El requerimiento para la salvación siempre ha sido la fe, y el objeto de esta fe salvadora siempre ha sido Dios. El salmista escribió, “Bienaventurados todos los que en Él confían” (Salmo 2:12). Génesis 15:6 nos dice que Abraham creyó a Dios y eso fue suficiente para que Dios se lo contara por justicia (ver también Romanos 4:3-8). El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento no quitaba el pecado, como claramente lo enseña Hebreos 9:1-10:4. Lo que sí hacía, era apuntar hacia el día en que el Hijo de Dios derramaría Su sangre por el pecado de la raza humana.
Lo que ha cambiado a través de los tiempos, es el contenido de la fe en el creyente. Los requerimientos de Dios en cuanto a lo que debemos creer, se basan en la cantidad de revelación que Él ha dado a la raza humana en el tiempo, a través de Él. A esto se le llama revelación progresiva. Adán creyó en la promesa que Dios le dio en Génesis 3:15, de que la simiente de la mujer conquistaría a Satanás. Adán lo creyó, y lo demostró por el nombre que le dio a Eva (v.20), y el Señor indicó Su inmediata aceptación al cubrirles con pieles de animal (v.21). Hasta ese punto, fue todo lo que Adán supo, pero él lo creyó.
Abraham le creyó a Dios, de acuerdo a las promesas y nuevas revelaciones que Dios le dio en Génesis 12 y 15. Antes de Moisés no existía ninguna Escritura, pero la raza humana era responsable por lo que Dios ya le había revelado. A través del Antiguo Testamento, los creyentes tenían la salvación porque ellos creyeron que Dios algún día se encargaría del problema de su pecado. Hoy, nosotros miramos para atrás creyendo que Él ya se encargó de nuestros pecados en el Calvario (Juan 3:16; Hebreos 9:28).