sábado, 15 de abril de 2017

Soltarse el cabello

Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Juan 12;3
Poco antes de que crucificaran a Jesús, una mujer llamada María derramó una botella de un caro perfume sobre los pies del Señor. Después, en un acto aun más osado, le secó los pies con su cabello (Juan 12:3). María no solo sacrificó lo que posiblemente eran los ahorros de toda su vida, sino también su reputación. En aquella cultura, las mujeres respetables nunca se soltaban el cabello en público. Pero al verdadero adorador no le preocupa lo que piensen los demás (2 Samuel 6:21-22). Por adorar a Jesús, María estuvo dispuesta a que pensaran que era indecente; quizá incluso inmoral.
Tal vez sintamos la presión de ser perfectos cuando vamos a la iglesia, para que los demás piensen bien de nosotros. Metafóricamente hablando, nos esforzamos por mantener cada pelo en su lugar. Sin embargo, en una iglesia saludable, podemos «soltarnos el cabello» y no esconder nuestras imperfecciones. Deberíamos revelar nuestra debilidad y encontrar fuerzas.
Adorar no implica comportarse como si nada estuviera mal; es asegurarnos de que todo esté bien… con Dios y con los demás. Cuando nuestro mayor temor es soltarnos el cabello, quizá nuestro mayor pecado sea mantenerlo recogido.
Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno. Salmo 139:23-24
Nuestra adoración es correcta cuando estamos a cuentas con Dios.

¿Cómo puedo tener la seguridad de mi Salvación?

Resultado de imagen de ¿Cómo puedo tener la seguridad de mi Salvación?¿Cómo puedes estar seguro de ser salvo? Considera 1 Juan 5:11-13 “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.” ¿Quienes tienen al Hijo? Aquellos que han creído en Él y lo han recibido (Juan 1:12). Si tienes a Jesús, tienes la vida. La Vida Eterna; no temporal, sino eterna.
Dios quiere que tengamos la seguridad de nuestra salvación. No podemos vivir nuestra vida cristiana dudando y preocupándonos cada día por saber si realmente somos o no salvos. Esto es por lo que la Biblia hace tan claro el plan de salvación. “... cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo...” (Juan 3:16Hechos 16:31) ¿Crees que Jesús es el Salvador, que Él murió para pagar el castigo por tus pecados? (Romanos 5:82 Corintios 5:21) ¿Estás confiando solamente en Él para tu salvación? Si tu respuesta es sí, ¡entonces eres salvo! Seguridad significa “poner más allá de toda duda.” Al creer la Palabra de Dios de corazón, “pones más allá de toda duda” el hecho y la realidad de tu eterna salvación.
Jesús mismo declara esto acerca de aquellos que creen en Él: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Juan 10;28,29 De nuevo, esto da más énfasis a lo “eterno.” La vida eterna es justo eso – eterna. No hay nadie, ni siquiera tú mismo, que pueda quitarte este regalo de Dios en Cristo.
Memoriza estos pasajes. 

Guardamos la Palabra de Dios en nuestros corazones para no pecar contra Él (Salmo 119:11), y pecar incluye la duda. Gózate en lo que la Palabra de Dios te dice: Al hacer eso en lugar de dudar, ¡vivimos con confianza! Tenemos la seguridad de la propia Palabra de Cristo, de que el hecho de nuestra salvación nunca estará en duda. Nuestra seguridad se basa en el amor de Dios por nosotros a través de Jesucristo. Judas 24 y 25 dice, “Y Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.”


