“Y le dijo: Ve y acuéstate; y si te llama, di: “Habla, Jehová, que tu siervo escucha”. Así se fue Samuel y se acostó en su lugar.” 1 Samuel 3:9
Samuel era muy joven y servía en el templo en los tiempos del sacerdote Elí. Una noche oyó que lo llamaban por su nombre, – ¡Samuel! ¡Samuel! Cuatro veces escuchó que lo llamaban, y cuatro veces el joven se levantó y fue a la habitación del sacerdote Elí, creyendo que era éste quien lo llamaba, pues aún Dios no se le había revelado.
Elí se percató de que era Dios quien llamaba a Samuel y entonces, le dio instrucciones para la siguiente vez que el Señor lo llamara, y así hizo Samuel. Aquella noche se inició una hermosa y poderosa relación entre el profeta Samuel y Dios.
Este pasaje bíblico hace referencia a muchas personas que dicen “Yo quiero que Dios me hable”, “A mi Dios no me habla”. Dios sí te habla, solo que tú no te das cuenta.
Samuel estaba escuchando la voz de Dios, pero no sabía que era Él quién lo estaba llamando. Así mismo, Dios llama a muchas personas en estos tiempos; pero estamos tan inmersos en nuestro transcurso del día a día que no nos detenemos a escuchar su voz, ni lo que tiene que decirnos.
Posiblemente no escuches audiblemente la voz de Dios, sin embargo, no puedes negar que tenemos muchos otros medios por los que el Señor nos habla. Esa canción que habla de Dios y te hace llorar, ese programa cristiano que algunas veces sintonizas por televisión, incluso esa situación difícil que tienes es Dios llamándote para que le prestes atención, ese vacío que no se llena a pesar de que lo has intentado todo... ¿No estarás esperando que Él se te aparezca en persona? ¡No pensarás eso!