viernes, 13 de marzo de 2020

El camino difícil

Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo 7:13-14
En el texto Jesús nos presenta dos metáforas con relación a la vida cristiana, comparándo ésta con una puerta estrecha y un camino angosto.
Estas metáforas hacen alusión a la dificultad y el compromiso que implica llevar una vida obediente a los mandamientos cristianos. Llama la atención que Jesucristo no exhibe su evangelio como la solución definitiva al dolor y el sufrimiento; todo lo contrario, Él afirma que es un camino difícil de seguir que requiere valentía y determinación.
En otro pasaje, Jesús nos enseña que quien quiera seguirlo debe tomar su cruz, negarse a sí mismo y seguirlo.
Negarnos a nosotros mismos quiere decir dejar de pensar en nosotros, dejar de ser egoístas, dejar de pensar que el mundo gira a nuestro alrededor. Éste es el camino difícil del que habla nuestro Señor en este pasaje.
Sin duda es mucho más fácil y cómodo pensar en nosotros que en los demás. Prueba de ello es la sociedad egoísta que tenemos, sociedad que rara vez dirige su mirada hacia el necesitado salvo por momentos en los que es rentable tener una imagen positiva.
Pero Cristo está necesitando personas valientes que decidan de corazón, dejar de pensar en sí mismos y dedicar su mayor esfuerzo en ayudar al prójimo.
Otro punto relevante por el cual el evangelio de Jesús es difícil, reside en la dificultad intrínseca que conlleva ser cristiano. Desde los orígenes de la iglesia, los creyentes han recibido persecución por su fe, porque constituye una contracultura fuerte que no todos están dispuestos a aceptar.
En la actualidad, hay una mayor libertad física para llevar la Palabra de Dios; sin embargo, los cristianos de este tiempo nos enfrentamos con otros tipos de persecución: La persecución filosófica, la persecución psicológica, la moral, la doctrinal. No podemos cometer el error de pensar que en este tiempo ya no seremos perseguidos por nuestra fe. En las universidades, en el mundo, en la cultura popular, en la política, en todos los ámbitos de la sociedad encontramos resistencia por los valores que enseñamos.
Vivimos en una sociedad que practica el libertinaje, que llama a lo malo bueno, que se escuda en una falsa sensación de moralidad para justificar y aceptar todo tipo de actitudes egoístas y contrarias a la voluntad de Dios. En una sociedad así, somos llamados a ser luz y a resistir la persecución que tendremos.
Un tercer punto a destacar es la implicación que tiene seguir a Cristo, con relación a la necesidad de poner en primer lugar su Reino, incluso antes que nuestras familias, nuestros anhelos, nuestros negocios, etc.
En definitiva, tener los valores cristianos como brújula moral de nuestras vidas, representa una gran dificultad que contrasta con una sociedad que, en su gran mayoría, busca su propio bienestar y por él está dispuesta a traspasar cualquier límite. Una sociedad que se puede mostrar abnegada pero que, carente de una virtud fuerte y definida, transgrede lo correcto y anula su esfuerzo.

La obediencia del cristiano

Para poder comprender por qué la obediencia es tan importante en la vida de todo cristiano, primeramente tenemos que comprender un principio espiritual: LA AUTORIDAD DE DIOS. "Tu trono, oh Dios, permanece por siempre y para siempre. Tú gobiernas con un cetro de justicia" Salmo 45:6. 

La palabra de Dios nos declara que Dios es Rey, por lo tanto Él tiene autoridad sobre toda su creación. Autoridad significa: el derecho de mandar o gobernar y el derecho a ser obedecido. Nuestro Dios manda, nuestro Dios tiene autoridad, nuestro Dios es Señor y por lo tanto tiene que ser obedecido (Salmo 145:13). Por eso la obediencia es tan importante, pues significa reconocer la autoridad y el señorío de Cristo sobre toda su creación. 

I) El mundo natural no vive bajo el principio de autoridad, sino bajo el principio de rebeldía (Salmo 2:2-3). 
Resultado de imagen de La obediencia del cristianoRebeldía que se manifiesta en la actitud contra Dios diciendo: "Voy a hacer lo que yo quiera". Esta actitud de rebeldía contra Dios, primeramente estuvo en satanás (Isaías 14:12-14) cuando él quiso ser como Dios. Y satanás logró transmitir ese principio de rebeldía a la raza humana, cuando hizo que Adán y Eva comieran del fruto prohibido por medio del engaño de “serán como Dios” (Génesis 3:4-5). Por eso la palabra de Dios llama a los inconversos “hijos de desobediencia” (Efesios 2:1-2 Efesios 5:6) pues viven en rebeldía, porque no han querido reconocer a Jesús como su Señor, ni poner su vida bajo su Señorío ni bajo su autoridad. 
Esa rebeldía se manifiesta en dureza de corazón y falta de arrepentimiento, lo cual lleva a las personas a la condenación por el castigo en el juicio de Dios (Romanos 2:5-6) 

II) Nosotros los cristianos debemos vivir bajo el principio de autoridad, por medio de la obediencia (Éxodo 24:7). 
Nuestro Señor Jesucristo nos dio el mayor ejemplo de obediencia para nuestra vida (Filipenses 2:5-8). Y como cristianos, tenemos que reconocer que vivir bajo el principio de autoridad por medio de la obediencia, es un reflejo del amor que hay en nuestro corazón para nuestro Señor (Juan 14:15).

