La manifestación más grande de amor la demostró Jesucristo, al ofrecer su propia vida por amor a cada uno de nosotros. Él no dijo muchas palabras allí en la Cruz del Calvario. No dio tampoco un gran discurso ni hizo alarde del sacrificio que estaba llevando a cabo. Dijo pocas palabras, pero su acción permanece eterna e inmortal y su sangre preciosa sigue limpiando los pecados de todos aquellos que acuden a Él.
¡Cuántas promesas de amor se hacen las parejas ante el altar o en medio de algún evento importante! En nombre del amor cuántas cosas se ven y escuchan. Pero a la hora de la verdad, muchas de esas palabras fueron llevadas por el viento como si fuesen hojas dispersas. Y no ha quedado nada de lo que se dijo, solo ruinas y dolor. Pero muchas veces en silencio, de forma muy sutil, se hacen y se demuestran las más grandes expresiones de un amor sincero.