lunes, 12 de octubre de 2015

Franqueza

“Hablad verdad cada uno con su prójimo” Efesios 4:25
A simple vista puede parecer que Pablo quisiera decir algo que debería caer, de maduro, por su propio peso; el hecho de hablar la verdad con su prójimo, añadido al sentido de la Escritura que habla a creyentes, todavía parece más obvio.

Fijémonos que el apóstol no dice que no mintamos, lo cual sí que se debe dar por hecho, pues en el infierno es indudable que estarán los mentirosos. Como si el oficio del autor aflorase aquí, dado que él era especialista en carpas (toldos), no era cuestión simplemente de hilvanar el hilo, es decir de “medio coser”, sino que los distintos retales había que coserlos fuertemente para que quedasen totalmente unidos
De esta forma, podemos llevar una vida hilvanada espiritualmente: por ejemplo, no decir mentiras; pero esto no significa una comunión total, no indica precisamente una unión práctica. Tampoco nos está diciendo el apóstol que hablar la verdad sea “cantar las cuarenta”, porque puedes estar equivocado y hacer de la verdad una piedra de tropiezo, lo cual es cosa seria; en otras palabras, que Pablo no nos está diciendo que no debamos ser diplomáticos, que sí podemos, pero siempre hablando verdad con el prójimo. 

La salvación: La obra de nuestro Dios soberano

La salvación es la libertad que tiene alguien cuando Dios lo rescata de la esclavitud del pecado y convierte a ese alguien en parte de su familia. Esta liberación solo se logra por medio de su Hijo Jesús, quien murió en nuestro lugar para que pudiéramos ser reconciliados con el Padre (Colosenses 1.22). Esta afirmación provoca a menudo, ciertas preguntas:
¿Qué tal si trato de vivir moralmente bien, de trabajar duro y de ser bueno para con mi familia, no me aceptará Dios? Preguntas similares dan por sentado que el Señor nos salva según nuestra manera de vivir. Pero Romanos 3.10 dice: “No hay justo, ni aun uno”. Delante de Dios, incluso nuestros actos virtuosos son como trapos de inmundicia (Isaías 64.6). Dios no tendrá ningún trato con los injustos si no es por medio del Salvador, Jesucristo.
¿Acaso no nos aceptará el Señor debido a su santidad? Dios es bueno y amoroso, pero también es justo. No pasará por alto el pecado, no importa lo pequeño que creamos que sea. El orgullo nos hace rechazar la idea de que necesitamos el perdón o la limpieza del pecado.
Si servimos en nuestra iglesia o ayudamos a los pobres en nombre de Dios, ¿no somos parte de su familia? Las buenas obras no resuelven nuestro problema del pecado ni nos reconcilian con Dios. Esto solo lo hace el Señor Jesús (Romanos 5.1). Las buenas obras son un resultado importante de la salvación, no la base para ésta.
La salvación es una obra de la gracia de Dios, no el producto del esfuerzo del hombre. Cuando reaccionamos con el impulso del Espíritu Santo, creemos en Jesús, y nacemos de nuevo como hijos de Dios (Juan 3.3), podemos estar seguros de nuestro lugar en el cielo. ¿Está usted seguro?

¿Por qué Dios en el Antiguo Testamento es tan diferente al que es en el Nuevo Testamento?

El núcleo principal de esta pregunta reside en el malentendido de lo que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento revelan acerca de la naturaleza de Dios. Otra manera de expresar este mismo pensamiento básico, es cuando la gente dice: “El Dios del Antiguo Testamento es un Dios de ira, mientras que el Dios del Nuevo Testamento es un Dios de amor.”

El hecho de que la Biblia sea la revelación progresiva de Dios Mismo a nosotros, a través de eventos históricos y a través de Su relación con la gente a lo largo de la historia, puede contribuir a la idea errónea de la gente acerca de cómo es Dios, distinto en el Antiguo Testamento, comparado con su actuación en el Nuevo Testamento. Sin embargo, cuando uno lee ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento, profundizando en ellos, se hace evidente que Dios no es diferente de un Testamento a otro, en el sentido de que la ira de Dios y Su amor están revelados en ambos Testamentos.


