Es evidente que en nuestro transitar por esta vida, vamos a atravesar por todo un sin fin de experiencias, unas agradables y sin ningún vestigio de pesimismo, y otras desagradables que pueden exceder en su cuantía a las que se pueden denominar como “buenas”.
Generalmente, de todos los acontecimientos que se mueven alrededor de nuestra vida, los que resultan más lacerantes, dolorosos y frustrantes son aquellos que tienen que ver con la traición, el relativismo y la marginación.
La manera común de enfrentarse a estos acontecimientos es vengándose de aquellos que nos hacen mal, pero está comprobado que la venganza se convierte en un mal que nos corroe el alma. Los cristianos no somos inmunes a este flagelo y también seremos traicionados.
Para los demás, posiblemente lo que hacemos será malo, y lo de ellos será bueno aunque sean los mismos hechos, lo que es conocido como relativismo. Y en otras ocasiones seremos marginados de tal manera, que nos parecerá estar en un desierto aunque estemos rodeados de personas; por la sencilla razón de que solo seremos importantes para ellos mientras les podamos ser útiles. Pero ni el odio ni la venganza deberán ser armas que usemos para pagar a los que nos hacen mal.