martes, 15 de mayo de 2012

La pileta de la auto-conmiseración- Crecimiento Personal

Un viejo abuelo Cherokee estaba enseñando a su nieto sobre la vida.  “Dentro de cada uno de nosotros hay dos lobos peleando constantemente”, dijo él.  “Uno de los lobos es positivo y está lleno de paz, calma, amor y bondad.  El otro lobo es negativo y está lleno de temor, ansiedad, de lástima por y dudas sobre sí mismo”.

“Abuelo”, dijo el niño.  “Si  los lobos están siempre peleando, ¿cuál de ellos ganará?”

“Al que alimentemos más”, dijo el abuelo.

¡Este maravilloso cuento indígena resulta tan cierto!

La auto-conmiseración nos mantiene inactivos y muchas veces nos desanimamos temprano por las condiciones económicas, limitaciones, padres antagónicos, presión de los colegas, maestros y otros.  Desarrollamos la tendencia a ahogarnos en nuestros sentimientos de dolor y temor que no sirven de función alguna excepto mantenernos en nuestra propia pileta de auto-conmiseración.

De nuestras experiencias de vida, llegamos a ser atletas de clase mundial con nuestros sentimientos de dolor y temor, pero estos no sirven más que para mantenernos luchando para nadar en nuestra pileta, a menudo ahogándonos en la duda sobre nosotros mismos y una conversación negativa con nosotros mismos.  La auto-conmiseración es una emoción poderosa.

Todos nosotros podemos hallarnos allí de vez en cuando y ninguno resulta inmune a aquello pero está bien; sólo quiere decir que estamos vivos… que sentimos. Ahora bien, está bien salpicar alrededor de vez en cuando. Pero si descubrimos que gastamos mucho tiempo entrenando en nuestra pileta y sentimos como si se ha convertido en una pileta de tamaño olímpico, es tiempo de salir.

La auto-conmiseración es un hábito poderoso, como reza el antiguo dicho: “la miseria ama la compañía” (que dicho sea de paso, sería un gran nombre para un bar). Debido a que este poderoso sentimiento de auto-conmiseración evoca una respuesta recíproca de otros, el dar brazadas en esa pileta puede convertirse en un poderoso hábito.

Como ocurre con todos los hábitos, si nos lo permitimos y lo alimentamos, puede convertirse en tenaz y evitar que escojamos salir de la pileta. La auto-conmiseración a menudo encubre otros sentimientos, manteniéndonos atados en un ciclo vicioso de desesperación en lugar de explorar lo que nuestro dolor intenta enseñarnos.

Aprendamos a reconocer, tomar control y cambiar nuestras reacciones emocionales a los sentimientos dolorosos. Mayormente, aprendamos el arte de evitar… también conocido como bloqueo, negación, proyección ó resistencia de la manera en que los sentimientos dolorosos fueron negados ó evitados durante nuestra niñez.

Se necesita de un aprendizaje acelerado para reconocer nuestra propia resistencia, y pedir ayuda para descubrir los sentimientos a menudo profundamente enterrados.  Aprendamos a ser conscientes de cualquier conducta negativa que estemos modelando.  Una vez que reconocemos que tenemos la tendencia a tratar con las circunstancias de esta manera, podemos aprender a detectar cuándo estamos nadando en aquella pileta de auto-conmiseración y aprender a cómo extraernos a nosotros mismos de ella.

Probablemente estemos leyendo este artículo porque anhelamos mejorar. Que seamos nosotros mismos los que buscamos aquello, nos permite cambiar nuestras emociones negativas en positivas.

Adrienne Whitner escribe: “El agua está caliente a los 99 grados pero hierve a los 100 y puede, de esa manera impulsar una locomotora.  Nosotros y nuestras mentes son esa locomotora y debemos entrenar y desarrollar ese ‘sólo grado’; al pasar de 99 (año 2011) a 100 (año 2012).  ¡Y ese ‘sólo grado’ puede cambiar al mundo!

Ahora es el tiempo de ser bondadosos, gentiles y pacientes con nosotros mismos mientras abrimos nuestras mentes a nuevas y más vigorosas maneras de pensar y ser. Es tiempo de que nos demos a nosotros mismos un lazo rojo por cuestionar en vez de nadar en nuestra pileta de auto-conmiseración tamaño olímpica. Esa pileta necesita cerrarse para siempre.

