lunes, 29 de septiembre de 2014

La ofrenda de la viuda - Reflexión Bíblica

Es interesante hacer notar que las cosas grandes se componen de partes pequeñas, todas, sin excepción. Los mares no serían mares sin las muchísimas gotas de agua que los forman.
Las montañas nos impresionan por su grandeza, pero las montañas no serían nada si no fuera por la combinación de peñas, rocas, piedras y aún más importante, los granos de arena, incluso el polvo de tierra que les da forma y sustancia, y permite que la flora las adorne y las embellezca.
El dicho “Roma no se construyó en un día” nos indica esto también. Vemos que lo grande, lo importante y lo bello son producto de la acción de muchos elementos pequeños. Esto es verdad especialmente, con respecto a lo espiritual.
El amor de la madre no se demuestra solo por el hecho de haber dado a luz a su hijo. Ese amor maternal tan loable, es la suma de los sacrificios de cada día, de largos años de preocupación por el bienestar de su hijo, lo cual llega a ser la obsesión de su vida. Y todo esto, la madre no lo considera como un sacrificio, sino al contrario, un gozo y el deseo de su existencia, el dar de sí misma hasta el último suspiro.
Durante la segunda guerra mundial, una parte de las fuerzas aliadas, compuesta de ingleses, franceses y norteamericanos, se encontró atrapada en la costa Norte de Francia. Los nazis iban a arrinconarla al mar. ¿Cómo salvar a esos soldados de la destrucción que les esperaba? No había barcos militares suficientes, preparados para transportar a esos valientes que afrontaban la muerte, distante solo unos treinta y cinco kilómetros.
En Inglaterra, el primer ministro, hablando por radio, explicaba la situación al pueblo, suplicando a cada persona que tuviera barco, no importaba el tamaño, que se lanzara al mar hacia la costa norte de Francia para rescatar a esos soldados.
Fue sorprendente el resultado. Millares de individuos en sus barcos, algunos de ellos yates, la mayoría lanchas pequeñas, y hasta embarcaciones de remo, se dirigieron a alta mar. Formaban una flota unida y potente porque tenían un solo fin, y todos estaban consagrados a hacer lo que pudiesen con lo que tenían. Para muchos, su única posesión era su lancha. Era todo lo que tenían para poder ayudar a los que necesitaban su servicio.
La mayor parte de los soldados llegaron salvos y sanos a Inglaterra, gracias a tantos que ofrecieron lo poco que tenían
Mucho se puede conseguir, siempre y cuando se esté dispuesto a ofrecer lo que se tiene aunque parezca poco.

Esperando el tiempo exacto

Eclesiastés 3:1 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.” RVR.
Su nombre era Javier, un niño que desde muy pequeño tuvo un solo sueño: convertirse en un futbolista de talla internacional.
Sus papás, al ver la tenacidad y el gran anhelo que tenía su pequeño hijo, decidieron llevarlo a hacer algunas pruebas en un club de fútbol, pero no a cualquiera sino a uno de los más importantes de su país, el cual no aceptaba a nadie que no tuviera talento. Después de algunas semanas, su nombre apareció en la lista de admitidos.
Poco a poco, Javier fue formándose de manera profesional llegando a destacar del resto de sus compañeros, pero no fue sino hasta mediados del año 2005, cuando se le presentó la oportunidad de acudir a un campeonato internacional para representar a su país.
Aunque puso todo su esfuerzo y empeño para que lo eligieran, su nombre nunca apareció en la nómina de convocados.
Siendo aún adolecente, Javier se sintió frustrado y triste, por haberse empeñado tanto en algo en lo que creía que era bueno, pero que parecía que los demás no lo notaban.
Todos los días veía como ese grupo de compañeros avanzaba en los entrenamientos, y pasaba la eliminatoria, y aunque trataba de sentirse feliz por ellos, había algo en su corazón que le provocaba tristeza al no haber sido elegido.
Ese equipo llegó a ganarse un lugar en la gran final y para ese momento, muchas personas decidieron viajar para apoyarlo, entre ellos los abuelitos de Javier, quienes tuvieron que convencerlo para que los acompañara. Estando presente en el estadio, vio como sus amigos no sólo jugaron un buen partido, sino que terminaron dándole el triunfo por primera vez a su país, en una competición de esa clase.
Las lágrimas rodaron por sus ojos y un nudo de impotencia en la garganta se formaba, al pensar que él podría haber sido parte de ese equipo. Su abuela se dio la vuelta para verlo y solo pudo abrazarlo para darle consuelo y, mientras le limpiaba las lágrimas de frustración, le dijo: “Hijo, no llores, este no era tu tiempo… los tiempos de Dios son otros y son perfectos… Él te tiene algo muy hermoso”.

