Al inicio de mi clase de las 8:00 a.m. un lunes en la Universidad de Nevada, en Las Vegas, (UNLV), les pregunté a mis estudiantes cómo habían pasado su fin de semana.
Un joven me dijo que su fin de semana no había sido muy bueno. Le habían extraído una muela del juicio. El joven procedió a preguntarme, a su vez, por qué siempre parecía tan feliz.
Su pregunta me recordó algo que había leído en algún lado antes: “Cada mañana que nos levantamos, podemos escoger cómo queremos enfrentarnos a la vida ese día”, le dije al joven: “Escojo estarlo”.
“Déjeme darle un ejemplo”, continué. Los otros sesenta estudiantes de la clase dejaron su tertulia y comenzaron a escuchar nuestra conversación.
“Además de enseñar aquí en la UNLV, también lo hago en la universidad comunitaria en Henderson, a unas diecisiete millas de donde vivo, por la autopista. Un día, hace algunas semanas, conduje esas diecisiete millas hasta Henderson. Salí de la autopista y me dirigí hacia la calle de la universidad.
Solo tenía que conducir otro cuarto de milla por esa calle para llegar a la Universidad. Pero justo entonces, se me paró el coche. Intenté darle ignición de nuevo, pero el motor no arrancó. Así que puse mis luces tintineantes, tomé mis libros y me encaminé hacia la universidad”.
“Tan pronto como llegué, llamé a la Asociación de Automovilistas de los EUA (AAA) y les pedí que me enviasen una grúa. La secretaria de la oficina del director me preguntó qué había pasado. Este es mi día de suerte”, contesté sonreído.
“Su coche se estropea y ¿hoy es su día de suerte?” Estaba sorprendida. “¿Qué quiere decir?”
“Yo vivo a diecisiete millas de aquí”, le contesté. “Mi coche pudo haberse estropeado en cualquier lugar de la autopista pero no lo hizo. En vez de eso, se descompuso en el lugar perfecto: a la salida de la autopista, a una distancia que yo pudiera caminar hasta aquí.
Todavía puedo dar mi clase, y he podido hacer los arreglos para que la grúa me encuentre después de clases. Si mi coche debía dañarse hoy, no pudo haber pasado de mejor manera”.
Los ojos de la secretaria se abrieron por completo y luego sonrió. Le devolví la sonrisa y me dirigí hacia la sala de clases.
Así acabé mi historia a los estudiantes de mi clase de Economía en UNLV.