Mi primera reacción fue reírme de la respuesta de mi hermanita de cuatro
años, a mi pregunta sobre dónde se guardan los diversos animales domésticos.
Pero me quedé intranquila.
- Jesús nació en un establo, dijo.
Pero me quedé intranquila.
- Jesús nació en un establo, dijo.
¿Acaso solo le veía cobrar vida cuando le contaba el relato de Su
nacimiento?
Resistí aquellos pensamientos. “Sin duda se lo he explicado bien. Me ha
visto orar muchas veces. Recientemente, cuando se enfermó nuestro hermano oramos juntas para que sanara. Y hace unos días le leí unos pasajes de la
Biblia para niños.”
Me vinieron a la cabeza diversas escenas en las que yo andaba corriendo de
un lado a otro, ayudando a mis padres a cuidar de mis hermanos menores y
afanándome por mis estudios, mi trabajo y otras actividades,... y me detuve a
pensar si en alguna ocasión le había explicado de verdad a mi hermana, quién
era Jesús.
Lógicamente, le había contado Su nacimiento y los milagros que obró, le
había hablado de Su vida y Su ministerio. Pero, ¿le había dicho en algún
momento que era mi mejor Amigo?
Quizá solo se lo presenté asociado al oropel y a los adornos del árbol
navideño.
¿O se lo dejé bien guardadito entre las páginas de la Biblia ilustrada al
terminar nuestros ratos de lectura?
¿Celebraba yo Su vida de tal forma que mi hermanita se diera cuenta de que
Jesús estaba vivo hoy en día, y de que no habita en un establo sino en nuestro
interior?
¿Me veía ella acudir a Él cuando las cosas se ponían difíciles y se me
agotaban las fuerzas? ¿Le había enseñado que Jesús podía ser también su
mejor Amigo, y que si le entregaba su corazón, Él la valoraría como si fuera la
única niña del mundo y la amaría como nadie?