La joven con fiebre reumática

Aquella joven sentada en la silla mecedora, a quien el médico le había dicho, a ella y a sus padres: está mal, su fiebre reumática está muy avanzada. Ya hace 20 años que la penicilina empezó a ayudar al mundo entero, pero para ella no hay solución, deben resignarse.
Los padres de Gretel que habían sido misioneros, tenían claro el diagnóstico médico dado y las indicaciones que su hija debía llevar. No debía jugar ni hacer esfuerzos debido al dolor en sus articulaciones y a su corazón agrandado por su carditis.
Resultado de imagen de Jesús y La joven con fiebre reumáticaUn día, los padres de Gretel salieron de casa y le dijeron: hija, volveremos por la noche; ella asintió, sonrió y expresó: -sabéis que os amo y vuestra palabra para mí es especial, no os desobedeceré.
A eso de las 11 de la mañana, un hombre de unos 50 años tocó a la puerta de aquel hogar, Gretel abrió la puerta y el extraño le dijo: supe que usted está enferma.
Gretel sorprendida le dijo: si, ¿quien se lo dijo? Aquel hombre era un extraño en ese lugar. Gretel estaba muy extrañada de la presencia de ese sujeto allí en su casa.
Aquel hombre extraño le dijo: quiero orar por ti, si tú quieres.
Gretel no sabía qué hacer en ese momento y cualquier cosa podría acontecer. Finalmente le dijo: está bien.
Aquel hombre extraño, puso su mano sobre la cabeza de ella sin presionar, y empezó a orar por ella aproximadamente diez minutos. Al terminar de orar se puso frente a ella y le dijo: ya estás sana, y ahora compórtate como una muchacha normal.
Salió de la casa y desapareció en la distancia. Desde ese momento Gretel comenzó a caminar y saltar, y los dolores se habían ido. Aquellas palabras: “Estás sana, y ahora compórtate como una muchacha normal”, habían hecho un efecto muy reconfortante, pues el médico y los padres prácticamente la habían desahuciado y solo esperaban su muerte. Al llegar sus padres, la vieron saltando y cantando, y la llamaron la atención; le dijeron: Gretel, ¿qué estás haciendo?
Ella les contó la historia de ese extraño hombre que la había visitado, y ellos no se sorprendieron aun siendo misioneros, y le dijeron: vamos a ver lo que dice el doctor la próxima semana que te toca la cita, vuelve a tu cama y descansa hija.
Ella, obediente, regresó a su habitación.
Al llegar el día de la cita, el medico se extrañó de que no estuviese peor. La encontró más saludable y le dijo: te encuentro un poco mejor.
Gretel poco a poco fue recuperándose de su enfermedad y finalmente quedó libre de dicha patología.

¿Conocemos a Jesús?

Era increíble escucharlo decir: “No sé de qué me estás hablando”, “No lo conozco”, “No sé lo que dices”, y no bastó con decirlo una vez, dos veces,... lo repitió por tercera vez.
Resultado de imagen de ¿Conocemos a Jesús?Cuando lo reconocieron como uno de los seguidores de Jesús, se enojó y aseguró que no lo conocía. ¿No era uno de sus amigos? ¿No había andado predicando la Palabra de Dios” ¿No había sido testigo de los milagros que hizo Jesús? Había visto cómo Jesús daba el habla al mudo, la vista al ciego, liberado a los endemoniados, resucitado a los muertos. ¿No recordaba que su “Maestro” decía: “Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios”?
Su “amigo” habló del perdón de pecados, de la paz, del río de agua viva, de la vida eterna, y sin embargo lo estaba negando. “No lo conozco”, “no sé quien es Jesús”.
Muchas veces en nuestra vida nos identificamos con Pedro, de forma que con nuestras actitudes o acciones estamos negando a Jesús. ¿Cuántas veces dejamos de tender la mano a nuestro hermano caído, vemos al hambriento y no lo alimentamos, o al sediento y no le damos de beber?... ¿Cuántas veces dejamos que nuestros malos pensamientos dominen nuestro corazón, y no perdonamos al que nos ofende? Todo esto trae tristeza a nuestra alma.
El amor de Dios es tan grande que estuvo dispuesto a morir en la cruz por nuestros pecados. Acerquémonos, pues, a Dios y restauremos nuestras faltas; así como los ojos de Jesús se posaron sobre Pedro cuando lo estaba negando, también a nosotros, sus hijos, nos mira con compasión. ¡Busquemos a Dios de todo corazón y hallaremos gracia ante los ojos de Él!