lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Qué significa pedir en el nombre de Jesús?

La Biblia muestra que la oración debe ser dirigida al Padre, en el nombre del Hijo y en el poder del Espíritu Santo.
Veamos lo que dijo Jesús en Juan 14:13-14 “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.”
Ahí lo tenemos. La oración debe estar dirigida al Padre en el nombre del Hijo. Pero, ¿qué significa pedir en el nombre del Hijo? Pues esto no es simplemente decir: en el nombre de Jesús, antes de pronunciar el amén al final de la oración. Tiene su significado.
Pedir en el nombre de Jesús significa decir al Padre: esto que estoy pidiendo es lo mismo que te pediría el Hijo. Esto que te estoy pidiendo es para que tu nombre sea glorificado, así como tu Hijo glorifica tu nombre. Esto que te estoy pidiendo es por los méritos de tu Hijo, porque yo no tengo ningún mérito para merecer que escuches y contestes mi petición. Aquí es precisamente donde entra la persona del Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo quien nos guía a pedir conforme a los deseos de Cristo Jesús. También es el Espíritu Santo quien intercede a nuestro favor en la oración. Romanos 8:26 dice: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”

La lección del reloj de arena

Inline image 1No sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. Santiago 4:14
Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Efesios 5:15-16
La caída silenciosa y continua de la arena dentro del reloj da lugar a un pensamiento obsesivo: ¡esos segundos que van pasando inexorablemente no regresarán jamás! ¿Quién puede volver a subir la arena? De igual modo, esos cronómetros que miden la centésima e incluso la milésima de un segundo nos dan vértigo. O cuando vemos en la pantalla digital ese veloz desfile vertiginoso de números,... bruscamente tomamos conciencia del paso del tiempo.

Oportunidad y Valentía

En algún lugar leí “la oportunidad siempre ha estado a la espera de personas valientes”. La oportunidad es el momento ideal o propicio para algo, y los que son valientes se lanzan en busca de esa oportunidad que les permitirá alcanzar las cosas que desean.
La valentía no es la ausencia del miedo, más bien es ir por encima del temor, superarlo y no dejar que te obstaculice en lo que te has propuesto lograr.
Cuando tienes la ocasión, y con todo tu corazón crees que es el momento perfecto para hacerlo, es el momento de lanzarse, “porque el que no arriesga, no gana”.
Todos los días Dios nos brinda oportunidades maravillosas de hacer cosas. Amar, sentir, reír, trabajar, soñar, construir... Y no solo de hacer cosas, sino también de corregir los errores que hayamos cometido, porque nadie es lo suficientemente perfecto como para nunca cometerlos.
Por eso cada día nos ofrece una nueva oportunidad de hacer algo. Pero también está en cada uno de nosotros aprovecharlas, apreciarlas como lo que son, oportunidades. Hay quien ve caer la lluvia y se lamenta, y hay quien ve caer la lluvia y piensa en que es un buen día para vender paraguas.
El modo en que vemos las cosas y las percibimos, muchas veces nos trae derrota o victoria. Y puede que hoy sea un bellísimo día para que aproveches la oportunidad que está tocando a tu puerta. Si es así, tienes que ser valiente y apresurarte a tomarla antes de que otro la tome y tú la pierdas.
 

La oración que Dios no escucha

Este tema lo podemos entender de la siguiente forma: orar es comunicarse con Dios, y toda comunicación implica tener en consideración a la otra parte, su marco social e individual para que el mensaje que se dirige sea interpretado como se quiere. El lenguaje a Dios no es diferente, es necesario que la oración se ajuste a Su pensamiento y sus prioridades: el Espíritu nos revela esto.
De no ser así, es lógico que Dios sea indiferente a muchas oraciones, pero esta indiferencia es una forma de advertencia o señal de que algo va mal en nuestra vida, que no nos permite orar de acuerdo a su voluntad. El hecho de que la Biblia haga bastante hincapié en “cómo no orar” es porque precisamente, Dios quiere responder a todas nuestras oraciones. Veamos algunas causas que interfieren en esta comunicación.
1.(Mateo 6:5-8) Cuando se usan vanas repeticiones o para ser vistos por los demás.
En este pasaje, Jesús juzga de hipocresía, refiriéndose al pecado de usar la oración para aparentar piedad, repitiendo frases que no provienen del fervor del corazón, diciéndolas solo por costumbre o pretendiendo ser elocuentes; la recompensa, en este caso, no es la respuesta de Dios, sino el mero aplauso de los demás.
La oración del cristiano debe ser auténtica, en tanto que nuestro espíritu se quebrante al estar en la presencia de Dios, por lo que cada palabra provendrá del alma, del entendimiento y las convicciones. Seamos sencillos, Dios no considera la estética ni la cantidad de palabras sino de dónde provienen éstas.
2. (Lucas 18:9-14) Cuando se ora con el corazón altivo.
La oración jactanciosa del fariseo mostró que su corazón estaba apartado de Dios, que no se fijaba en su propia corrupción ni sentía ninguna necesidad, se creía digno de que Dios le escuchara y por eso no recibió nada.
El único recurso que nos ha permitido comunicarnos con Dios es su gracia. Su espíritu produce en nosotros el deseo de orar y de ser más santos. Cuando Dios pide que oremos con un corazón humilde y quebrantado es para que entendamos que, siendo aún pecadores, podemos ir a Él con confianza sabiendo que nos perdonará y que sin Él no seríamos nada.
3. (Santiago 4:3) Cuando no se tiene la intención de hacer la voluntad de Dios.
Probablemente haya ocasiones en las que oramos sin querer realmente que Dios intervenga, porque quizá tememos que Él tenga otra posibilidad distinta a lo que deseamos o esperamos, que nos responda del modo que no queremos; o puede, que sabiendo su voluntad, no estemos dispuestos a obedecerla; por eso Dios no nos responde.
Muchas veces nuestra voluntad no es la de Dios, pero Él siempre tiene mejores planes u otras prioridades que, con el tiempo, sabremos que son más convenientes. Por ello debemos discernir, a la vista de la palabra de Dios, para que su voluntad coincida con nuestros deseos. Confiemos, dejemos que Él se encargue de todo.