Nuestro objetivo como Iglesia es llevar a la gente a la fe en Jesús e integrarla en la familia de Dios. Y que nuestro carácter se parezca al de Cristo, glorificando a Dios y sirviendo en toda buena obra.
sábado, 21 de septiembre de 2019
El Sacerdote que encontró a Cristo
Nací en Venecia, al norte de Italia, el 22 de marzo de 1917. A los diez años me enviaron a un seminario católico romano en Piacenza, y fui ordenado sacerdote después de diez años de estudio, el 22 de octubre de 1939.
Dos meses después el cardenal R. Rossi, mi superior, me envió a Norteamérica como cura párroco adjunto de la nueva iglesia italiana “Bendita Madre Cabrini” en Chicago. Durante cuatro años prediqué en Chicago y más tarde en Nueva York. Nunca me pregunté si mis sermones o enseñanzas eran contrarias a la Biblia. Mi única preocupación y ambición era agradar al papa.
Creer en el Señor
Fue un domingo de febrero de 1944, cuando encendí el aparato de radio y accidentalmente, capté el programa de una iglesia protestante. El pastor estaba dando un mensaje. Estaba a punto de cambiar de programa porque no se me permitía escuchar sermones protestantes pero, no sé por qué, seguí escuchando interesado.
Mi antigua teología se vio sacudida por un texto de la Biblia que escuché por el aparato de radio: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Entonces, ¡resulta que no es pecado contra el Espíritu Santo creer que uno es salvo!
El Señor me reprende
Mi mente se empezaba a llenar de dudas acerca de la religión romana. Estaba comenzando a pensar en las enseñanzas de la Biblia más que en los dogmas y decretos del papa. Todos los días había personas pobres que me daban desde cinco a treinta dólares por veinte minutos de una ceremonia llamada misa, porque yo les prometía salvar las almas de sus familiares del fuego del purgatorio. Pero cada vez que miraba al gran crucifijo sobre el altar me parecía que Cristo me reprendía, diciéndome: “Estás robando dinero a gente pobre y trabajadora a cambio de falsas promesas. Enseñas doctrinas en contra de mis enseñanzas. El alma de los creyentes no va a un lugar de tormento, porque yo mismo he dicho: ‘Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen’ (Apocalipsis 14:13). No necesito una repetición de los sacrificios de la cruz, porque mi sacrificio fue completo. Mi obra de salvación fue perfecta, y Dios la ha confirmado al levantarme de entre los muertos”.
“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). “Si ustedes los sacerdotes y el papa, tienen el poder de liberar las almas del purgatorio..., ¿por qué esperan un sacrificio con misas e indulgencias? Si ven a un perro quemándose en el fuego, ¿esperan a que venga el dueño y les dé cinco dólares para sacar al perro de allí?"
No podía seguir enfrentándome al Cristo del altar.
Cuando predicaba que el papa es el vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, la roca infalible sobre la que se construye la iglesia de Cristo, una voz parecía volver a reprenderme: “Viste al papa en Roma: su enorme y rico palacio, sus guardias, los hombres que le besan los pies; ¿crees realmente que me representa a Mí? Yo he venido a servir a la gente; yo mismo lavé los pies a los hombres; no tenía donde reclinar mi cabeza. Mírame en la cruz. ¿Realmente crees que Dios ha edificado su iglesia sobre un hombre, cuando la Biblia afirma claramente que el Vicario de Cristo en la tierra es el Espíritu Santo y no un hombre (Juan 14:26)? Si la Iglesia Católica Romana está edificada sobre un hombre, entonces no es mi Iglesia”.
Cuando predicaba que el papa es el vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, la roca infalible sobre la que se construye la iglesia de Cristo, una voz parecía volver a reprenderme: “Viste al papa en Roma: su enorme y rico palacio, sus guardias, los hombres que le besan los pies; ¿crees realmente que me representa a Mí? Yo he venido a servir a la gente; yo mismo lavé los pies a los hombres; no tenía donde reclinar mi cabeza. Mírame en la cruz. ¿Realmente crees que Dios ha edificado su iglesia sobre un hombre, cuando la Biblia afirma claramente que el Vicario de Cristo en la tierra es el Espíritu Santo y no un hombre (Juan 14:26)? Si la Iglesia Católica Romana está edificada sobre un hombre, entonces no es mi Iglesia”.
La práctica de la presencia de Dios - 1ª Conversación
Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto de vivir una vida de gozo. A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público.
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente.
En aquellos tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de espíritu alegre; rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”.
Justo después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó esas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que mantuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado "La Práctica de la Presencia de Dios". En este libro, el Hermano Lorenzo explica, simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón.
El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o de las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios es que se trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente.
En aquellos tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de espíritu alegre; rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”.
Justo después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó esas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que mantuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado "La Práctica de la Presencia de Dios". En este libro, el Hermano Lorenzo explica, simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón.
El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o de las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios es que se trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.
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