domingo, 23 de diciembre de 2018

La mano escondida de Dios

Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas. Salmo 139;16.
Un amigo mío fue adoptado por una pareja norteamericana que fue a la obra misionera en Ghana. Cuando volvieron a Estados Unidos, él empezó la universidad pero tuvo que abandonarla. Luego, se alistó en el ejército, lo cual lo ayudó a pagar sus estudios y lo llevó por todo el mundo. Dios estaba obrando en todo eso, preparándolo para un rol especial. Actualmente, escribe y edita literatura cristiana para una audiencia internacional.
Su esposa también tiene una historia interesante. En el primer año de universidad, suspendió un examen de química por un medicamento erróneo que había tomado para la epilepsia. Entonces, decidió estudiar el lenguaje de señas, que no era tan exigente. Al reflexionar en aquella experiencia, ella dice: «Dios estaba redirigiendo mi vida para un propósito mayor». Actualmente, se dedica a hacer que la Palabra transformadora de Dios sea accesible a quienes tienen problemas de audición.

¿Te preguntas a veces adónde te está guiando Dios? El Salmo 139:16 reconoce la mano soberana de Dios en nuestras vidas: «Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas». No sabemos cómo usará Dios las circunstancias, pero podemos descansar seguros en que sabe todo de nosotros y guía nuestros pasos.
Señor, gracias por guiar mis pasos.
¿Qué pasos das en los que puedes descubrir la guía de Dios o cumplir con su llamado para tu vida?

Gracias al Señor que me ha dado tanto

Cualquiera que oyera alguna vez el poema hecho canción, titulado “Gracias a la vida”, no pudo imaginarse que detrás de ese tributo de gratitud, se enmascaraba sarcasmo, dolor y muerte.
Algunos de los versos de dicho tema decían:
“Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me dio dos luceros que cuando los abro  / perfecto distingo lo negro del blanco  / y en el alto cielo su fondo estrellado  / y en las multitudes el hombre que yo amo / Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me ha dado la marcha de mis pies cansados …”
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No se puede discutir el optimismo que destila la legendaria composición, la misma que bien pudo ser todo un himno de gratitud por lo vivido. Sin embargo no fue así, pues la autora de tan exquisito legado poético y musical (Violeta Parra), después de una vida de agitación y afanes diarios, y de un desgaste emocional entre dos matrimonios fallidos y una última relación amatoria tormentosa, tomó la fatal decisión de quitarse la vida, irónicamente de aquella “vida” a la que en sus versos agradecía.
Los entendidos hablaron de depresión; y el mundo sigue comentando de ella y de su trabajo. Sí, depresión: un mal que carcome la existencia; que avanza silenciosamente como un cáncer, superando por lo general, la acción de cuantos profesionales, terapias, y medicamentos, se recomienden.
Porque la depresión es un arma poderosa que sigue utilizando el enemigo para acabar con el ser humano, para robarnos la esperanza, para debilitarnos la fe, para sellarnos los sentidos y no dejarnos percibir que al final del túnel hay una luz llamada Jesús.
Amigo, no dejes que ninguna raíz de tristeza crezca por mucho tiempo en tu interior, porque su tallo y ramas (angustia, ansiedad, depresión) terminarán maniatando tu voluntad. Cada vez que te sobrevengan aflicciones y cargas, ponlas a los pies del Señor, y mientras te esfuerzas en la lucha, permite que Él actúe. No hay otro sanador, médico, psiquiatra, o consejero mejor.
Con ello, al final de tu peregrinaje terrenal, en vez de decir “Gracias a la vida…” dirás  “Gracias al Señor que me ha dado tanto…”

Vengan a mí ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.

(Mateo 11:28)

¡Gracias por ser como eres!

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza. ¡Alabadlo, bendecid su nombre! Salmo 100; 4
Cuando era cuidadora residente de mi madre en un centro oncológico, conocí a Lori, otra asistente que vivía al final del pasillo con su esposo. Charlaba, me reía, me desahogaba, lloraba y oraba con ella en los tiempos de actividades compartidas. Nos encantaba alentarnos mutuamente mientras cuidábamos a nuestros seres amados.
Un día, no llegué a tiempo para el transporte gratuito que llevaba a los residentes a comprar alimentos. Entonces, Lori se ofreció a llevarme más tarde. Con lágrimas de agradecimiento, acepté su ofrecimiento. «Gracias por ser como eres», le dije. Realmente la apreciaba por lo que era como persona; no solo por lo que hacía por mí como amiga.

El Salmo 100 demuestra un aprecio a Dios por lo que Él es, y no simplemente por lo que hace. El salmista invita a «toda la tierra» (verso 1) a «venir ante su presencia con regocijo» (verso 2), reconociendo que «el Señor es Dios» (verso 3). Nuestro Hacedor nos invita a entrar en su presencia «con acción de gracias, […] con alabanza» (verso 4). Él es digno de nuestra gratitud constante porque «es bueno», porque «para siempre es su misericordia» (verso 5).

Dios siempre será el Creador y Sustentador del universo, y nuestro Padre amoroso y cercano. Él merece nuestra genuina y gozosa gratitud. 
Señor, gracias por ser como eres.
¿A quién puedes hablarle hoy sobre el amor de Dios?