lunes, 30 de septiembre de 2019

La última palabra

16 Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que murieron en Cristo perecieron. 19 Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres. 1ª Corintios 15;16-19.
Se llamaba Saralyn, y era la chica que me gustaba en el colegio. No sé si ella se daba cuenta de lo que yo sentía, pero sospecho que sí. Después de graduarnos, le perdí el rastro. Nuestras vidas fueron en diferente dirección, como suele suceder.
A través de algunos foros en línea, me mantengo en contacto con excompañeros, y me entristecí mucho al enterarme de que Saralyn había muerto. Me pregunté qué habría sido de ella todos esos años. Esta experiencia de perder amigos y familiares se está volviendo más frecuente a medida que envejezco; pero muchos tendemos a evitar hablar del tema.

Aunque lamentamos las pérdidas, la esperanza de la que habla el apóstol Pablo, es que la muerte no tiene la última palabra (1 Corintios 15:54-55). Le sigue algo más: la resurrección. Pablo fundamenta esa esperanza en la realidad de la resurrección de Cristo (verso 12), y afirma «si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (verso 14). Es una lástima que nuestra esperanza como creyentes se limite solo a este mundo (versículo 19).
Un día volveremos a ver a «los que durmieron en Cristo» (verso 18): padres y abuelos, amigos y vecinos, y quizá también a viejos compañeros de colegio. La resurrección tiene la última palabra. 
Señor, haz que el poder de tu resurrección se refleje en mí.
 

Muy personal: Un mensaje desde el fondo de mi corazón

Y seréis odiados por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (San Marcos 13:13)
¡Sí, yo sé lo que es sentir un dolor muy profundo! Sé también lo que es sentir la enfermedad tocar tu cuerpo, luchar y pensar que no lo resistirás. No piensen que porque escribo, predico la palabra de Dios y trato de hacer su voluntad, mi vida es un jardín de rosas sin espinas. Así como ustedes, me toca enfrentar mis luchas y conquistar mis batallas. Pero hoy he recordado algo que tengo que recordarle a todos ustedes también. Porque eso que estás pasando y que parece una herida de muerte, mañana será tan solo una cicatriz y más aún, se convertirá en el trofeo que te recuerde que superaste la prueba que se te presentó, porque Dios estuvo muy cerquita de ti. Ese trofeo te recordará lo que es ver la gloria de Dios descender sobre tu vida.
Resultado de imagen de Muy personal: Un mensaje desde el fondo de mi corazónNo puedo evitar pensar en todos esos hombres y mujeres que la Biblia menciona. Ellos atravesaron el dolor, sintieron muchas veces deseos de morir y de borrarse del mapa; pero a la vez, sentían fuego y pasión arder en sus corazones. El amor profundo que sentían hacia Dios los motivaba a caminar la milla extra, porque sabían, al igual que Pablo, que ellos no habían sido diseñados por Dios para retroceder.
Cumplir con el propósito y la misión que Dios tenía para sus vidas era más importante que sus propios deseos personales. Era para ellos, más importante cumplir el sueño de Dios, que dejarse llevar por la corriente. Aunque el enemigo los atacaba una y otra vez, aunque muchas veces eran señalados y les daban la espalda hasta las personas que ellos menos pensaban, tenían claro que si Dios los respaldaba e iba al frente de ellos, harían proezas en su nombre. Mientras más pruebas y tribulaciones enfrentaban, más gloria de Dios descendía sobre sus vidas y sobre la vida de las personas que les rodeaban. Hasta sus enemigos tenían que bajar sus cabezas al ver el respaldo de Dios, que nunca les dejaba quedar en vergüenza. El combate era a muerte, y ellos estaban dispuestos a dejarlo todo a cambio de que el nombre de Dios fuera conocido y exaltado.