El pensamiento de hoy da en el blanco al identificar el lugar donde muchos tristemente invierten gran parte de sus vidas… ¡en una pileta equivocada! Y es que la vida es demasiado corta y Dios demasiado grande y sabio como para desperdiciar los pocos días que tenemos de este lado del cielo en lamentaciones y quejas y amarguras.  
¡Es tiempo de reconocer que fuimos creados y salvados con propósito y que no hay poder alguno capaz de evitar que cumplamos con ese propósito si nos aferramos al Señor!  Vamos, salgamos de esa fatídica pileta y lancémonos a conquistar nuestros mañanas para bendición no sólo personal sino de todas aquellas personas a la que tenemos el potencial de tocar.  Que Dios les continúe bendiciendo.
 

El hermoso color del amor-Reflexiones


Color de Dios¿De qué color es Dios?,
preguntó el niño de piel clara.
¿Es blanco como yo,
son sus cabellos dorados como el sol?
¿Es Dios moreno como yo?.
preguntó el niño de piel con matiz bronceado.
¿Tiene el cabello oscuro y rizado,
son sus ojos negros o azulados?
Pienso que Dios es piel roja como yo,
se escucha decir al niño indio.
Lleva una corona de plumas,
y transforma en día nuestras noches umbrías.
Todos sabemos que allí está Dios,
en todos los colores mencionados.
Pero ten esto por seguro: el único color de nuestro Creador,
es el hermoso color del amor.
Así que cuando tu alma vaya al cielo,
cuando tu vida llegue a su final,
Él estará esperando y hacia ti
su mano extenderá.
No habrá colores en el cielo,
todos seremos iguales.
Sólo serás juzgado por tus actos terrenales,
allí ni tu raza ni tu nombre serán importantes.
Así que cuando llegue, tu hora
y admires a Dios arriba en su reino,
verás el único color que en realidad tiene valor,
y es el hermoso color del amor.
Arnold Sparky Watts
1 Juan 4:7-11:
“Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios.
Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se Mostró el amor de Dios para con nosotros:
en que Dios Envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos Amó a nosotros y Envió a su Hijo en Expiación por nuestros pecados.
Amados, ya que Dios nos Amó Así, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
Nadie ha visto a Dios Jamás. Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.

Por favor… papito no hagas eso de nuevo- Relación con Dios-vídeo


Cuando mi hijo tenía solo tres años, él y sus hermanas jugaban correteando por toda la casa con grandes carcajadas haciendo erupción cada tantos minutos cuando alguno de ellos se acercaba a tocar a sus hermanos. 

Las risitas fueron interrumpidas de repente por un estrépito seguido de un llanto de dolor por una herida ensangrentada.  Me puse de pie y corrí hacia la sala donde el aparente accidente había tenido lugar. Mi hijo había tomado la esquina del cuarto demasiado rápido y había caído de cabeza sobre la esquina de una mesa. Rápidamente le recogí del piso donde yacía y le abracé tanto para consolarle como para examinar la herida…chorros de sangre brotaban de su frente.

 Para cuando llegamos al cuarto de urgencia, sus lágrimas habían amainado un poco pero yo anticipaba nervioso el pequeño trauma que nos esperaba.  Tras examinar la frente de mi hijo, el médico confirmó que necesitaría coser la herida para que pudiese sanar adecuadamente.
La buena noticia era que sólo requeriría un punto. La mala era que el médico planeaba coserle sin anestesia.  “Podemos pincharle una vez o hacerlo dos veces”, me informó el médico.

 Se me dijo entonces que inyectarle la anestesia local sería tan doloroso y traumático como coserle un solo punto. La puyada de la inyección sería seguida por una segunda puyada para coser la herida.  De mala gana estuve de acuerdo con el médico y opté por la puyada única. 

Animé a mi hijo diciéndole que estaba siendo un “niño valiente”, mientras los médicos y yo le atábamos suavemente con un aparato para evitar que su cuerpecito se moviese demasiado durante el procedimiento.

 Por dentro luchaba por aguantar las lágrimas mientras él me miraba con ojos asustados pero confiados. “Sigue mirando a Papá”, le animaba. “Estás siendo muy valiente”.  Sus enormes ojos se mantuvieron fijos en los míos mientras el médico lavaba suavemente la herida y se preparaba para cerrar la herida con el punto de sutura. 

“OK, aquí vamos”, dijo suavemente el médico. “Esto será rápido”. “Sigue mirándome a mí”, dije intentando sonreír y atraje sus confiados ojos hacia mí. “Papá está aquí”. Con precisión y rapidez, el médico rápidamente metió la aguja curvada en la piel hinchada cercana a la herida en la frente de mi hijo.
Los ojos de mi hijo se agrandaron al sentir el dolor. Entonces, en una voz sollozante que conllevaba la dulzura e inocencia que sólo un niño de tres años puede invocar, me miró y me dijo: “Por favor, Papito, no hagas eso de nuevo”.

