viernes, 14 de diciembre de 2018

Supervivientes

A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer.”.
(1 Corintios 7:10-11 RV95)
Vivimos en un mundo de apariencias; tal es así, que cualquiera que vea nuestras fotos en las redes sociales diría que parecemos una pareja casi perfecta, que no tenemos problemas y que jamás discutimos.
No podemos quejarnos, hemos sido realmente bendecidos con una hermosa familia, tenemos un trabajo que llena nuestras expectativas profesionales y lo más importante, sentimos en cada instante el respaldo de nuestro Dios en todos nuestros proyectos.
Sin embargo, el matrimonio es una gran aventura; unos días son tranquilos, hay armonía, te sientes muy bien junto a tu esposo, y otros, se desata una verdadera tormenta eléctrica que termina por aislarnos a causa de la tensión, la incomodidad, la rabia y la decepción al no salir las cosas como esperábamos.
Mi esposo suele decir que los primeros diez minutos del día son los más especiales, y que después de ese tiempo, mantenernos sin dar pie a contiendas y disensiones es todo un reto. Para que esto funcione, cada uno debemos asumir el rol que nos ha sido asignado con responsabilidad y compromiso, y reconocer que solos no podemos, que necesitamos la guía del Espíritu Santo para poder vencer nuestros temores, inseguridades y falta de perdón.
Sí, el divorcio suele ser nuestra primera solución a las dificultades. Yo ya perdí la cuenta de las veces que hemos pensado en hacerlo, porque la misión de Satanás es destruir la familia y sembrar dudas en nuestra mente, para hacernos caer en el abismo que lleva al desamor y a la separación definitiva; pero cuando recuerdo mis votos matrimoniales, en los que prometí perdonarlo las veces que fuera necesario, entiendo que mi compromiso fue con el Señor y debo esforzarme por cumplir mi palabra.
No sería posible continuar si Dios no fuera ese nexo que nos une. Las pruebas que hemos superado han sido devastadoras, pero cuando el amor es firme, no el amor hacia nuestro esposo, sino el amor hacia nuestro Dios, todo es posible.

Dios con nosotros

Éxodo 13:21-22 y 33:2-3
Se dice que en una batalla que dirigía el Duque de Wellington, una parte de su ejército estaba cediendo ante el enemigo, cuando de pronto un soldado vio al Duque entre los soldados combatientes, y el soldado gritó con voz estruendosa y jubilosa: “¡Aquí está el duque! ¡Dios lo bendiga!
El mismo soldado, dirigiéndose a todos sus compañeros gritó: ¡Me gusta más ver la cara del Duque, que a todos los otros soldados!” Los demás soldados, al oír esto, volvieron sus rostros hacia donde estaba el Duque de Wellington; al verlo se reanimaron, recobraron la serenidad y el valor, y decían: “¡El que nunca ha sido derrotado ni lo será con nosotros!” Y pronto consiguieron su objetivo: derrotar al enemigo.
El pueblo de Israel se encontraba esclavizado en Egipto. Dios escucha el clamor de Su pueblo y envía a Moisés para así liberarlos del yugo de Faraón. Los capítulos previos al citado, nos narran lo que Dios hizo a favor de la libertad de su pueblo, abrirles la puerta para ser libres, y además guiarlos a la tierra que les había dado por promesa.
Resultado de imagen de Dios con nosotrosPoco antes de atravesar el mar y de que Dios lo abriera, los israelitas acampan en Etam a la entrada del desierto, y entonces ocurre un hecho maravilloso del que Dios quiere que aprendamos que Él siempre nos acompaña en esta vida rumbo a la patria celestial, que es el cielo.
Lennin dice en su libro Socialismo y Religión: “La religión es el adormecimiento con la esperanza de una recompensa celestial a quien pena toda su vida en la miseria, le enseña paciencia y resignación". Esto es una mentira, pues en medio de todos los momentos de nuestra vida podemos y debemos estar seguros de que Dios va con nosotros, y nos guía por los mejores caminos hasta llegar a la eternidad.
I. Dios nos guía (verso 21) “Y Jehová iba delante de ellos… para guiarlos por el camino…”
Dios inicia la salida de Su pueblo, y no solo da la orden de salir, sino de tomarlos de la mano e indicarles el camino hacia donde deben dirigir sus pasos. Dios no solo les dice que salgan, sino que les dice a través de Moisés como quiere que lo hagan. Pero además el Señor no solo les indica hacia donde deben salir, sino que Él mismo al frente de ellos les indicaba la ruta hacia la tierra prometida.
Si se nos pidiera que definiéramos la palabra Siervo, podríamos decir algo así: “Una persona que hace lo que se le indica”. Palabras más, palabras menos, la mayoría de nosotros diríamos algo parecido, sin embargo el concepto bíblico es diferente; como ejemplo pensemos en el barro y el alfarero (como lo ilustra Jeremías); el barro en manos del alfarero toma su forma, pero ya terminado, si no está en manos de su hacedor no sirve para nada.
Es necesario permanecer cerca del creador para que él guíe nuestros pasos. Dios no solo se conformaba con desear hacer algo a favor de los suyos, sino que además tomó la iniciativa buscando al hombre idóneo: Moisés. Pero aún hay más, Dios era el guía de Moisés, éste no estaba solo coordinando la salida del pueblo, sino que Dios le daba instrucciones precisas para salir.
Dice el texto que, “en una nube de día y columna de fuego por la noche” Dios les señalaba el camino por donde debían andar para llegar a la meta. La nube de día y la columna de fuego era ¡Dios mismo! guiando a su pueblo. Moisés era un instrumento, pero la totalidad de los que salieron de Egipto observaron la nube y la columna de fuego. Moisés iba al frente, pero delante de Moisés iba Dios marcando la ruta de Israel.
No podía haber error, pues el Creador daba las señales. La iglesia del Señor debe ser guiada por la cabeza que es Cristo, y como tal tiene la visión y propósito para su pueblo. Es el Señor el que debe guiar nuestras vidas en lo particular y en lo congregacional. Este evento animaba a Moisés a adentrarse al desierto, animaba al pueblo a sortear todos los peligros, pues veían la presencia de Dios guiándoles.

