jueves, 5 de enero de 2017

¿Dónde vive Jesús?

Mi primera reacción fue reírme de la respuesta de mi hermanita de cuatro años, a mi pregunta sobre dónde se guardan los diversos animales domésticos.
Pero me quedé intranquila.
- Jesús nació en un establo, dijo. 
¿Acaso solo le veía cobrar vida cuando le contaba el relato de Su nacimiento?
Resultado de imagen de ¿Dónde vive Jesús?Resistí aquellos pensamientos. “Sin duda se lo he explicado bien. Me ha visto orar muchas veces. Recientemente, cuando se enfermó nuestro hermano oramos juntas para que sanara. Y hace unos días le leí unos pasajes de la Biblia para niños.”
Me vinieron a la cabeza diversas escenas en las que yo andaba corriendo de un lado a otro, ayudando a mis padres a cuidar de mis hermanos menores y afanándome por mis estudios, mi trabajo y otras actividades,... y me detuve a pensar si en alguna ocasión le había explicado de verdad a mi hermana, quién era Jesús.
Lógicamente, le había contado Su nacimiento y los milagros que obró, le había hablado de Su vida y Su ministerio. Pero, ¿le había dicho en algún momento que era mi mejor Amigo?
Quizá solo se lo presenté asociado al oropel y a los adornos del árbol navideño.
¿O se lo dejé bien guardadito entre las páginas de la Biblia ilustrada al terminar nuestros ratos de lectura?
¿Celebraba yo Su vida de tal forma que mi hermanita se diera cuenta de que Jesús estaba vivo hoy en día, y de que no habita en un establo sino en nuestro interior?
¿Me veía ella acudir a Él cuando las cosas se ponían difíciles y se me agotaban las fuerzas? ¿Le había enseñado que Jesús podía ser también su mejor Amigo, y que si le entregaba su corazón, Él la valoraría como si fuera la única niña del mundo y la amaría como nadie?

Llamados hijos de Dios

«Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.
Por eso, los que son del mundo no nos conocen, pues no han conocido a Dios. Queridos hermanos, ya somos los hijos de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es.
Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro». 1 Juan 3: 1-3, DHH

Resultado de imagen de Llamados hijos de DiosMientras Juan meditaba en el amor de Cristo, se sintió impulsado a exclamar: «Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1, RVC).
La gente considera un gran privilegio ver a personajes de la realeza, tanto que, son multitudes las que viajan grandes distancias para contemplar a uno de ellos. !Cuánto mayor es el privilegio de ser hijos e hijas del Altísimo! ¿Qué honor más grande se nos podría conferir que la de permitimos ser parte de la familia real?
A fin de llegar a ser hijos e hijas de Dios, hemos de separarnos del mundo. «Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas» (2 Corintios 6: 17-18, NBLH).
Hay un cielo delante de nosotros, una corona de vida que ganar. Pero solo se dará la recompensa al vencedor. El que logre alcanzar el cielo deberá entrar vestido del manto de justicia. «Y todo el que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica, así como él es puro» (1 Juan 3: 3, BA). En el carácter de Cristo no había la menor deformidad, y ésta debe ser nuestra experiencia. Es preciso que nuestra vida esté dominada por los mismos principios que regían la suya.
Por medio de la perfección del sacrificio hecho en favor de la raza culpable, los que creen en Cristo, al acudir a Él, pueden ser librados de la ruina eterna.

