lunes, 28 de julio de 2014

Nick Vujicic – Nacido con un propósito

A Nick Vujicic no le importaba no tener brazos ni piernas hasta que comenzó a pensar en su futuro. Cuando tenía diez años de edad, decidió que no podía seguir siendo una carga para su familia, por lo que trató de ahogarse en la bañera.
Rodeado de una familia cristiana que lo apoyaba y amaba incondicionalmente, Vujicic había sido un niño seguro de sí mismo, que siempre había encontrado la manera de arreglárselas sin sus extremidades. Pero cuando comenzó a compararse con otros niños y a pensar en la vida de limitaciones que tenía por delante, nuevos pensamientos inquietaron su corazón. ¿Cómo voy a tener una vida normal, un empleo, una esposa y unos hijos? Si Dios realmente me ama, ¿por qué no me dio brazos y piernas? Si no hay un propósito para mí en esta vida, y estoy aquí solo para experimentar rechazo y soledad, tal vez deba terminar con ella ahora mismo, pensó.
Hoy, el evangelista australiano, de 30 años de edad, se asombra al pensar que una vez creyera que su vida no tenía ningún propósito. Desde entonces, se graduó en la universidad, creó su propia compañía, se casó y pronto se convertirá en padre. Y además, ha predicado el evangelio y compartido el mensaje de esperanza a millones de personas.
Sin embargo, cuando era adolescente, Vujicic no podía imaginar un buen futuro si Dios no cambiaba drásticamente su situación. Cada noche oraba pidiendo que al despertar, le hubiera nacido una extremidad en su cuerpo. Pensaba que, Dios le había hecho de esa manera con el fin de llevar a cabo un milagro trascendental. Él recuerda que oraba fervientemente, diciendo, “¡Si me das brazos y piernas, daré la vuelta al mundo para hablar del milagro de la vida y demostrar a la gente tu poder y tu amor!”
Pero parecía que Dios no iba a responder a su oración, y el muchacho perdía la esperanza de que su vida fuera a cambiar.
Una esperanza y un futuro
Vujicic, poco a poco, llegó a reconocer que Dios realmente lo había destinado para darle a él y a la gente “un futuro y una esperanza” (Jeremías 29.11 NVI), y entregó su vida a Cristo a los 15 años, después de leer la historia de un hombre que había nacido ciego (Juan 9.1-38). Vujicic comprendió que inicialmente, había pensado igual que los discípulos de Jesús, en cuanto al hombre ciego ­que Dios había permitido que naciera así, supuestamente, porque él o sus padres habían hecho algo malo.
Cuando Vujicic leyó las palabras de Jesús: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9.3), le impactaron como una gran revelación. “Por primera vez me di cuenta de que el hecho de que no pudiera entender por qué no tenía extremidades, no significaba que mi Creador me hubiera abandonado. No había sido sanado, pero su propósito para mi vida sería revelado con el tiempo. No tenía manera de saber cómo mi condición me ayudaría a ofrecer un mensaje de esperanza en tantas naciones y a personas tan diferentes”.
Sin embargo, hay algunos que creen todavía que ese milagro que le pedía a Dios siendo un niño, sería la forma suprema de cómo Dios se glorificaría a sí mismo. “Se acercan para decirme: Dios dice que vas a tener brazos y piernas, afirma Vujicic. “Pero, ¿qué hubiera pasado de haber estado esperando que eso sucediera? ¿Si eso se hubiera convertido en el principal motivo de mi relación con Dios? ¿Si mi esperanza y mi gozo hubieran dependido de un cambio en mi situación? Eso no hubiera sido muy prudente. ¿Tengo un par de zapatos en mi armario? Por supuesto que sí. Pero ese no es mi enfoque. Mi enfoque es Jesús. A menudo digo a la gente que si Dios no les da el “milagro” que desean, deben convertirse en un milagro para los demás. Cuando una persona sirve a alguien, su corazón también se sana”.

¿Qué voz escuchas?

Todos los días escuchamos voces a nuestro alrededor, gritos de una sociedad que busca influenciarnos a toda costa. Personas que tratan de limitar nuestra libertad para que nos sujetemos a costumbres y creencias contrarias a Dios. Voces que sin pedir permiso, entran a nuestro interior y pretenden engañarnos. Voces que nos atrapan y de las cuales es difícil escapar. Todo sucede tan rápido que no nos damos cuenta.
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Vamos al cine y aparecen escenas en donde se acepta el sexo antes del matrimonio, o vemos soberbia y violencia, entre otras cosas. Y después llegamos a casa, vemos la televisión y escuchamos noticias sobre secuestros, muertes, etc. En seguida vienen a nuestra mente los recuerdos de aquellas palabras, que en algún momento dañaron nuestro corazón, como un padre que solo decía palabras destructivas, un maestro que nos dijo que no somos lo suficientemente competentes para acabar nuestros estudios, un líder que nos menospreció y nos dijo que no podía confiar en nosotros, un esposo (a) que nos ofende; todas esas voces se hacen presentes y nuestra mente se enreda. Sin embargo, en medio de toda esa confusión, la voz de Dios nos está llamando continuamente, sin que algunas veces la podamos escuchar.

