Parece que, como lo señala la foto, solemos aceptar el amor que creemos merecer. Esto puede ocurrir de manera totalmente consciente, pero también puede ocurrir misteriosamente, sin casi percatarnos.
Cuando converso con personas, especialmente mujeres, que han sido violentadas psicológica o físicamente por sus parejas, siempre sienten que tienen una cierta responsabilidad en esas agresiones. Suelen, de alguna forma, justificar el comportamiento de sus parejas, y a partir de allí crean un mundo y una clase de “amor”, que las envuelve en excesivas explicaciones y excusas que las alejan, cada vez más, del verdadero sentido de esa palabra (amor). Cuando se encuentran, o bien contrastan ese “amor” que recibían con un sentimiento puro, comprometido y saludable, logran ir viendo que lo que ellas conocieron, no es comparable, en absoluto, con el presente.
Si indagamos un poco más en las biografías personales de estas mujeres, podemos identificar elementos de baja autoestima, de poco sentido de competencia y eficacia; son mujeres tímidas o con una gran carencia afectiva, que les hizo pensar que el amor que merecían era ese que se tenían que “ganar”, y que debían “evitar hacer enojar a su pareja” para que todo estuviera bien. El amor no es así. Al menos, no el verdadero amor.