Esta es una de tantas historias que usó Jesús para ilustrar los principios del Reino. Como toda buena ilustración, es corta y sencilla, lo cual, además de facilitar la enseñanza, ayuda a grabar la verdad en el corazón de los oyentes.
La historia contiene varios detalles interesantes para nosotros. En primer lugar, observamos que el hombre decidió por sí mismo hacer una fiesta. Desconocemos los motivos por los cuales tomó esta decisión, pero sí sabemos que su deseo de llevar a cabo la cena era muy fuerte. Así también nuestro Dios. Nunca podremos entender con claridad por qué decidió crear al hombre, aunque la Palabra nos da indicios de que su motivación principal era compartir el gozo de la comunión perfecta entre Padre, Hijo y Espíritu. A nuestro Señor le produce un incomparable placer compartir una relación con sus criaturas y se deleita en bendecir sus vidas.
¿Cómo se puede hacer una fiesta si las personas a quienes se desea agasajar rehúsan participar?
En segundo lugar, debemos tomar nota de las excusas que presentaron los amigos e invitados. Aunque ninguno de ellos presentó una explicación sin sentido, cada uno tenía motivos legítimos para no participar en la cena, eran motivos relacionados con la vida y las responsabilidades que contraían. Esto pone de relieve el gran peligro al que nos enfrentamos a diario los discípulos de Jesús, que es permitir que lo cotidiano nos absorba de tal manera que dejamos de participar en la vida sobrenatural que nos ofrece el Padre. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la persona de Marta. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas 10.41-42).
En segundo lugar, debemos tomar nota de las excusas que presentaron los amigos e invitados. Aunque ninguno de ellos presentó una explicación sin sentido, cada uno tenía motivos legítimos para no participar en la cena, eran motivos relacionados con la vida y las responsabilidades que contraían. Esto pone de relieve el gran peligro al que nos enfrentamos a diario los discípulos de Jesús, que es permitir que lo cotidiano nos absorba de tal manera que dejamos de participar en la vida sobrenatural que nos ofrece el Padre. El ejemplo más claro de esto lo encontramos en la persona de Marta. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada. (Lucas 10.41-42).