Alcanzado por la Misericordia

“Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida”.
(Salmo 42:8)
Iba por la calle oyendo a mi cantante favorito en mi viejo Mp3. Con los audífonos puestos intentaba tararear las notas que el cantante daba, aunque sin mucho éxito, lo confieso. Estaba especialmente feliz y me dirigía a mi congregación después de una jornada gratificante junto a unos misioneros amigos, que han estado en las misiones más de 50 años. Revivía en mi mente las charlas amenas, los consejos valiosos y las anécdotas familiares que Larry y Dorothy habían compartido ese día conmigo. Me sentía agradecido a Dios por darme el privilegio de, junto a mi esposa e hija, ser continuador de la labor fabulosa de llevar el evangelio de Jesús al mundo perdido. Pero el torrente de pensamientos y canciones tarareadas fue paralizado de repente por la voz de "alto" de un fornido policía. En ese momento me di cuenta de que iba conduciendo mi bicicleta con los auriculares puestos y que el peso de la ley caería sobre mí indefectiblemente.
Resultado de imagen de Alcanzado por la Misericordia de Dios"Apagué el Mp3, dejé de tararear y mi mente solo podía pensar que había sido muy tonto al cometer esa infracción (bueno, en eso y en los 200 euros de penalización que me correspondía por la transgresión). El policía me espetó un merecido discurso de seguridad vial, y cuando pensé que sacaría su imponente talonario para imponerme la merecida multa, hizo todo lo contrario. Me despidió, se fue a su moto y yo, anonadado, solo pude decir: muchas gracias, oficial.
Mientras seguía en la bicicleta sentí la extraordinaria sensación de ser perdonado. Cuando pensé que debía pagar por mi mal proceder, fui absuelto. En lugar de castigo, había hallado misericordia y uno no está acostumbrado a este tipo de experiencias. 
John Newton tampoco lo estaba. Fue uno de los más despreciables traficantes de esclavos de su tiempo. Capitaneó su propio barco negrero cometiendo todo tipo de fechorías, hasta tal punto que su tripulación lo aborrecía y lo consideraba un animal. No obstante, las palabras de su madre, quien murió cuando Jonh tenía solo siete años, seguían grabadas en su mente. Ella le había enseñado la Biblia con la esperanza de que John algún día se apropiara de sus palabras. Cuando ese día llegó, John se sentía demasiado sucio como para creer que Dios podría perdonarlo; sin embargo experimentó la misericordia y la gracia de Dios, de una forma que lo hizo convertirse en pastor y compositor de himnos. Su himno más cantado es el que precisamente cuenta su historia de conversión, su encuentro con la misericordia de Dios y el perdón. “Sublime gracia del Señor/que a un infeliz salvó/fui ciego mas hoy miro yo/perdido y él me halló”.
La misericordia no se merece, es un acto soberano de quien la otorga. Se aprecia y agradece cuando te perdonan una multa de tráfico, pero si te perdonan la vida y borran todo tu historial pecaminoso, uno no puede hacer menos que dedicar la existencia a servir a Aquel que únicamente es capaz de tanta bondad: Dios.
La misericordia de Dios me alcanzó un día sin que lo mereciera, me arropó y me dio sentido y propósito para una nueva vida.
Como el rey David, hoy puedo decir:

“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan”.

(Salmo 86:5)


Jesús es nuestro abogado delante de Dios

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos”. 1 Juan 2:1-3
En primera de Juan encontramos el ministerio de Cristo como Abogado. Este pasaje trata sobre cómo los hijos de Dios deben tener una buena relación entre ellos mismos. Y confiesa que Cristo se sacrificó por todos.
Nosotros podemos tener una relación de fructífera comunión con el Padre por medio de Cristo. Esta comunión la podemos disfrutar viviendo en la luz, es decir, en la presencia de Dios. Ahora bien, con la confesión de nuestros pecados para que Dios nos sane.

Jesucristo como nuestro abogado, y lo que quiere Dios de nosotros

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Aunque andamos o estamos viviendo bajo la luz de Dios, la sangre de Cristo continúa limpiando nuestros pecados. Esto es así porque en nuestras vidas todavía existe imperfección, y lo que tenemos que hacer es ir hacia Él, para confesar nuestros errores y que nos limpie de todo mal.
Jesús, entonces, se ha convertido en nuestro abogado; antes estábamos condenados al infierno. Pero Dios nos rescató de esa condenación simplemente por tener fe en Cristo, y nos introdujo en su familia. Ahora somos coherederos con Jesucristo, quien nos da vida y vida en abundancia, el que nos justifica delante de Dios y nos defiende, el que nos trae a la luz y que en Él no hay oscuridad (1 Juan 1:5).
El pasaje se refiere a nosotros como “Hijitos míos” y nos hace una advertencia sobre el pecado. A lo que se refiere el apóstol cuando escribe todo esto, es que Dios no quiere que sus hijos pequen. A pesar de nuestra imperfección, tenemos que hacer todo lo posible para no pecar.
Este versículo no nos manda que no pequemos nunca más. Sin embargo, el apóstol Juan estaba escribiendo así para exhortarnos a no cometer pecados. Con el fin de que podamos tener una vida recta conforme a la voluntad de Dios, lo que Dios quiere es que caminemos en esta vida conforme a su palabra (1 Juan 5:18).