miércoles, 15 de abril de 2020

¿Creó Dios el mal?

Resultado de imagen de ¿Creó Dios el mal?Primeramente parecería que, si Dios creó todas las cosas, el mal debería haber sido creado por Dios. Sin embargo, el mal no es una “cosa”, como una roca o la electricidad. No puedes tener una jarra del mal. El mal no existe por sí mismo – realmente es la ausencia del bien. Cuando Dios hizo la creación, es verdad que todo lo que creó era bueno. Una de las cosas buenas que Dios hizo fueron criaturas con la libertad de elegir el bien. Pero para que fuera una verdadera elección, Dios tuvo que permitir algo más que el bien para elegir. Así que Dios permitió a los seres libres, tanto ángeles como humanos, elegir entre el bien y la ausencia de éste (el mal). Cuando existe una mala relación entre dos cosas buenas, le llamamos “el mal”, pero eso no lo convierte en una “cosa” que haya requerido la creación de Dios.

Tal vez otra ilustración nos ayude. Si se le preguntara a una persona “¿existe el frío?” – su respuesta sería que sí. Sin embargo, esto es incorrecto. El frío no existe. El frío es la ausencia de calor. De la misma forma, la oscuridad no existe, es la consecuencia de la falta de luz. O sea, el mal es la ausencia del bien, o, mejor dicho, el mal es la ausencia de Dios. Dios no creó el mal, más bien permitió la ausencia del bien.

Dios no creó el mal, pero Él lo permite. Si Dios no permitiera la posibilidad del mal, tanto ángeles como humanos servirían a Dios por obligación y no por decisión. Pero Dios no quiso crear “robots” que simplemente hicieran lo que Él quería, mediante una “programación”. Dios permitió la posibilidad del mal para que podamos tener la libertad de elegir si queremos servirle o no.

Nosotros como seres humanos finitos, jamás podremos entender a un Dios infinito (Romanos 11:33-34). A veces pensamos que entendemos el por qué Dios está haciendo algo, para descubrir más tarde que era por diferentes propósitos de los que originalmente pensamos. Dios ve las cosas desde una perspectiva santa y eterna. Nosotros vemos las cosas desde una perspectiva pecaminosa, terrenal y temporal. ¿Por qué puso Dios al hombre en la tierra, sabiendo que Adán y Eva pecarían y traerían con ello el mal, la muerte y el sufrimiento para toda la raza humana? ¿Por qué no nos creó y nos dejó en el cielo donde seríamos perfectos y no tendríamos sufrimientos? Estas preguntas no pueden ser respondidas adecuadamente en este lado de la eternidad. Lo que podemos saber es que todo lo que Dios hace es santo y perfecto, y finalmente lo glorificará. Dios tuvo que permitir la posibilidad del mal para nosotros, para darnos una verdadera opción de adorar o no a Dios. Dios no creó el mal, pero lo permite. Si no lo hubiera permitido, estaríamos adorando a Dios por obligación y no por la libre elección de nuestra voluntad.

Fe para hoy

“Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?” Juan 11:40
Nuestro Señor Jesús habló estas palabras a una enlutada y triste Marta ante la tumba de Lázaro. Jesús ya le había dicho que su hermano resucitaría, y ella contestó: “Yo sé que él volverá a vivir cuando sea la resurrección, en el día final” (verso 24). Después que el Señor Jesús mandara quitar la piedra de la entrada de la tumba, Marta dice: “Señor, hiede ya porque lleva cuatro días” (verso 39). Su fe era para el futuro.
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Comprendido Marta. Todas las evidencias apuntan a algo que ya está consumado, finalizado. No hay nada más que hacer, sino esperar algo mejor en el futuro. Ante los hechos, ¿qué podemos hacer? Pero nosotros conocemos el final de esta historia, Lázaro vuelve a la vida por la Palabra de Jesús. Lo cual nos muestra que ni las evidencias, ni los hechos, ni siquiera la lógica, es suficiente para impedir que el Señor haga lo que quiere.
La fe es también para hoy y no solamente para el futuro. Puede que las evidencias digan que tu situación no cambiará, o que las cosas ya están decididas y que no hay más salida. Pero no te desanimes, cree en el Señor y verás la gloria de Dios. No siempre veremos lo que queremos, pero siempre veremos lo mejor de Dios para nosotros. ¿Si hoy no conseguimos creer en Dios, cuando llegue el futuro le creeremos?
No desistas de orar y clamar delante de tu Dios, a pesar de las evidencias. Confía en Él con todo tu corazón. Pero hazlo apasionadamente. No juegues con eso. No hay otra manifestación de fe más grande que confiar en la voluntad perfecta del Señor, pero eso solo se logra después de una búsqueda apasionada de Él. Así podrás conocer su voluntad y someterte a ella.
¿Cuáles son los temas que tienes que presentar en fe delante del Señor? ¿Qué te cuesta creer? ¿Cuáles son los paradigmas mentales que tienes que cambiar y que te impiden creer de verdad en el Señor? ¡Tu fe es para hoy! 

¡Justicia!

Muchas son las veces que ante una gran injusticia clamamos a Dios por ella. Porque la traición duele. La pérdida de un ser amado duele. Quedar sin trabajo injustamente, también es doloroso. El maltrato y la violencia dejan terribles huellas en nuestro ser. Y ¡claro!, el rencor, la amargura, el dolor, y la angustia consumen el alma hasta desfallecer. Entonces, ese sentimiento nefasto, esa rara mezcla de clamor por justicia con el vehemente deseo de castigo, a causa del mal cometido, carcome todo nuestro ser y ya no podemos vivir en paz.
Es cierto que en casos extremos de un hecho de violencia o terrible abuso, enmarcado en los límites de un delito, a veces es mejor que el ofensor quede cuanto antes y por el mayor tiempo posible retenido en una celda, privado de su libertad. Solo el hecho de saber que continúa suelto con la posibilidad de volver a cometer el mismo acto, produce gran angustia y temor en las posibles víctimas.
Pero a veces, esa justicia por la que tanto clamamos a Dios, tarda más de la cuenta … o nunca parece llegar. Mas cuando uno pide justicia a Dios, Él en su soberana Deidad, hace justicia. Lo que sucede es que cuando Él hace “JUSTICIA”, la hace no solo para el otro, sino también para ti. Porque cada uno de nosotros, definitivamente TIENE CUENTAS PENDIENTES CON ÉL. Solo con el mero hecho de abrigar amargura dentro de nuestro corazón a causa de la ofensa que nos hiere, ya estamos en pecado delante de Dios. Esa misma justicia que estamos reclamando contra el otro también es aplicable a nosotros mismos.