¿Qué dice la Biblia sobre la cremación o incineración?

La Biblia no habla de una manera específica sobre la práctica de la cremación o incineración. No especifica si hay que enterrar o incinerar a los muertos.
Eso sí, en la Biblia se menciona que algunos siervos de Dios enterraron a sus seres queridos. Por ejemplo, Abrahám se esforzó en encontrar un lugar donde enterrar a su esposa, Sara (Génesis 23:2-20; Génesis 49:29-32).
Pero la Biblia también explica que algunos siervos de Dios quemaron cadáveres. Por ejemplo, cuando el rey Saúl y tres de sus hijos murieron en una batalla, sus cuerpos quedaron en territorio enemigo y no recibieron la honra debida. Al enterarse de la situación, unos soldados israelitas recuperaron los cadáveres, los quemaron y enterraron los restos (1 Samuel 31:8-13). La Biblia muestra que lo que esos hombres fieles hicieron con los cadáveres fue correcto (2 Samuel 2:4-6).
Una urna de cenizas junto a una foto de la fallecida

Conceptos erróneos sobre la incineración

Lo que algunos creen: La incineración deshonra el cuerpo.
La verdad: La Biblia dice que al morir la persona, esta vuelve al polvo, y eso es lo que le pasa a un cadáver cuando se descompone (Génesis 3:19). La incineración, que reduce el cuerpo a cenizas (o polvo), simplemente acelera este proceso.
Lo que algunos creen: En los tiempos bíblicos solo se quemaban los cadáveres de quienes no contaban con el favor de Dios.
La verdad: Es cierto que se quemaron los cadáveres de algunas personas desobedientes, como los de Acán y su familia (Josué 7:25). Aunque esa fue una excepción en aquel tiempo, no la regla (Deuteronomio 21:22, 23). Como se mencionó antes, también se quemaron los cadáveres de algunos siervos fieles de Dios, como por ejemplo el de Jonatán, un hijo del rey Saúl.

Lo que algunos creen: La incineración impide que Dios pueda resucitar a la persona.

La verdad: Dios puede resucitar a una persona sin importar que su cadáver haya sido enterrado, incinerado, se haya perdido en el mar o lo hayan devorado animales salvajes (Apocalipsis 20:13). El Todopoderoso puede hacerle un cuerpo nuevo con facilidad (1 Corintios 15:35, 38).