La Buena cosecha

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, halando de ella con el riesgo de echarla a perder, y gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!
Algo muy curioso sucede con el bambú japonés, que lo transforma en no apto para impacientes:
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
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Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, al extremo, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece más de 30 metros.
¿Tardó solo seis semanas en crecer?
No, la verdad es que tardó siete años y seis semanas en desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitiría aguantar el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Contrariamente, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno, y que éste requiere tiempo…
Tal vez por la misma impaciencia, muchos de los que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.
Es compleja la tarea de convencer al impaciente, de que solo llegan al éxito aquellos que luchan de forma perseverante y coherente, y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser sumamente frustrante.
En esos momentos (que todos tenemos), es importante recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que, mientras no bajamos los brazos ni abandonamos por no ver el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.
Quienes no se dan por vencidos, van, gradual e imperceptiblemente, creando los hábitos y el temple que les permitirán obtener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. Y tiempo…
¡Cuánto nos cuestan las esperas! ¡Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos…!
Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chófer del taxi… nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué…
Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos creamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés… Y todo ¿para qué?
Trata de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación. Gobernar aquella toxina llamada impaciencia, la misma que nos envenena el alma. Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… Quizá solo estés echando raíces…
Lucas 8:15 «Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y llevan fruto en paciencia»
Lucas 21:19 «Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas»
Romanos 5:3 «Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia»
Hebreos 6:12 «Que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas»

viernes, 27 de septiembre de 2019

Carta a Dios - Querido Dios: No me sueltes

“¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad”.
Salmos 55:6-8
Este silencio ensordecedor aún me rodea y más que rodearme me duele. Me duele porque aunque sé que no es cierto, las circunstancias muchas veces me hacen pensar que tu mirada se ha desviado de mí. Quizás porque aún no logro ver la luz al final de este túnel oscuro que estuve transitando.
Pero aún así, sé que tu mano no me ha dejado de sujetar ni un minuto. Aun cuando me pregunto si estás escuchando mis oraciones, y pareciera que no es así, sé que sí, que me estás escuchando atentamente. Sé que es cuando tus ojos están más fijos en mí y tus oídos más atentos al clamor de mis súplicas. Lo sé más allá de mis sentidos y de lo que percibo o veo, porque sé que eres fiel y que me amas profundamente.
Sé que a pesar de que muchas veces no logro ni siquiera poder definirme o hablar, porque es tanto el dolor que siento que solo me aparece el silencio y el agotamiento, Tú interpretas cada cosa que te dice mi corazón casi moribundo. Entonces le infundes vida y él vuelve a latir, a sobreponerse, a luchar y enfrentar los retos que se le presentan.
Dios de mi vida, gran amor de mi corazón, luz de mi alma, no permitas que me suelte de tus manos. No permitas que transite el camino alejado de tu voluntad y propósito. No dejes que el miedo me desenfoque, ni que lo oscuro que parecen el camino y el viaje, me desvíen de lo que has determinado para mí. Porque yo sin ti sencillamente soy un cachorro herido, clamando desesperadamente por ayuda.
Señor, sin ti moriría clamando sediento por un vaso de agua. Sin ti mis pétalos serían marchitos, secos, tristes y caerían sin sentido en la tierra. Y yo sin embargo, deseo ser esa flor que exhale tu perfume y cuyos pétalos sanos reflejen tu belleza.
Dame tu serenidad, abrígame en tu pecho, afírmame en tus certezas. Condúceme siempre por tus sendas, y haz que tu amor y gracia siempre prevalezcan en mí, más allá de todo, hasta de mis propios deseos y pensamientos.

Con todo mi amor,

Aún hay fuego en tu alma

Una poesía muy famosa dice: No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo. Aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros, y destapar el cielo.
Resultado de imagen de aun hay fuego en tu alma aun hay vida en tus sueñosNo basta con desarraigar aquello que no te sirve, sino que además es necesario que plantes fe en ese lugar. El problema es que mucha gente se desprende de las cosas que no les sirven, pero como no plantan (en este caso una palabra de fe) en ese lugar donde estaba lo negativo, pues no crece nada positivo.
Por ejemplo, en el Salmo 3 David dijo que muchos eran sus enemigos, pero inmediatamente agregó: “Pero tú, Señor, me rodeas cual escudo; tú eres mi gloria”. Salmo 3;3. En el Salmo 4 expresó que estaba angustiado, pero luego dijo: “Tú has hecho que mi corazón rebose de alegría”. Por último, en el Salmo 5 le pidió a Dios que oyera su gemido, pero más adelante expresó: “Pero yo, por tu gran amor puedo entrar en tu casa; puedo postrarme reverente hacia tu santo templo”.
Al igual que hizo David, planta fe y victoria cada vez que identifiques algo malo. Puedes decir: “Me va a ir mal en la vida” o “Me va a ir bien en la vida”.
Para que un árbol crezca hace falta que lo abones con estiércol, es decir, con todo lo malo que te dijeron y lo negativo que te ocurrió. Extrapolándolo a la vida, frente a una situación adversa puedes quedarte con el estiércol en la mano, o usarlo para abonar tu semilla de fe para que luego dé fruto. En otras palabras, decide si te vas a quedar con lo malo o si lo vas a transformar en algo bueno.

