¿Cuál es la clave del éxito? ¿Qué distingue a las personas que triunfan de las que fracasan? ¿Es posible alcanzar el éxito y mantenerlo? Un sin número de posibles respuestas se agolpan en nuestra mente, intentando señalarnos el camino seguro hacia la victoria personal.
Recuerdo la ocasión en que comencé mi primer trabajo. Tenía 14 años y estaba terminando el segundo año de la escuela secundaria, cuando de un día para otro mi tío me propuso trabajar con él durante el verano. ¡Todo un desafío para un adolescente acostumbrado a ver la televisión, a practicar baloncesto y asistir a clases! Sin embargo, acepté el reto y me lancé a la ‘aventura’.
Los primeros días fueron facilísimos: todos me sonreían, los jefes eran pacientes conmigo, e iba sobrellevando, mal que bien, el horario matinal de entrada. Pero con el paso de los días, la ‘comodidad’ se vistió de ‘normalidad’ y el asunto se tiñó de ‘sangre, sudor y lágrimas’. Llegué a trabajar durante casi un mes desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche. ¡Quince horas diarias! Llegaba a mi casa, cenaba y caía desplomado sobre la cama, para levantarme cinco horas después,... ¡y seguir con la rutina! Nada de televisión, nada de paseos, nada de nada. Sólo trabajar, trabajar y trabajar.
Pero algo “mágico” sucedía cada dos semanas. Algo que me hacía “olvidar” el sacrificio y la abnegación de cada día: ¡era que cobraba mi salario! ¡Sí! ¡Por primera vez en mi vida podía disfrutar de mi propio dinero, obtenido con mi propio trabajo! Por primera vez entendí, de manera muy práctica, el enorme valor que tiene el esfuerzo personal con miras a la recompensa del éxito.
San Pablo escribió: “Ustedes saben que en una carrera no todos ganan el premio, sino uno solo. Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarles. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho! Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre. Yo me esfuerzo por recibirlo, así que no lucho sin un propósito. Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mi mismo” (1 Corintios 9:24-27).