¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué le cantamos al Señor, por qué leemos su Palabra, por qué vamos a la iglesia a escuchar la predicación y a orar por otros, y les hablamos a otros acerca de Cristo? La respuesta debería ser: para glorificar a Dios, ya que en 1 Pedro 4:10-11 dice:
“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Y si predico por cualquier otra motivación que no sea la de llevar gloria a Dios, no tengo derecho a predicar.
Todo lo que hagamos, cualquier servicio debe ser motivado por el deseo de darle gloria a Dios, “si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” 1 Corintios 10:31. Tenemos el mandamiento de ir y predicar el evangelio para mostrar la salvación de Dios a toda criatura, pero nunca haremos la obra que Dios desea hasta que nuestros corazones estén motivados por la pasión de glorificar a Dios.
Leamos la palabra de Dios en Éxodo 16:7-10 “Y a la mañana veréis la gloria de Jehová; porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; porque nosotros, ¿qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros? Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová. Y dijo Moisés a Aarón: Di a toda la congregación de los hijos de Israel: Acercaos a la presencia de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones. Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube”.

La Biblia, hablando de la gloria de Dios muchísimas veces, demuestra que Su gloria es un tema importante en la Palabra de Dios y es lo que entrelaza todo el texto, a lo que el apóstol Pablo concluye diciendo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?…… Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:33-34, 36.
Y aunque el impío se enfurece, se imagina cosas vanas, y el hombre trata de romper las cadenas de Dios para proclamarse independiente de quien lo hizo, Dios no es solo el Creador, sino que también es el Sustentador del hombre, pues a través de Jesucristo, “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” Hebreos 1:3.
Cuando predicamos el mensaje de la salvación, estamos declarando la gloria de Dios, “pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” 2 Corintios 4:3-4. Es decir, que predicamos la gloria de nuestro Señor Jesucristo, y Dios revela su persona en la gloria de su Hijo, quien fue al Calvario llevando la carga de nuestro pecado, para proveer un Salvador para la humanidad y luz a los ojos entenebrecidos por el pecado, pues Él es el resplandor de la gloria de Dios.
Por lo que el propósito del hombre es glorificar a Dios y regocijarse en Él para siempre; de eso es de lo que se trata en la vida, pero… ¿Cómo hace una persona para glorificar a Dios? Bueno, glorificar a Dios es el resultado final de la vida cristiana, es ir alcanzando la madurez espiritual, para lo cual es necesario concentrar y enfocar nuestra vida en Dios, hasta que estamos sumergidos en Su majestad y Su gloria.
Por ejemplo, la confesión del pecado glorifica a Dios, pues Él nunca tiene la culpa cuando pecamos. Confesar significa estar de acuerdo con Dios en que el pecado es nuestra culpa y esto glorifica a Dios, mientras que aquellos que tratan de evadir la responsabilidad de su pecado atentan gravemente contra la gloria de Dios.