La práctica de la presencia de Dios - 3ª Conversación

Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto para vivir una vida de gozo. A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público. 
Resultado de imagen de Hermano LorenzoFinalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que lo llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente. En tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. 

El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de espíritu alegre, que rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”. Justo después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó esas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que sostuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado "La Práctica de la Presencia de Dios". En este libro, el Hermano Lorenzo explica, simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón. 

El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios, es que se trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.

martes, 24 de septiembre de 2019

¿Qué significado tiene la vida?

¿Cuál es el significado de la vida? ¿Cómo encontrar propósito, realización y satisfacción en mi vida? Y una vez hallado, ¿tendré el potencial suficiente para lograr algo de importancia duradera? Mucha gente no se ha detenido nunca a considerar estas importantes preguntas. Años más tarde, miran atrás y se preguntan por qué sus relaciones se han desmoronado y por qué se sienten tan vacíos aunque consiguieron lo que emprendieron. 
A un jugador de béisbol que figuraba en el paseo de la fama del béisbol se le preguntó, qué le hubiera gustado que le dijeran al principio, cuando empezó a jugar al béisbol. Él respondió, "Desearía... que alguien me hubiera dicho que cuando alcanzara la cumbre, no encontraría nada allí". 
Muchas metas revelan su vacío solamente después de que se han desperdiciado años de búsqueda.
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En nuestra sociedad la gente persigue muchos propósitos, pensando que en ellos van a encontrar el significado vital. Algunas de estas búsquedas son: éxito en los negocios, riquezas, buenas relaciones, sexo, entretenimiento, hacer el bien a otros, etc. Pero la gente ha testificado que a pesar de alcanzar sus metas de riquezas, relaciones y placer, todavía sienten un profundo vacío interior, un sentimiento de un vacío que al parecer nada lo llena.

El autor del libro bíblico de Eclesiastés expone este sentimiento cuando dice, "¡Vanidad de vanidades! ¡Vanidad de vanidades! ¡Todo es vanidad!" (Eclesiastés 1:2). El rey Salomón, escritor de Eclesiastés, tenía riquezas incalculables, más sabiduría que cualquier hombre de su época o de la nuestra, cientos de mujeres, palacios y jardines que eran la envidia de los reinos, la mejor comida y el mejor vino, y todo tipo de entretenimiento disponible. Hasta cierto punto, dijo que cualquier cosa que deseara su corazón, él la procuraba. Y aún así, concluyó, "la vida debajo del sol" (La vida es vivida como si todo lo que hay en ella fuera todo lo que podemos ver con nuestros ojos y experimentar con nuestros sentidos; – es vacía). ¿Por qué hay tal vacío? Porque Dios nos creó para algo más allá de lo que podemos experimentar en el aquí y ahora. Salomón dijo de Dios, "Él también ha puesto la eternidad en los corazones de los hombres…". O sea, somos conscientes de que, en nuestros corazones, este "aquí y ahora" no es todo lo que hay.


En Génesis, el primer libro de la Biblia, encontramos que Dios creó a la humanidad a Su imagen (Génesis 1:26). Esto significa que somos más como Dios que como cualquier otro (que cualquier otra forma de vida). También encontramos que antes de que la humanidad cayera en pecado y la maldición cayera sobre la tierra, fueron realidad las siguientes cosas: (1) Dios hizo al hombre una criatura social (Génesis 2:18-25); (2) Dios dio al hombre trabajo (Génesis 2:15); (3) Dios tuvo compañerismo con el hombre (Génesis 3:8): y (4) Dios dio al hombre dominio sobre la tierra (Génesis 1:26). ¿Cuál es la importancia de esto? Dios tenía la intención de que cada una de esas funciones contribuyera a nuestra realización en la vida, pero todo esto (especialmente el compañerismo del hombre con Dios) fue perjudicado por la caída del hombre en pecado y la maldición resultante sobre la tierra.
En Apocalipsis, el último libro de la Biblia, Dios revela que va a destruir esta tierra y el cielo como los conocemos, y conducirnos al estado eterno, al crear un nuevo cielo y una nueva tierra. En ese momento, Él va a restaurar por completo el compañerismo con la humanidad redimida. Algunos van a ser juzgados indignos y arrojados en el lago de fuego (Apocalipsis 20:11-15). La maldición del pecado será disipada; no habrá más pecado, aflicción, enfermedad, muerte, dolor, etc. (Apocalipsis 21:4). Para los vencedores, Dios habitará con ellos, y ellos serán Sus hijos (Apocalipsis 21:7). De este modo, volvemos al punto de partida: Dios nos creó para tener compañerismo con Él, pero el hombre pecó, rompiendo ese compañerismo; y Dios restaura ese compañerismo completamente, en el estado eterno. ¡Ahora bien, ir a través de la vida haciendo de todo y nada, solamente para morir separados de Dios por la eternidad, sería peor que banal! Pero Dios ha hecho un camino no solamente para hacer posible la dicha eterna (Lucas 23:43), sino también esta vida satisfactoria y valiosa en la tierra. Ahora, ¿cómo se obtienen esta dicha eterna y este "cielo en la tierra"?

