viernes, 25 de abril de 2014

El Amigo de mi hijo - Reflexiones

Era la reunión del domingo por la noche de una iglesia cristiana evangélica. Después de que cantaron, el pastor se dirigió a la congregación y presentó al orador invitado. Se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años. Mientras todos le seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:
"Un hombre, junto con su hijo y un amigo de su hijo, estaban navegando en un velero a lo largo de la costa, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon hasta tal punto, que el padre, a pesar de ser un marinero experto, no pudo mantener a flote la embarcación, y el agua del mar arrastró a los tres."
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró fijamente a dos adolescentes que, por primera vez desde que comenzó la reunión, estaban mostrando interés. Y siguió narrando:
"El padre logró agarrar una soga, pero después tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. Sabía que su hijo era seguidor de Cristo y que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de su decisión era mucho mayor que los embates de las olas.
Miró en dirección a su hijo y le gritó: “¡Te quiero, hijo mío!”, y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó halar al amigo hasta el velero volcado, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Nunca lograron encontrar su cuerpo.”

Amar a vuestros enemigos

"Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid 
a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian".
Lucas 6:27-28

Los cristianos hemos sido perseguidos durante toda la historia. Desde la iglesia primitiva hasta nuestros días, se cuentan por millones los hermanos que han sufrido y sufren todo tipo de violencia y persecuciones, por el bendito hecho de predicar la palabra de Dios. Hemos escuchado y leído sobre cristianos que aun siendo golpeados, hostigados y encarcelados, han respondido con dignidad y gracia admirable. Sin lugar a dudas, ellos aprendieron a aplicar el mandamiento de Cristo cuando dijo "Amad a vuestros enemigos," incluso en las más duras de las circunstancias.

No debemos pelearnos a golpes de puño por defender nuestra fe, como tampoco debemos ponernos a correr, cuando nos encontramos con alguien que no está de acuerdo, nos odia y nos quiere maltratar. La manera mas fácil y natural de responder a un enemigo es hacerle ver lo desagradable que es para nosotros, pero guardando rencor multiplicamos en ellos el resentimiento. 

Siervo dispuesto

Cristo actúa conforme a los anhelos más profundos del corazón del Padre.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: 
Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Hebreos 10:5-7
El autor de Hebreos dedicó tres capítulos enteros a demostrar la ineficacia del sistema de sacrificios de la Ley mosaica. Éste, si bien les mantenía libres de la condenación que merecían por sus pecados, no lograba esa transformación profunda que tanto anhela nuestro Dios. 

El autor emplea una cita del Salmo 40.6-8 para referirse a la perspectiva radicalmente distinta, con que llega Cristo. No tiene la intención de ajustarse al modelo imperfecto que tanto amaban los fariseos. Entiende el corazón del Padre y conoce, según lo ha declarado el profeta Miqueas, qué es lo que más le agrada: "¿Qué podemos presentar al Señor? ¿Qué clase de ofrendas debemos darle? ¿Debemos inclinarnos ante Dios con ofrendas de becerros de sólo un año? ¿Debemos ofrecerle miles de carneros y diez mil ríos de aceite de oliva? ¿Debemos sacrificar a nuestros hijos mayores para pagar por nuestros pecados? ¡No!, oh pueblo
El Señor te ha dicho lo que es bueno, y lo que él exige de ti: que hagas lo que es correcto, que ames la compasión y que camines humildemente con tu Dios. (Salmos 6.6-8 – NTV).
He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad.

Presos en libertad

Sabemos que nosotros hacemos nuestra parte de ser prudentes, y todo lo demás, lo que no podemos controlar, está en manos de Dios. 
Un día, al ver un programa de “National Geographic Channel”, me di cuenta de cómo es la paz que el mundo ofrece a las personas. Jesús pronunció unas palabras acerca de la paz, que confrontan la seguridad que brinda este mundo. Él dijo: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo” (Jn 14:27 RVC).  En el programa veía cómo hermosas familias, con una hermosa casa y muchas comodidades, sufrían una serie de delirios y psicosis apocalípticas.
Padres atormentados por supuestos desastres que se avecinarían en el mundo, por pestes que en “cualquier momento” estarían por desatarse, preparándose para la guerra y la hambruna. Armaban habitaciones y sótanos llenas de provisiones. Angustiados, haciendo simulacros de cómo deberían desenvolverse en el caso de que se desatara una epidemia mundial. Poniéndose gorros de protección, barbijos, trajes especiales, desinfectantes de todo tipo y protegiendo su casa de los supuestos infectados que podrían acercarse a su puerta. En resumidas cuentas, el paisaje de esa ciudad era realmente hermoso, y tenían, tal vez, la casa soñada por muchos. Sin embargo, ni ese paisaje, ni su estabilidad económica, les podían brindar paz a estas familias, principalmente a los padres, que eran quienes cargaban con este delirio en sus almas.

Resonaban en mi mente las palabras del Señor: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da”. Pero la paz que el mundo nos ofrece, es como una débil cuerda de la que pende nuestra vida, una débil cuerda que siempre está a punto de cortarse. Aquellos que confían en las cosas que brinda el mundo, difícilmente logran una paz profunda y duradera, porque siempre que resuelvan protegerse de algo, aparecerá otra amenaza que desestabilizará sus vidas.

Si temes que tu pareja te deje o se muera, debes entregar eso en las manos de Dios. Si temes a la enfermedad, a las desgracias, a la pobreza, al fracaso, al desempleo, a la soledad, al rechazo, o a lo que te puedan hacer las personas, debes entregarlo todo en las manos de Dios y Él te protegerá más de lo que puedas imaginar.
Nosotros no podemos controlar las catástrofes del mundo, ni las pestes destructoras, ni los accidentes, ni las más pequeñas cosas accidentales. Y aunque pongamos mucho empeño en controlarlo todo, tampoco el mundo nos puede brindar una paz totalmente efectiva. Por eso nuestra paz es estar en las manos de Dios, confiar en su presencia, en su poder infinito, en su amor incondicional. Él nos brinda una seguridad eterna.

Sabemos que nosotros hacemos nuestra parte de ser prudentes, y todo lo demás, lo que no podemos controlar, está en manos de Dios. Él es nuestra confianza. Proverbios 14:26 nos dice: “El temor del Señor infunde plena confianza, y da esperanza a nuestros hijos”. Deja de confiar en la seguridad que brinda este mundo; antes, entrega tu vida completa en las manos de Dios y te ayudará a cada paso. Aunque tengamos que pasar por momentos difíciles, Él estará ahí para ayudarnos.