El regalo perfecto

Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. (Romanos 12:1).
En muchos países, las semanas posteriores a Navidad son las más ajetreadas del año, pues la gente cambia los regalos por lo que realmente quiere. Sin embargo, hay personas que parecen dar siempre el regalo perfecto. ¿Cómo saben qué es lo que valora la otra persona o lo apropiado para la ocasión? La clave del éxito al hacer un regalo, no es el dinero a gastar sino escuchar a los demás e interesarse en lo que ellos aprecian y disfrutan.
Es así con la familia y los amigos. Pero, ¿se aplica a Dios? ¿Hay algo importante o valioso que podamos dar al Señor? ¿Algo que todavía no tenga?
Al cántico de alabanza a Dios por su gran sabiduría, conocimiento y gloria, registrado en Romanos 11:33-36, le sigue un llamado a dar nuestro cuerpo a Él: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (12:1). En lugar de permitir que nos moldee el mundo que nos rodea, debemos ser transformados «por medio de la renovación de nuestro entendimiento» (verso 2).
¿Cuál es el mejor regalo que podemos darle hoy a Dios? Con gratitud, humildad y amor, podemos darle todo nuestro ser a Él: cuerpo, mente y voluntad. Es sencillamente lo que el Señor anhela recibir de nuestra parte.

Señor, hoy te entrego mi vida.
El mejor regalo que podemos hacerle a Dios es todo nuestro ser.

Para Él

“…Porque todo, absolutamente todo en el cielo y en la tierra, visible e invisible… todo comenzó en él y para los propósitos de él…” Colosenses 1:16 (PAR).
La vida es el espacio de tiempo con el que contamos los seres humanos para proyectar nuestra existencia. El problema es que la mayoría de las personas no saben para qué están aquí en la tierra. Habitualmente, se dejan llevar por las circunstancias que les rodean y llegan a tomar decisiones sobre cosas que, antes de comprender la razón de su existencia, les llevan a un estado permanente de confusión.
Resultado de imagen de Para DiosSin embargo, vale la pena mencionar que Dios está muy interesado en que podamos conocer sus propósitos, los cuales abarcan mucho más que nuestra familia, profesión, trabajo... y nuestros sueños y anhelos más deseados. Si le preguntáramos a Dios ¿cuáles son sus (nuestros) propósitos?, tal vez Él nos respondería que…
I. SUS PROPÓSITOS SON EL CORAZÓN DE NUESTRA EXISTENCIAColosenses 1:16
El apóstol Pablo declaraba con estas palabras a los Colosenses, que todas las cosas creadas, especialmente la humanidad, encuentran la razón de su existencia en Dios y los propósitos que Él mismo designó. Para Pablo, el corazón de la existencia de todo ser humano es vivir según los propósitos que Dios, sabiamente, diseñó para la plenitud y realización de todo ser humano. A través de este versículo, Dios quiere colocarnos en la posición correcta para entender y vivir en sus propósitos.
Sin embargo, estamos viviendo tiempos muy difíciles, tiempos en los que la pérdida de valores, la falta de interés en las cosas de Dios, aunado a las adicciones, el aborto, el divorcio, y muchas otras cosas, están llevando a las personas a un caos de confusión, en el que de manera egoísta se engañan a sí mismos y pretenden engañar a los demás. Afortunadamente este versículo es muy poderoso. A través de él, Dios quiere que sepamos que fuimos creados por Él, y no para nuestros propósitos sino para los suyos; quiere que sepamos que, así como el corazón humano le da vida a los cuerpos, sus propósitos son el corazón de nuestra existencia, y que al vivir en sus propósitos podemos alcanzar la plenitud y realizarnos en todo lo que emprendamos.
Pero si le preguntáramos ¿qué son sus propósitos?, veríamos lo siguiente…
II. SUS PROPÓSITOS RENUEVAN Y DAN SEGURIDAD A NUESTRA EXISTENCIASalmo 138:8
En el corazón de David, autor de este salmo, se escondían fuertes emociones que muchas veces describen lo que también hay en el nuestro. David conocía perfectamente los propósitos de Dios, ya que Dios le había levantado en Israel como un siervo conforme a Su corazón. Sin embargo, el poner la vista en los asuntos de la vida más que en los propósitos de Dios, le llevó a experimentar una fuerte frustración que solo desapareció de su vida cuando cayó humillado, clamando a Dios que le ayudara. Fue entonces cuando Dios obró a favor de la vida de David dándole ánimo, renovando sus fuerzas y con la seguridad de que Dios mismo le diría la manera en que cumpliría sus propósitos.