Abigail: un ejemplo de prudencia

La Biblia alaba la virtud de la prudencia. ¿Pero cómo aprendemos a ser prudentes? Una forma de hacerlo es siguiendo el imperecedero ejemplo de una mujer de fe como Abigail.

La prudencia puede definirse de dos maneras: es la cualidad de comportarnos y hablar sin ofender a nadie ni revelar información privada; y también la libertad de decidir qué se debe hacer en ciertas situaciones.
¿Cómo puede una mujer cristiana aprender estas cosas?
Abigail: un ejemplo de prudenciaDe todas las mujeres de fe cuyas vidas fueron preservadas en la Biblia, hay una que indudablemente se destaca cuando hablamos de prudencia. Esa mujer es Abigail; su ejemplo es sin duda algo digno de considerar.
- El escenario -
En 1 Samuel 25:1-13, vemos a David huyendo del rey Saúl en el desierto de Parán. Sus hombres habían comenzado a cuidar el ganado en los alrededores de su escondite, y también cuidaba su ganado un hombre rico y maleducado llamado Nabal. Cuando llegó el tiempo de la esquila (un tiempo que, además, estaba dedicado a comida, bebida y fiesta), los hombres de David pidieron una recompensa por haber protegido anteriormente los animales de este acaudalado hombre. Nabal, sin embargo, se rehusó arrogantemente, insultando y humillando a David y sus hombres, por lo que David se enojó mucho e ideó una venganza en medio de su ira: no quedaría un solo hombre vivo en la casa de Nabal.
Oyéndolo, un atemorizado siervo de Nabal le avisó a Abigail del inminente desastre: ¡había que hacer algo!
Cuando Abigail aparece por primera vez en escena, es una mujer casada (con Nabal); ya fuera por voluntad propia o por un acuerdo entre su padre y su futuro novio como era la tradición, la Biblia no lo dice. Lo único que sabemos es que Nabal, un exitoso ganadero de ovejas, consiguió una esposa no solo hermosa, sino, como dice la Biblia, también “de buen entendimiento”. Desafortunadamente, lo que Abigail consiguió fue un esposo difícil, “duro y de malas obras” (1 Samuel 25:3).
El desafío de Abigail era aprender a vivir en paz con su mezquino esposo y a la vez mantener su integridad y fortaleza de carácter. Para ello, tuvo que aprender a ser prudente en sus palabras y acciones para lograr los mejores resultados.

La práctica de la presencia de Dios - 2ª Conversación

Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto para vivir una vida de gozo. A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público.
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente. 

En tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de espíritu alegre, que rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”. Justo después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó estas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que sostuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado "La Práctica de la Presencia de Dios". En este libro, el Hermano Lorenzo explica, simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón. 

Resultado de imagen de Hermano LorenzoEl Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios, es que se trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.

2ª Conversación

El Hermano Lorenzo me dijo que él siempre había sido dominado por el amor, sin ninguna actitud egoísta. Y desde que resolvió hacer del amor a Dios el fin de todas sus acciones, había encontrado razones para estar muy satisfecho con su método. También estaba contento cuando podía levantar una simple pajita del suelo por amor a Dios, buscándole solo a Él, y nada más que a Él, y ni siquiera buscando sus favores. 

