitios que proponen la infidelidad conyugal con discreción. Un tipo de infidelidad secreta para seguir con tu vida "normal" después de mancillar el pacto matrimonial. “No preguntes, no digas”, es el eslogan de muchas parejas contemporáneas. El amor libre preconizado por los Hippies de los años 60 es una opción viable, incluso para personas menos excéntricas. La lealtad es un mito, la fidelidad una quimera, cosa de poetas soñadores y adolescentes inexpertos.