No es solo la principal misión de nuestra vida, sino también una necesidad existencial: queremos encontrar a Cristo, queremos tener la certeza de que Dios existe, queremos encontrar el sentido de la vida. Porque en el fondo sabemos que nuestra mente aspira a conocer la verdad absoluta y nuestro corazón no se contenta con cualquier bien finito; nuestro corazón está hecho para alcanzar a Dios, el único bien infinito y eterno.
Lo reconozcamos o no, todos llevamos en el corazón ese profundo vacío que nada ni nadie puede llenar, solo Dios. Claro es, que en muchas ocasiones preferimos acallar ese grito sordo de nuestro corazón y lo silenciamos con “comida basura”: buscamos opacar ese clamor existencial con fiesta, con diversión, con un afán desmedido por comprar y conseguir la última versión del teléfono, del smartwatch, de las gafas o de los zapatos de moda.

Pero en el fondo, tarde o temprano, nos damos cuenta de una realidad: no hay nada ni nadie en el mundo que pueda llenar ese ansia de infinito, y nada ni nadie puede acallar esa pregunta, esa búsqueda de Dios y esa necesidad existencial de conocer al Creador.
QUIERO VER UNA SEÑAL
Los pastores que fueron testigos del nacimiento de Cristo también tenían esa misma sed de infinito, esperaban un salvador que los liberara de la opresión. Aunque sus aspiraciones eran mundanas, Cristo mismo viene a hacerles ver que no necesitaban un salvador de los romanos, sino alguien que los liberase de las tinieblas y de la esclavitud del pecado (Romanos 8:2).
Ellos no sabrían por dónde empezar a buscar. Por eso Dios les envió a su ángel para hacerles saber que el Salvador acababa de nacer. Sin embargo, los pastores querían un salvador guerrero que aplastara con brazo poderoso a los poderes paganos de los romanos. Igual que muchas veces los incrédulos están esperando un dios, como si fuera una máquina expendedora a la que le echas unas monedas (algunas obras buenas o unas oraciones) y a cambio te da lo que quieres. Como si Dios fuera el genio de la lámpara y le tuviéramos que ordenar cuáles son nuestros deseos.
Por eso un buen padre no le da a escoger a su hijo pequeño si prefiere comer dulces y comida basura o frutas, verduras y pescado; porque ya sabe la respuesta y también sabe muy bien qué es lo que lo hará crecer sano y fuerte. De igual manera, Dios nos da, no lo que creemos que necesitamos, sino lo que realmente es bueno para nosotros.
Dios sabía que los pastores no lo iban a entender, así que les da una señal inequívoca de que Cristo ha llegado para salvarnos: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12).