COMPRENDIENDO EL EQUILIBRO ENTRE EL BIEN Y EL MAL.
No se sabe ciertamente desde qué tiempo se viene definiendo erróneamente la frase: “la lucha del bien contra el mal”; definición que está muy alejada de la realidad.
Dice Dios en su Palabra, en el libro de Isaías 45:5-7:
“Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios. Aunque tú no me conoces, te fortaleceré, para que sepan de oriente a occidente que no hay ningún otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar (BIEN) y creo calamidad (MAL); Yo, el Señor, hago todas estas cosas.”
“Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios. Aunque tú no me conoces, te fortaleceré, para que sepan de oriente a occidente que no hay ningún otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar (BIEN) y creo calamidad (MAL); Yo, el Señor, hago todas estas cosas.”

La palabra “MAL” en hebreo, se puede traducir como anormal, inmoral, mal, adversidad, aflicción, agravio, calamidad, castigo, desastre, difícil, doloroso, duro, etc.
La palabra “BIEN” en hebreo, se puede traducir como seguro, bien, feliz, amistoso, bienestar, salud, prosperidad, paz.
Así que no se trata literalmente de “la lucha del bien contra el mal”, puesto que ambas fueron creadas por el mismo Dios. De esta manera entendemos que, cuando vienen calamidades, adversidades, aflicciones a nuestra vida, es porque tenemos que ser purgados, depurados, limpiados de aquello que nos hace daño; el oro para que sea fino tiene que ser pasado por el fuego.
En el caso de los hijos de Dios el mal es usado para equilibrar nuestra vida, y en ella, la soberbia y el orgullo, muchas veces nos hacen olvidar la gran necesidad que tenemos de entrar a la Presencia de Dios de forma humilde; y entramos a su iglesia o ante nuestros hermanos como grandes hijos de Dios, de manera tal que ni el suelo merece ser pisado por nosotros; es entonces cuando el Creador nos pasa por fuego, vienen pruebas y adversidades que, con toda certeza, nos harán doblar la cerviz y pedir misericordia.