¿De qué manera debemos estar alerta?
  • Someter los pensamientos a la verdad de Cristo (2da. Corintios 10:5) y portar el yelmo o casco de la salvación como parte de nuestra armadura (Efesios 6:17).
  • No dejarnos influenciar por todo lo que escuchamos y renovar nuestra mente a través de la palabra de Dios (Romanos 12:2).
  • Estar en continua comunicación con Dios para evitar caer en la tentación (Mateo 26:41).
¿Cómo podremos reconocer la voz de Dios con tanto ruido?
  • Debemos escuchar atentamente la voz de Dios (Deuteronomio 28:1) a través de la revelación de su palabra u oración.
  • Debemos pasar diariamente tiempo con Él (Juan 10:27).

Vale la Pena Pensar - Reflexiones

De vez en cuando es bueno pararse y pensar. Y vale la pena pensar en cosas como estas:
"A largo plazo, vamos forjando nuestras vidas y nos damos forma a nosotros mismos. El proceso nunca acaba hasta que morimos. Y las elecciones que hacemos dependen, en última instancia, de nuestra responsabilidad."
"Si le permitimos al temor a la pobreza gobernar nuestras vidas, nuestra recompensa será lo que tengamos, pero no viviremos."
"Uno no solo es responsable de su vida, sino que al hacer nuestro mejor esfuerzo, este momento, nos coloca en el mejor lugar para el siguiente".
"Los diamantes no son más que trozos de carbón que se aferraron a su trabajo".
"Aprendamos a disfrutar cada minuto de nuestras vidas; seamos felices ahora. No esperemos que algo externo a nosotros nos haga felices en el futuro. Pensemos en lo verdaderamente precioso que es el tiempo que tenemos para invertir, ya sea en el trabajo o con la familia. Cada minuto debe ser disfrutado y saboreado." 
La acción es una gran restauradora y creadora de confianza. La inacción no solo es el resultado sino la causa del temor. Tal vez la acción que tomemos resulte exitosa; o tal vez deberá ser seguida por ajustes o por una acción distinta. Pero cualquier acción es mejor que ninguna acción. Es realmente divertido hacer lo imposible. 
Cuidemos nuestros pensamientos; se convierten en palabras. Cuidemos nuestras palabras; se tornan acciones. Cuidemos nuestras acciones; se tornan hábitos. Cuidemos nuestros hábitos; forman nuestro carácter. Cuidemos nuestro carácter: viene a ser nuestro destino. 
Seremos tan pequeños como nuestro deseo de controlar; tan grandes como nuestra aspiración dominante. 
Echar la culpa a otros es una pérdida de tiempo. No importa cuántos fallos hallemos en otros y cuánto los culpemos, eso no nos va a cambiar. Lo único que hace echar la culpa a otros, es quitar el enfoque de nosotros mismos al buscar razones externas para explicar nuestra infelicidad o frustración. Podremos tener éxito en hacer a otros sentirse culpables de algo al echarles la culpa, pero no lo tendremos en cambiar lo que a nosotros mismos nos hace infelices.

Prueba de Amor

Un hombre trabajaba como operador de un puente por donde pasaban los trenes y tenía un hijo a quien amaba mucho. Al niño le encantaba observar cada tren y percibir los rostros de los pasajeros, y a muy pocos se los veía felices o disfrutando de su viaje, la mayoría reflejaba en sus rostros, tristeza, preocupación, enojo y soledad.
Un día se produjo un fallo técnico en la cabina, lo que llevó al operario a tomar una difícil decisión: permitir que todos los pasajeros murieran o empujar la palanca y dejar que su único hijo fuera aplastado por el puente, porque el niño, al darse cuenta de lo ocurrido, quiso impedir que hubiera un accidente y se fue a uno de los rieles para mover otra de las palancas, que se encontraba en el interior de la caseta, pero lamentablemente, cayó dentro de ella y no hubo tiempo para rescatarlo porque el tren venía a gran velocidad.
La salvación de todas aquellas personas requirió el sacrificio de ese padre y de ese niño. De la misma manera, Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16

Libres del pecado

Sin Cristo, éramos esclavos del pecado, esclavos de los malos impulsos de nuestra caída naturaleza humana. Vivíamos egoístamente, complaciéndonos a nosotros mismos, en lugar de vivir para la gloria de Dios. El resultado inevitable de esta esclavitud espiritual es la muerte, porque la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23).
Pero, Jesús vino “a pregonar libertad a los cautivos (...) a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). No cautivos literales, sino prisioneros espirituales de Satanás (Marcos 5:1-20; Lucas 8:1, 2). Jesús no libró a Juan el Bautista de la prisión de Herodes, pero sí vino a librar a los que estaban esclavizados por vidas pecaminosas, quitándoles la pesada carga de culpabilidad y condenación eterna.
De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Juan 8:34 al 36
El uso de la palabra verdaderamente (verso 36) muestra que existe una libertad falsa, que en realidad aprisiona a los seres humanos con la desobediencia a Dios. Los oyentes de Jesús confiaban en que, siendo descendientes de Abraham, ya tenían la base de su esperanza de libertad. Y nosotros corremos un riesgo similar. El enemigo quiere que, para nuestra salvación, confiemos en cualquier cosa (tal como nuestro conocimiento doctrinal, nuestra piedad personal o nuestro servicio a Dios) menos en Cristo. Pero, ninguna de estas cosas, por importante que sea, tiene el poder de librarnos del pecado y su condenación. El único Liberador verdadero es el Hijo, que nunca fue esclavo del pecado.