Durante mucho tiempo había estado afligido mentalmente por creer que sería condenado. Nada, ni todos los hombres del mundo podrían haberlo persuadido de lo contrario. Finalmente razonó consigo mismo de esta manera: Yo no me involucré en la vida religiosa excepto por amor a Dios, y me he esforzado para hacer solo para Él todo lo que hago. Sea lo que sea de mí, esté perdido o salvado, siempre seguiré obrando puramente por amor a Dios. Por lo menos tendré este bien, que hasta la muerte habré hecho todo lo posible para amarlo. Durante cuatro años había estado con esa angustia mental; y durante ese tiempo había sufrido mucho. Sin embargo, desde entonces vivió en una libertad perfecta y una continua alegría. Puso sus pecados delante de Dios, tal como eran, para decirle que no merecía sus favores, pero que sabía que Dios continuaría otorgándole los mismos abundantemente. 

El Hermano Lorenzo dijo que, a fin de formar el hábito de conversar con Dios continuamente y de mencionarle todo lo que hacemos, al principio debemos dedicarnos a Él con cierto esfuerzo; pero que después de ocuparnos un poco de eso, deberíamos encontrar que su amor nos mueve a hacerlo sin ninguna dificultad. Él esperaba que después de los días agradables que Dios le había concedido en vida, tendría un tiempo de dolor y sufrimiento. Y aunque no estaba inquieto por esto, sabiendo muy bien que no podía hacer nada por sí mismo, Dios no fallaría en darle la fuerza para soportarlos. 

sábado, 21 de septiembre de 2019

¿Qué es la gloria de Dios?

La gloria de Dios es la belleza de Su espíritu. No se trata de la belleza estética o material, sino de la belleza que emana de Su carácter, de todo lo que Él es. Santiago 1:10 hace un llamado al hombre rico para que se “gloríe en su humillación,” indicando una gloria que no tiene nada que ver con la riqueza, el poder o la belleza material. Esta gloria puede coronar a un hombre y/o embellecer la tierra. Es vista en el hombre y en la tierra, pero no es de ellos; es de Dios. La gloria del hombre es la belleza del espíritu del hombre, la cual es falible y eventualmente pasajera, y por lo tanto es humillación – como lo dice el verso. Pero la gloria de Dios, manifestada en el conjunto de todos Sus atributos, jamás se desvanece. Es eterna. 
Isaías 43:7 dice que Dios nos creó para Su gloria. En su contexto, al igual que en otros versos, puede decirse que el hombre “glorifica” a Dios, porque a través del hombre la gloria de Dios es vista en cosas como el amor, la música, el heroísmo, etc., cosas pertenecientes a Dios que nosotros llevamos en “vasos de barro” (2 Corintios 4:7). Somos los vasos que “contienen” Su gloria. Todas las cosas que somos capaces de hacer y de ser, tienen su fuente en Él. 
Resultado de imagen de la gloria de DiosDios interactúa con la naturaleza de la misma manera. La naturaleza exhibe Su gloria. Su gloria es revelada a través del mundo material de muchas formas, y con frecuencia de diferentes maneras para diferentes personas. Una persona puede quedar cautivada por la vista de las montañas, y otra persona puede amar la belleza del mar. Pero quien está detrás de ambos (la gloria de Dios) le habla a ambas personas y las conecta con Dios. De esta manera, Dios es capaz de revelarse a Sí mismo a todos los hombres, sin importar su raza, herencia o lugar. Como dice el Salmo 19:1-4. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras.” 

El Salmo 73:24 llama “gloria” al mismo cielo. Es común, hasta cierto punto, escuchar a los cristianos hablar de la muerte como ser “recibido en la gloria,” frase tomada de este Salmo. Cuando el cristiano muere, es llevado a la presencia de Dios, y en Su presencia estará rodeado por la gloria de Dios. Seremos llevados al lugar donde literalmente reside la belleza de Dios – la belleza de Su Espíritu estará allí, porque Él estará allí. La belleza de Su Espíritu (o la esencia de quien es Él) es Su “gloria.” En ese lugar, Su gloria no necesitará expresarse a través del hombre o la naturaleza; en vez de ello será vista claramente, así como dice 1 Corintios 13:12, “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.” 

