En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados». 1 Juan 4: 10
Seis de la mañana. Los débiles rayos del sol se filtran entre los cristales rotos del restaurante. Su dramático encuentro con Jesús, la noche anterior, lo ha cambiado. Lo ha convertido en un nuevo hombre: más viejo, tal vez, pero libre de los tormentos de su terrible pasado; feliz, con los ojos radiantes.
No sale. Queda preso. Permanecerá en prisión durante ocho largos años. Pero su espíritu está libre: ha encontrado la salvación en Cristo.
Lo conocí en Pensilvania una noche de lluvia, mientras dirigía una cruzada de evangelización. Me contó su historia. Me habló de sus noches de culpa; de sus días de remordimiento; de sus tardes y mañanas de angustia.
-Lo que tocó mi corazón, me dijo sonriendo, fue saber que mis culpas ya habían sido pagadas en la cruz del Calvario. Cuando entendí lo que Jesús hizo por mí, tuve ganas de salir gritando a todo el mundo que yo había sido perdonado.