Por ejemplo, a través del Antiguo Testamento, se declara que Dios es “misericordioso y piadoso, lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6Números 14:18Deuteronomio 4:31Nehemías 9:17;Salmo 86:5Salmo 86:15Joel 2:13). Aún así, en el Nuevo Testamento, el amor y la bondadosa misericordia de Dios están más fuertemente manifiestos a través del hecho de que “... de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en ÉL cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). A lo largo del Antiguo Testamento, vemos también a Dios tratando con Israel de manera muy parecida a la de un amoroso padre tratando con su hijo. Cuando ellos deliberadamente pecaban contra Él y comenzaban a adorar a los ídolos, Dios los castigaba, y así una y otra vez, Él los liberaba una vez que se arrepentían de su idolatría. Esto se parece mucho a la manera como vemos a Dios tratando con los cristianos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Hebreos 12:6 nos dice que “...el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”

De la misma manera, vemos a través de todo el Antiguo Testamento el juicio y la ira de Dios derramarse sobre los pecadores no arrepentidos; igualmente
 en el Nuevo Testamento, vemos el juicio de Dios en acción “…la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). Aun con solo una rápida lectura del Nuevo Testamento, observamos que Jesús habla más del infierno que del cielo. Así vemos claramente, que Dios no es más diferente en el Antiguo Testamento de lo que es en el Nuevo Testamento. Dios, por Su misma naturaleza, es inmutable (sin cambio). Y aunque veamos un aspecto de Su naturaleza revelada en ciertos pasajes de la Escritura más que en otros, Él en sí mismo, no cambia jamás.

Este es el camino

No importa lo que le haya ocurrido en su vida. Aunque haya sido abandonado por su cónyuge, abusado por sus padres o herido por sus hijos o por otros, si permanece en el camino angosto, como Dios le indica, y deja atrás todo el exceso de equipaje carnal, encontrará la paz, el gozo y la satisfacción que busca. Mientras atraviesa este proceso, puede hallar consuelo y guía en la promesa de Dios de Isaías 30:21" Entonces tus oídos oirán detrás de ti la palabra que diga: Éste es el camino, andad por él y no echéis a la mano derecha, ni tampoco os desviéis a la mano izquierda".
Jesús es el Camino, y nos ha mostrado el camino en el que debemos andar. El Señor ha enviado sobre nosotros su Espíritu Santo, para conducirnos y guiarnos en la senda por la que debemos transitar, el camino angosto que lleva a la vida y no el ancho que conduce a la destrucción. Suceda lo que suceda, debemos seguir caminando en los caminos del Señor. Gálatas 6:9 nos anima: “No nos cansemos de hacer el bien, porque, a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos”. La Biblia no promete que cuando hagamos el bien recibiremos de inmediato las recompensas. Pero sí nos asegura que si seguimos haciendo el bien, finalmente seremos recompensados.
Dios dice que mientras exista la tierra, habrá “siembra y cosecha” (Génesis 8:22).
Podríamos parafrasearlo de esta manera: “Mientras la tierra exista habrá semilla, tiempo y cosecha”. Cuando andamos en las sendas de Dios, debemos ser pacientes como el labrador, quien planta la semilla y espera expectante la cosecha. Ansía recogerla, pero sabe que pasará tiempo entre la siembra y la cosecha. Él no se deja frustrar por ese proceso ordenado por Dios.
Dios promete en Isaías 30:21 que “tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: Este es el camino; síguelo”. Si sigue transitando el camino que el Señor le ha señalado en su Palabra y por su Espíritu, disfrutará una gran bendición tanto en esta vida como en la eternidad. Así que siga andando por el camino angosto que conduce a la vida: ¡vida en toda su plenitud y abundancia!