El Sacerdote que encontró a Cristo

Nací en Venecia, al norte de Italia, el 22 de marzo de 1917. A los diez años me enviaron a un seminario católico romano en Piacenza, y fui ordenado sacerdote después de diez años de estudio, el 22 de octubre de 1939.
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Dos meses después el cardenal R. Rossi, mi superior, me envió a Norteamérica como cura párroco adjunto de la nueva iglesia italiana “Bendita Madre Cabrini” en Chicago. Durante cuatro años prediqué en Chicago y más tarde en Nueva York. Nunca me pregunté si mis sermones o enseñanzas eran contrarias a la Biblia. Mi única preocupación y ambición era agradar al papa.

Creer en el Señor
Fue un domingo de febrero de 1944, cuando encendí el aparato de radio y accidentalmente, capté el programa de una iglesia protestante. El pastor estaba dando un mensaje. Estaba a punto de cambiar de programa porque no se me permitía escuchar sermones protestantes pero, no sé por qué, seguí escuchando interesado.

Mi antigua teología se vio sacudida por un texto de la Biblia que escuché por el aparato de radio: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Entonces, ¡resulta que no es pecado contra el Espíritu Santo creer que uno es salvo!

El Señor me reprende
Mi mente se empezaba a llenar de dudas acerca de la religión romana. Estaba comenzando a pensar en las enseñanzas de la Biblia más que en los dogmas y decretos del papa. Todos los días había personas pobres que me daban desde cinco a treinta dólares por veinte minutos de una ceremonia llamada misa, porque yo les prometía salvar las almas de sus familiares del fuego del purgatorio. Pero cada vez que miraba al gran crucifijo sobre el altar me parecía que Cristo me reprendía, diciéndome: “Estás robando dinero a gente pobre y trabajadora a cambio de falsas promesas. Enseñas doctrinas en contra de mis enseñanzas. El alma de los creyentes no va a un lugar de tormento, porque yo mismo he dicho: ‘Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen’ (Apocalipsis 14:13). No necesito una repetición de los sacrificios de la cruz, porque mi sacrificio fue completo. Mi obra de salvación fue perfecta, y Dios la ha confirmado al levantarme de entre los muertos”.

“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). “Si ustedes los sacerdotes y el papa, tienen el poder de liberar las almas del purgatorio..., ¿por qué esperan un sacrificio con misas e indulgencias? Si ven a un perro quemándose en el fuego, ¿esperan a que venga el dueño y les dé cinco dólares para sacar al perro de allí?"

No podía seguir enfrentándome al Cristo del altar. 
Cuando predicaba que el papa es el vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, la roca infalible sobre la que se construye la iglesia de Cristo, una voz parecía volver a reprenderme: “Viste al papa en Roma: su enorme y rico palacio, sus guardias, los hombres que le besan los pies; ¿crees realmente que me representa a Mí? Yo he venido a servir a la gente; yo mismo lavé los pies a los hombres; no tenía donde reclinar mi cabeza. Mírame en la cruz. ¿Realmente crees que Dios ha edificado su iglesia sobre un hombre, cuando la Biblia afirma claramente que el Vicario de Cristo en la tierra es el Espíritu Santo y no un hombre (Juan 14:26)? Si la Iglesia Católica Romana está edificada sobre un hombre, entonces no es mi Iglesia”.

La práctica de la presencia de Dios - 1ª Conversación

Resultado de imagen de NICOLÁS HERMAN HERMANO LORENZOHace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto de vivir una vida de gozo. A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público. 
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente. 
En aquellos tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar continuamente en la presencia de Dios. El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y de espíritu alegre; rehuía ser el centro de atención, sabiendo que los entretenimientos externos “estropean todo”. 
Justo después de su muerte fueron recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local, ajuntó esas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro conversaciones que mantuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro titulado "La Práctica de la Presencia de Dios". En este libro, el Hermano Lorenzo explica, simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no nace de la cabeza sino del corazón. 
El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios, de modo que cualquiera, independientemente de su edad o de las circunstancias por las que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios es que se trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después, sigue siendo práctica.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Nacido de nuevo