 Mi corazón se quebrantó.  ¿Cómo explicarle a un hijo de tres años que el dolor que experimenta –un dolor que al menos en su mente, era causado por mí—era inflingido con amor, con un deseo de traer sanidad?  Increíblemente, ese es uno de mis más preciados recuerdos de la niñez de mi hijo.
El procedimiento acabó casi tan rápido como había comenzado y, después de unas cuantas horas, mi hijo había regresado a las risitas con sus hermanas (aunque correr por la casa fue prohibido desde ese día en adelante).

 Su confianza y dulce respuesta a la situación siguen penetrando mi corazón con amor hacia él.  Ese episodio también me recuerda del amor y cuidado de nuestro Padre Celestial hacia nosotros y aquellos a nuestro alrededor quienes pudiésemos experimentar un tiempo de sufrimiento en nuestras vidas. 

En mi mente, puedo visualizar a Dios sosteniéndonos como nuestro Padre cada vez que estamos lastimados y diciéndonos que mantengamos la mirada y confianza puestas sobre Él, aun cuando no comprendamos por qué nos pasan las cosas. Cuando somos tentados a culparlo por nuestro dolor y gritar: “Por favor, Papito, no hagas eso de nuevo”, podemos tomar consuelo en saber que Él está muy cerca de nosotros y que nos ama, y confiar en que, aunque no siempre comprendamos, hay un propósito detrás de cada cosa que nos pasa.

 Así que mantengamos nuestra mirada en Él.  Confiemos en Él. Él nos sostiene y nos sana. Nunca nos soltará. Sepamos también que aquella risa—o cualquiera sea la manera en que expresamos nuestro gozo—volverá a ser parte de nuestra vida una vez más. 


De la manera en que a veces hacemos responsable a la persona equivocada cuando algo malo nos pasa, resulta interesante que son muchos los que “culpan” a Dios por todo lo que pareciera interferir con sus planes personales. Sin embargo, si algo podemos aprender de nuestro caminar con Jesús es que Dios es bueno y siempre tiene nuestros mejores intereses en mente… aún las circunstancias por las que atravesamos y que parecieran negativas, si tan sólo podemos confiar en Él, descubriremos tarde que temprano, que abrió la puerta a la bendición tanto nuestra como de otros a nuestro alrededor. Atrevámonos a confiar en nuestro Padre Celestial.  Adelante y que Dios les continúe bendiciendo.

Napoleón y el soldado-Reflexiones-vídeo


Se dice que en cierta ocasión el emperador Napoleón I se encontraba delante de un grupo de soldados, cuando de repente su caballo se desbocó; entonces un soldado raso se lanzó hacia el caballo, y, cogiendo el freno del caballo, pudo pronto detenerlo.
Reflexiones - Napoleon y el SoldadoSe dice que Napoleón saludó al soldado raso y le dijo: “Gracias, mi capitán”. El soldado se sorprendió al oir a Napoleón decirle “capitán”, pues él era un simple soldado raso, pero inmediatamente pensó que se encontraba delante de Napoleón, y que si él quería, podía hacerlo capitán.
Así que, saludó a su Emperador y le preguntó: “¿De qué regimiento, mi Emperador?” El emperador le contestó: “De mi guardia personal.”
Aquel soldado raso se presentó como capitán ante el jefe de la guardia personal de Napoleón; el oficial, viéndolo con uniforme de soldado raso, le preguntó: “¿Capitán, por órdenes de quién” – “Por órdenes de mi Emperador, Napoleón I.”
En ese momento dejó de ser soldado raso y llegó a ser capitán. Si este soldado raso no hubiese tenido fe, hubiera dicho: “Mi Emperador me dice capitán, pero yo no soy más que un soldado raso. Por el susto que le dio el caballo, se equivocó y me dijo capitán”, y se hubiera ido a tomar su lugar y habría permanecido soldado raso toda su vida.
Todos nosotros por naturaleza somos “hijos de ira”, hijos de desobediencia; pero Dios en su infinito amor e infinita misericordia quiere hacernos sus hijos. En el evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Juan 1:12, encontramos estas preciosas palabras: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”
Además de ser hijos de Dios hay momentos en la vida en que necesitamos mirar más alla de la condición en que estamos y estar listo a ocupar la posición que Dios quiere que tengamos. Son muchos los que se conforman con ser simplemente soldados rasos, cuando Dios incluso les está abriendo puertas para ser capitanes.
Si creemos… al que cree todo le es posible. Dios jamás le abre puertas a nadie sin antes prepararlo para que entre por ellas.
Con quienes lo honran, Dios es tan tierno como un padre con sus hijos.Salmo 103:13
Si ellos cumplen con mi pacto y con mis leyes también serán reyes sus hijos y reinarán en tu lugar para siempre”. Salmo 132:12
Dios bendice a los que trabajan para que haya paz en el mundo, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9

