domingo, 17 de febrero de 2019

Gracia para toda la vida

Hay muchos cristianos que creen que la gracia de Dios se hace evidente y efectiva en el momento de la conversión del pecador. Estas personas creen que es precisamente, en el instante de la conversión, cuando la gracia pasa a jugar un papel crucial. Es decir, creen que cuando el pecador reconoce sus pecados, pide perdón por ellos y acepta a Jesús como su Salvador personal, la gracia de Dios se derrama sobre él y le hace un hijo amado. 
Resultado de imagen de Gracia para toda la vidaSí, de acuerdo, y además, la Biblia enseña que la gracia de Dios es para toda la vida. El favor de Dios es para todos Sus hijos, hoy y por toda la eternidad. La gracia es el sustento y el aliento de todo cristiano escogido por la soberanía del Altísimo. Los seguidores auténticos de Cristo necesitamos la gracia en cada instante de nuestra existencia. Es nuestro sostén y la confianza plena en un amor incalculable y de un favor inmerecido para aquellos que hemos sido escogidos por Dios, no por obras o por iniciativa nuestra.

El Apóstol Pablo fue un expositor incomparable del Evangelio y un defensor de la gracia de Dios, por lo que terminaba todas sus epístolas con una frase muy peculiar: "La gracia del Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén".

Hay ciertos conceptos bíblicos que deben estar muy claros para que el conocimiento del Evangelio de Cristo penetre en nuestras mentes y baje profundamente a nuestros corazones.
- El cristiano nunca podrá vivir sin pecar. La santidad no es un estado alcanzable por el esfuerzo del creyente, sino un estado divino otorgado por Dios para aquellos que han sido salvados. Somos pecadores, hijos del primer Adán, y nuestra batalla no es contra sangre ni carne sino contra principados y contra huestes de maldad. (Romanos 7:24 y Efesios 6:12). 
- ¿Cómo podremos bregar en esta vida sin el sostén y la confianza que nos concede la sublime gracia de Dios? Su gracia es la compasión de Dios a nuestro favor para perdonarnos constantemente; es el beneplácito divino con el cual Dios nos mira a consecuencia de la Sangre derramada de Cristo. Esto es algo tan divino e inexplicable que no todos los cristianos lo pueden comprender y disfrutar; pero Dios ya nos ve santos, glorificados y sentados en los lugares celestiales junto a Su Hijo. (Efesios 2:4 al 8).

Es necesario que el frasco de alabastro sea quebrado

La Biblia habla del ungüento de nardo puro (Juan 12:3). La Palabra de Dios usa intencionadamente el adjetivo puro. Ungüento de nardo puro hace referencia a algo verdaderamente espiritual. No obstante, a menos que el frasco de alabastro fuera quebrado, el ungüento de nardo puro no podía ser liberado. Extraña que mucha gente valore más el frasco de alabastro que el ungüento. De la misma manera, muchos piensan que su hombre exterior es más valioso que su hombre interior. 
Resultado de imagen de Es necesario que el frasco de alabastro sea quebradoEste es un gran problema que afronta la iglesia en la actualidad. Es posible que valoremos demasiado nuestra propia sabiduría y pensemos que somos superiores. Unos pueden estimar sobremanera sus emociones y creer que son personas excepcionales. Y otros se valoran exageradamente a sí mismos y creen que son mejores que los demás. Piensan que su elocuencia, sus capacidades, su discernimiento y juicio, son mejores que los de otros. Pero debemos saber que no somos coleccionistas de antigüedades, ni admiradores de frascos... de alabastro, sino que buscamos otra cosa, el aroma del ungüento. Si la parte exterior no se quiebra, el contenido no puede salir. Ni nosotros ni la iglesia podremos seguir adelante. No debemos seguir estimándonos en demasía a nosotros mismos.

Tengamos presente que el Espíritu Santo nunca ha dejado de obrar en los creyentes. De hecho, muchos pueden dar testimonio de la manera en que la obra de Dios nunca se ha detenido en ellos. Se enfrentan a una prueba tras otra, a un incidente tras otro, mientras el Espíritu Santo tiene una sola meta en toda Su obra disciplinante
: quebrantar y deshacer al hombre exterior, para que el hombre interior encuentre salida. Pero nuestro problema es que en cuanto enfrentamos una pequeña dificultad, murmuramos, y cuando sufrimos alguna pequeña derrota nos quejamos. El Señor ha preparado un camino para nosotros y está dispuesto a usarnos, pero en cuanto Su mano nos toca, nos sentimos tristes. Alegamos a favor de Él o nos quejamos ante Él por todo, sin tener en cuenta que desde el día en que fuimos salvos, el Señor ha estado obrando en nosotros de muchas formas con el propósito de quebrantar nuestro yo. Lo sepamos o no, la meta del Señor siempre es la misma: quebrantar nuestro hombre exterior.

En medio del dolor

Visitando a una gran mujer de 67 años que tiene cáncer de pulmón y había sufrido hace poco, una operación quirúrgica para intentar extirpar su tumor, cuando le tomé la mano, me contó cómo había sido la operación y los cuidados que había tenido que tener mientras estaba en el postoperatorio. Se la notaba muy cansada y dolorida pero con ganas de conversar, como hacía siempre.
Resultado de imagen de mujer de 67 añosEntre otras cosas, impresionaba ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas cuando recordaba el período de la radioterapia, porque hacía rememorar a quienes estaban viviendo el mismo proceso que ella. Contó acerca de una joven de 25 años que tenía un hijito, recordó a mujeres de 30, 40 y hasta 50 años que no podían ni siquiera levantarse para ir al baño. Incluso recordó a una mujer que agonizó toda la noche, falleciendo a la mañana siguiente. Si impresionantes fueron estas historias, aún más lo fueron las palabras que siguieron a continuación de su relato: “al menos yo he vivido mucho más”.
En medio del dolor físico y de lo angustioso que puede llegar a ser un cáncer, esta mujer era capaz de ver más allá de su propio cáncer y recordar las historias de dolor y pérdida de otras personas. Su hija me comentaba que estando recién operada, la encontró un día en el baño secándole el pelo a otra mujer hospitalizada, que lo único que quería era arreglarse para las visitas que vendrían.