El hombre de Dios no engaña, ni defrauda a su jefe llegando tarde a trabajar o no cumpliendo con la tarea asignada durante las horas de trabajo; no es chismoso ni calumnia; mantiene su mente y su corazón puro guardando sus ojos y oídos de la inmundicia del mundo. Si no está casado, permanecerá puro y se casará únicamente con una mujer cristiana (2 Corintios 6:14). Si está casado, amará, honrará y cuidará a su esposa y será la cabeza del hogar (Efesios 5:22-24, 33). No acepta los valores del mundo, sino que acude a la palabra de Dios para ver lo que es sabio y bueno. Considera a aquellos que están "desfavorecidos" o aquellos que son rechazados por la sociedad, los que están solos o en desesperación; es aquel que escucha los problemas de otras personas y no juzga.
Y sobre todo, el hombre de Dios entiende que cuando nuestro Señor le ordenó "ser perfecto, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5:48), él solo es capaz de lograrlo porque Dios le capacita para ser "santo e inmaculado delante de él" (Efesios 1:4), a través de su poder y la presencia del Espíritu en su vida. Por nuestra propia cuenta, somos incapaces de la santidad y la perfección, pero a través de Cristo, que nos fortalece, podemos "hacer todas las cosas" (Filipenses 4:13). El hombre de Dios sabe que su nueva naturaleza es la de la justicia de Cristo que fue canjeada por nuestra naturaleza pecaminosa en la cruz (2 Corintios 5:17; Filipenses 3:9). El resultado final es que camina humildemente con su Dios, sabiendo que debe confiar únicamente en Él para poder vivir plenamente y perseverar hasta el fin.
Esto es de lo que trata la religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre: ayudar a los necesitados y guardarse sin mancha del mundo (Santiago 1:27). Podemos tener un conocimiento de todas las doctrinas bíblicas, podemos conocer todos los términos teológicos, hasta podríamos ser capaces de traducir la biblia del griego original y así sucesivamente, pero el principio de Miqueas 6:8 es el principio que el hombre de Dios debe seguir: actuar con justicia, amar la misericordia y ser humilde ante Dios.