“A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer.”.
(1 Corintios 7:10-11 RV95)
Vivimos en un mundo de apariencias; tal es así, que cualquiera que vea nuestras fotos en las redes sociales diría que parecemos una pareja casi perfecta, que no tenemos problemas y que jamás discutimos.
No podemos quejarnos, hemos sido realmente bendecidos con una hermosa familia, tenemos un trabajo que llena nuestras expectativas profesionales y lo más importante, sentimos en cada instante el respaldo de nuestro Dios en todos nuestros proyectos.
Sin embargo, el matrimonio es una gran aventura; unos días son tranquilos, hay armonía, te sientes muy bien junto a tu esposo, y otros, se desata una verdadera tormenta eléctrica que termina por aislarnos a causa de la tensión, la incomodidad, la rabia y la decepción al no salir las cosas como esperábamos.
Mi esposo suele decir que los primeros diez minutos del día son los más especiales, y que después de ese tiempo, mantenernos sin dar pie a contiendas y disensiones es todo un reto. Para que esto funcione, cada uno debemos asumir el rol que nos ha sido asignado con responsabilidad y compromiso, y reconocer que solos no podemos, que necesitamos la guía del Espíritu Santo para poder vencer nuestros temores, inseguridades y falta de perdón.
Sí, el divorcio suele ser nuestra primera solución a las dificultades. Yo ya perdí la cuenta de las veces que hemos pensado en hacerlo, porque la misión de Satanás es destruir la familia y sembrar dudas en nuestra mente, para hacernos caer en el abismo que lleva al desamor y a la separación definitiva; pero cuando recuerdo mis votos matrimoniales, en los que prometí perdonarlo las veces que fuera necesario, entiendo que mi compromiso fue con el Señor y debo esforzarme por cumplir mi palabra.
No sería posible continuar si Dios no fuera ese nexo que nos une. Las pruebas que hemos superado han sido devastadoras, pero cuando el amor es firme, no el amor hacia nuestro esposo, sino el amor hacia nuestro Dios, todo es posible.