miércoles, 20 de junio de 2018

Fiesta impostergable

Parábola de la gran cena. Lucas 14:16-24 
Esta es una de tantas historias que usó Jesús para ilustrar los principios del Reino. Como toda buena ilustración, es corta y sencilla, lo cual, además de facilitar la enseñanza, ayuda a grabar la verdad en el corazón de los oyentes.
La historia contiene varios detalles interesantes para nosotros. En primer lugar, observamos que el hombre decidió por sí mismo hacer una fiesta. Desconocemos los motivos por los cuales tomó esta decisión, pero sí sabemos que su deseo de llevar a cabo la cena era muy fuerte. Así también nuestro Dios. Nunca podremos entender con claridad por qué decidió crear al hombre, aunque la Palabra nos da indicios de que su motivación principal era compartir el gozo de la comunión perfecta entre Padre, Hijo y Espíritu. A nuestro Señor le produce un incomparable placer compartir una relación con sus criaturas y se deleita en bendecir sus vidas.
¿Cómo se puede hacer una fiesta si las personas a quienes se desea agasajar rehúsan participar?
En segundo lugar, debemos tomar nota de las excusas que presentaron los amigos e invitados. Aunque ninguno de ellos presentó una explicación sin sentido, cada uno tenía motivos legítimos para no participar en la cena, eran motivos relacionados con la vida y las responsabilidades que contraían. Esto pone de relieve el gran peligro al que nos enfrentamos a diario los discípulos de Jesús, que es permitir que lo cotidiano nos absorba de tal manera que dejamos de participar en la vida sobrenatural que nos ofrece el Padre. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la persona de Marta. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas 10.41-42).

Hay descanso en sus brazos

Sentir como imperiosa la necesidad de un abrazo que dé un poco de consuelo a tu vida, esa necesidad de unos brazos que aun sin palabras te hagan ver que no estás solo, que las cosas tienen solución y que pronto todo pasará, es algo normal en todo ser humano, ya que pasar por momentos y circunstancias difíciles lleva a que la necesidad de afecto, apoyo y comprensión crezca.
Es difícil y agotador estar viviendo una situación que no sabes cuando terminará, sin ni siquiera entender a veces el motivo de por qué esta pasando, cómo las cosas se descontrolaron para transformarse en lo que hoy estás viviendo, sentirte incomprendido, solo, sin fuerzas, y con la necesidad de tener alguien cerca que te dé ese aliento y te contagie las ganas de mantenerte de pie en la lucha.
Según estudios que se hicieron hace algunos años, estos dicen que una persona que es abrazada recibe un estímulo emocional, que cada ser humano necesita abrazos para sobrevivir, para mantenerse activo, y más para crecer. Un abrazo, en cualquier circunstancia específica en la que necesitamos sentirnos bien, es realmente reconfortante. Pues ahora imagínate saber que Dios, sin a veces darnos cuenta de lo que hace, nos abraza y nos rodea con sus brazos de amor; la verdad es que ni siquiera se necesitan todos esos abrazos que dicen, pues con uno solo basta y sobra.

Las promesas de Dios

Las promesas del Señor son una expresión de su amor y de lo mucho que nos cuida. Por medio de ellas cumple con el plan que ha trazado para nuestra vida y con el propósito que tiene para su reino.
Sus promesas incondicionales nunca cambian, y no hay nada que podamos hacer para impedir que se cumplan. Sin embargo, el cumplimiento de las promesas condicionales depende de la respuesta que demos, de acuerdo a nuestra fe en Cristo.
Las promesas de Dios deben ser una parte vital de nuestra vida, pues todo nuestro sistema de creencias está basado en ellas. Son el fundamento de nuestra vida diaria.
Resultado de imagen de Las promesas de DiosPero a pesar de que nos ha dado acceso a este maravilloso recurso, hay muchos que nunca reconocen que la respuesta a nuestras necesidades se encuentra en la Palabra de Dios. Diariamente debemos acogernos a las promesas de Dios y no considerarlas simples palabras que hallamos en la Biblia.
Las promesas de Dios son para los que esperan y tienen verdadera fe en Él. El no cristiano no puede acogerse a estas promesas porque no conoce a Cristo. No se puede esperar en alguien a quien no conocemos, pero el creyente conoce a su Padre y sabe que le responde cuando aclamamos a Él. Sin fe es imposible a agradar a Dios.
I. Las promesas de Dios son esenciales para la vida del cristiano.
Para que podamos comprender cómo podemos apropiarnos de ellas, primero debemos responder algunas preguntas de suma importancia. ¿Podemos aplicar todas las promesas de la Biblia a nuestra vida? No, pues en ocasiones están dirigidas a personas específicas que vivieron en otros tiempos y enfrentaron situaciones diferentes.
Por ejemplo, la promesa de darles un hijo a Abraham y Sara, a pesar de su avanzada edad, no es aplicable a nosotros. Pero, en términos generales, muchas de esas promesas nos enseñan cómo el Señor provee para nuestras necesidades y cómo obra en nuestro diario vivir.  
¿Quién puede acogerse a las promesas de Dios? Las promesas del Señor solo son para los creyentes en Cristo, con excepción de una de ellas. Todo ser humano puede clamar para sí la promesa de salvación, si está dispuesto a reconocer a Jesucristo como su Salvador personal (Romanos 10.9). Solo cuando da ese paso de fe, recibe la seguridad de que Dios contestará sus oraciones. Pero si pecamos, a pesar de que ya hemos venido a ser hijos de Dios, perdemos, momentáneamente, el derecho de acogernos a sus otras promesas (Isaías 59.2).
Nuestro Padre celestial no premiará, entonces, nuestra desobediencia haciendo realidad sus promesas en nuestra vida. Pero si nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados, podemos regresar a vivir en comunión con Él (1 Juan 1.9). Otro requisito esencial para poder acogernos a sus promesas es la confianza (Santiago 1.5-6).
Debemos confiar en que hará lo que nos ha prometido. ¿Por qué Dios nos ha hecho promesas? En primer lugar, porque nos ama de manera incondicional y desea guiarnos, proveernos y protegernos en todo momento. En segundo lugar, porque se revela a Sí mismo al demostrar su sabiduría, poder y gracia. No hay nada que podamos hacer para merecer sus promesas, así que solo debemos confiar y esperar a que las haga realidad.
¿Cómo podemos estar convencidos de que Dios cumplirá sus promesas? Su carácter y naturaleza son nuestras garantías. Por ser perfecto, inmutable y fiel, siempre cumplirá su Palabra. Nada es imposible para el Señor. Siempre tiene la mejor solución, y no hay duda de que responde a nuestras peticiones.
Podemos confiar en cada una de las promesas que hallamos en la Biblia. Y si usamos su Palabra para guiar nuestra vida, nos mostrará la manera en la que debemos vivir.