La biblia nos enseña que Dios sopesa los corazones de las personas, que conoce cuál es la intención de cada acción que realizamos. Encanta la idea de que sea así; da mucha paz pensar que el Todopoderoso juzga según en el propósito interno de nuestros actos; sin embargo, los seres humanos no podemos medir a los demás por el mismo rasero. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla, las personas no tenemos la capacidad de saber las intenciones de los demás, lo único que podemos es percibir sus actos y sus palabras.
Las personas no pueden juzgarnos con base a los deseos de nuestro corazón, sino basados en nuestras actitudes, acciones... u omisiones.
En el momento que reconozcamos esta situación y aprendamos que lo verdaderamente valioso para nuestras relaciones, es cómo tratamos a los demás, qué resultados les damos y no qué pensamos o sentimos por ellos, daremos un gran paso para mejorar no solo nuestras vidas sociales y laborales, sino también el ambiente que generamos a nuestro alrededor.