Confía en mí-Reflexiones-vídeo


Una vez se estaba incendiando un edificio de 9 pisos en el centro de una ciudad muy importante. Las personas del edificio al enterarse de que el edificio estaba en llamas rápidamente salieron de sus apartamentos, a excepción de un niño de 8 años de edad que dormía en el octavo piso, pues su papá había salido a comprar y su mamá estaba de viaje.
El fuego crecía cada vez más e iba subiendo piso por piso. Los bomberos intentaban apagarlo, sus esfuerzos eran cada vez imposibles. El edificio estaba totalmente en llamas y los bomberos pidieron refuerzos a otras unidades de la ciudad.
El drama aumentó cuando los bomberos se dieron cuenta que había un niño en el octavo piso y el fuego crecía, iba ya por el quinto piso. De repente aparece el padre del niño preocupado por el niño, viendo este cuadro, los bomberos hacen un último intento, pero las escaleras no podían llegar hasta las paredes del edificio por haber fuego en todas ellas, entonces se escucha los llantos del niño, gritando – ¡Papi! ¡Tengo miedo!
El padre lo escucha y llorando le dice: – ¡Hijo! No tengas miedo yo estoy aquí abajo, No tengas miedo. Pero el niño no lograba verlo:
- Papi no te veo, solo veo humo y fuego.
Pero el padre sabe que está ahí en la ventana porque el fuego lo ilumina.
- Pero yo sí te veo, hijo.
- Hijo, ¿sabes qué debes de hacer?. Tírate, que aquí te agarramos todos los que estamos abajo, ¡TÍRATE!
El hijo le dice: – Pero yo no te veo.
El padre contesta. – Sabes cómo lo debes hacer, ¡cierra los ojos y lánzate! El niño dice: –¡Papi no te veo, pero allá voy!
Y cuando el niño se lanzó abajo, le rescataron.
Entonces el Padre le abraza, llora con el hijo, juntos pero muy contentos.
El hijo comprende que hay veces que al Padre no se le ve pero sus palabras son suficientes para confiar en él.
Así es nuestra vida, muchas veces hay muchos incendios, sentimos problemas parecidos a este niño y nuestro padre DIOS nos dice: ¡¡TÍRATE!! CONFÍA EN MÍ, y nosotros tenemos que lanzarnos aunque no veamos nada, ni sintamos nada, con FE tienes que salir adelante. ¡Porque sólo su palabra nos basta!
Mateo 28:20
… He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Hebreos. 13:5
… Yo nunca te abandonaré ni te desampararé.
Salmos 94:22
… Mas el Señor me ha sido por refugio, Y mi Dios por roca de mi confianza.
Proverbios 14:26
… En el temor de Dios está la fuerte confianza; Y esperanza tendrán sus hijos.

Agua sucia- Reflexiones


Una alumna de un colegio faltó a clases por una semana y otra compañera empezó a decir que la primera no asistía a clases porque estaba embarazada y se estaba haciendo un aborto.
La maestra escuchó los comentarios y llamó a la muchacha a su oficina y le dijo: “Por favor, tráeme un vaso de agua bien lleno”. La estudiante se lo trajo y a continuación la maestra le dijo: “Tira toda el agua al piso”.
La muchacha titubeó, pero al final obedeció, después de derramada el agua en el suelo, la maestra le dijo: “Ahora, recoge el agua del piso y ponla en el vaso”, “No se puede”, dijo la alumna, la maestra le repitió: “Hazlo”, la alumna con paños y servilletas recogió todo lo que pudo y así llegó a llenar medio vaso de agua la cual estaba sucia.
La maestra le dijo a la alumna: “Así es como ha quedado la fama y el honor de tu compañera”. “Aun cuando quieras reparar el mal que has hecho, no podrás hacerlo totalmente”. “Sabes, tu compañera faltó a clases porque estaba en el entierro de su padre que falleció hace unos días”.
Santiago 1:19
Esto sabéis, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar,
Salmos 34:13
Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.
Proverbios 8:7
Porque mi boca hablará verdad, Y la impiedad abominan mis labios
Salmos 35:28
Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día.
Salmos 49:3
Mi boca hablará sabiduría; Y el pensamiento de mi corazón inteligencia.