6:15 am de la mañana, el día huele a gloria. El Espíritu Santo me levanta a alabar y mi boca asombrada de Su majestad, declara lo grande que es Él. Mi alma asombrada de donde la ha redimido, clama de agradecimiento. Es algo que solo ella y su Salvador saben. Solamente ella conoce cuán grande ha sido Dios para este siervo. Solamente ella sabe que lo más insignificante de realizar a ojos de los hombres, era imposible para este siervo. Solo ella conoce lo que significó un rayo de luz en las tinieblas.
No puedo evitar recordar cuando este siervo estaba desesperanzado y le habían dado por perdido. Había intentado todo para ser libre sin ningún éxito.
La agonía de estar herido de muerte en las tinieblas carcome el alma. El pensamiento incisivo de perecer perpetuamente en el infierno, te hace creer que ha acabado todo.
Veo a un ser que era inútil para la vida, con sus nervios destrozados de tanto ingerir alcohol, con una mente tan distorsionada que nada podía restaurarlo. Y con su alma atada al terror de la noche.
En eso llegó Aquél hombre que dijo que Él estaba dispuesto a dar su vida para devolverme la mía. Dijo que Él estaba dispuesto a restaurar mi mente y darme libertad derramando hasta la última gota de su sangre.
-¿Por qué estás dispuesto a dar tu vida y tu sangre por mí, si no valgo nada? Es demasiado el precio de tu vida por alguien inservible, le respondí.
-Para mí eres una obra maestra y en mi obra te quiero incluir, replicó.
Hasta entonces no veía utilidad o valor en mí, y no supe por qué Jesús sí. Y poco a poco Él restauró mi vida; haciéndome entender que en aquél momento, aunque todo indicaba lo contrario, yo para Él valía.
Él me ha hecho nacer de nuevo, me ha dado una nueva mente, un nuevo corazón, y una nueva vida que jamás imaginé.
Y hoy que me encuentro a unas horas de predicar por primera vez en una iglesia; hoy veo la manera en que Dios escribe por medio de mí para llevar mensajes a su pueblo, a muchas naciones; hoy me ha permitido ir a lugares que jamás imaginé y hacer devocionales. Hoy que estoy viviendo el sueño de Dios, mi alma simplemente no puede dejar de alabarle y agradecerle porque he nacido de nuevo.

¿Y tú, hermano/a, sigues creyendo que se ha equivocado en escogerte Aquél que te ha salvado, o tu boca está bendiciendo al Señor porque has nacido de nuevo?

La muñeca de trapo

La historia tiene que ver con una pequeña que deseaba tener una muñeca. Vivía con sus padres y su hermano Carlos, y se llamaba Esperanza. Su casa estaba en el campo donde no había negocio alguno que vendiera juguetes, y las muñecas que tenían sus amigas, se las habían comprado sus padres en la ciudad. Su mamá, para darle el gusto a su hija, le hizo una muñeca de trapo rellena con granos de maíz. Esperanza estaba feliz. 
muñeca de trapo
Cierto día, Carlos estaba afanado haciendo un pequeño barquito de madera, y su hermana entró corriendo al lugar y sin querer, pisó el juguete que se rompió en varias partes. —Mira lo que hiciste, ¿por qué no te fijas por dónde corres?, le dijo muy enojado, — ¡Y a mí qué!, contestó Esperanza, aunque se arrepintió rápidamente. Su hermano, dolido por la situación, decidió tomar venganza, y en un momento de descuido, tomó la muñeca de trapo de su hermana, enterrándola en el jardín. Esperanza sufrió mucho a causa de su juguete, y aunque la buscaron por todas partes no lo hallaron, mientras que Carlos, afligido, no hallaba la forma de desenterrarla y devolverla porque temía la reacción de sus padres. 
Pasado el tiempo, un día que había llovido bastante, su mamá acudió al jardín para hacer algunos arreglos, y se fijó en que en un lugar apartado habían crecido unas hojitas de maíz que ella no había sembrado. Extrañada fue al lugar, hallando, semienterrada, la muñeca de trapo de Esperanza. 

El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia. Proverbios 28:13.  

No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Gálatas 6:7.  

Carlos, nunca imaginó la forma como se descubriría lo que había hecho, debiendo soportar las consecuencias que ello le trajo. Muchos son los hijos y las hijas de Dios Creador que cargan sobre sí pecados ocultos, y que aparentemente nadie conoce, viviendo unas vidas espirituales de mentira, pensando, al igual que Carlos, que nunca saldrán a la luz, pero no es así. En algún momento, en alguna hora, en algún instante de la vida, brotarán las hojas del pecado que se ha sembrado. Es un engaño creer que ello nunca sucederá. El Señor Dios Todopoderoso ha prometido misericordia para aquellos que, arrepentidos, busquen dar un giro total a sus vidas, para servirle como Él quiere que lo hagan.