Sin apariencias…

Siempre me he caracterizado por ser bastante reservado en mi vida personal. En general, muy poca gente conoce de mi vida privada; solo quienes son de mucha confianza conocen algunos antecedentes, pero no completamente. Parte de este hermetismo se debe a que me gusta mucho alegrar a quienes me rodean y a veces, pienso que si saben que estoy tan triste como ellos, no va a generarse el efecto que espero en sus vidas. Sí, soy un ser un poco especial.

Dentro de mis procesos de madurez, he tenido que ir aprendiendo a contar un poco más lo que me pasa y aprender a pedir ayuda. Esto se conoce como “activar posibilidades”. Lo explico mejor; si por ejemplo necesito conseguirme un libro, llamo a todas las personas que podrían tenerlo, publico en facebook y le pido a mis amigos que pregunten a los suyos si lo tienen, hasta que lo consigo. En estas cosas soy muy eficiente, pero muchas veces no lo soy tanto en gestionar otro tipo de cosas para mí mismo.

Desde hace algunas semanas estoy atravesando un proceso difícil, que me ha hecho derramar lágrimas más de una vez. El “antiguo yo” mentiría diciendo que está bien cuando le preguntan, evitaría llorar en público y no aceptaría ningún gesto de “empatía” porque no querría molestar ni incomodar a nadie. El “nuevo yo” entendió que la única manera de sentirse mejor es contando lo que me pasa, a personas que tengan la capacidad de escucharme y contenerme emocionalmente. El “nuevo yo” le pide a sus amigos que lo acompañen y expresa lo que hay en su corazón. Pero lo más maravilloso de este “nuevo yo” es que es capaz de llorar como un niño, asumir su pena y pedirle a Dios que sane y restaure su corazón. Esta es una novedad…aunque tú no lo creas.

Vigencia de La Palabra de Dios

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Jesús dice: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Lucas 21:33
Mas la palabra del Señor permanece para siempre.
1 Pedro 1:23, 25
Con osadía, Voltaire escribió lo siguiente en su diario: "Acabo de leer algunas páginas de la Biblia. Está claro que este libro ya no es para nuestros tiempos. Seguro que en menos de un siglo la Biblia no será más que el almanaque del año pasado". 
Pero,... ¿quién lee aún hoy los panfletos del filósofo que pretendía apagar la verdad de Dios?
La Biblia, que en tiempos de Voltaire estaba traducida a unos treinta idiomas, a día de hoy ha sido difundida por toda la tierra, a más de 2.550 lenguas y dialectos diferentes.

La orden de Dios para cada creyente

En el pasaje conocido como la Gran Comisión, Mateo 28;18-20, el Señor Jesús menciona al discipulado, al bautismo y a la enseñanza. Todos estamos de acuerdo con que el discipulado y la enseñanza son esenciales para crecer en la fe; sin embargo, algunos cristianos relegan o ignoran la orden de ser bautizados. La voluntad de Dios es que cada persona que recibe la salvación, ponga en práctica esta ordenanza bíblica dada por Jesucristo.
La Biblia contiene varios ejemplos de nuevos creyentes que se sometieron al bautismo por obediencia, después de ser salvos. Pablo y Silas dijeron a su carcelero que recibiera a Cristo y que fuera bautizado (Hechos 16.27-33). Asimismo, Felipe bautizó al eunuco etíope después de escuchar su confesión de fe (Hechos 8.36-38).
Actualmente, muchos creyentes rehúsan hacerlo porque no consideran al bautismo como un mandamiento, o porque no reconocen que no hacerlo es desobediencia. Pero este acto es muy importante porque es una confesión pública de fe en nuestro Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo).